Día que es 18 de Julio, y que se cumplen 82 años de aquél
otro en que el pueblo español dijo que hasta allí habíamos llegado, y que ya
estaba bien.
El pueblo español, no los militares como dicen los
idiotas, los cretinos, los necios y los hideputas, condiciones que,
evidentemente, no son excluyentes entre sí. El pueblo español, representado por
las decenas de miles de requetés, de falangistas, de gentes sin adscripción
política que, simplemente, no querían dejarse asesinar como borregos. El pueblo
español, representado también -ni que decir tiene- por las decenas de miles de
soldados que estaban hartos de ser insultados, infamados, agredidos ante la
pasividad de los mandos pesebreros, y que formaban parte -evidentemente- del
pueblo español con los mismos derechos que cualquier otro.
El pueblo español, que esperaba la voz de alerta, la voz
de mando, para hacer frente a los que cotidianamente les asesinaban, les
robaban, les falseaban las elecciones, les dejaban a merced de hordas
patibularias y prostibularias.
El pueblo español, en fin, que llenó los cuarteles y las
formaciones en cuanto El Director dio la señal. Porque el 18 de Julio de
1936 no se levantó Franco contra el Gobierno llamado legítimo de la llamada
República. Fue el 17 de julio cuando las tropas de África -donde aún no estaba
Franco- se levantaron contra una República de asesinos y ladrones, y lo hicieron
siguiendo las instrucciones del General Don Emilio Mola Vidal, El
Director.
Franco sólo era el General Jefe del Ejército del Sur, y
bajo su mando las columnas nacionales emprenderían una fulgurante ofensiva que
sólo terminó cuando las Brigadas Internacionales -recolección de maleantes, de
sinvergüenzas, de criminales de baja estofa, y de algunos idealistas que pronto
pasarían por la criba del Carnicero de Albacete, el comunista André
Marty- se atrincheraron en la Ciudad Universitaria.
La guerra dejó entonces de ser una guerra de columnas
rápidas, que avanzaban sin apenas consolidar sus bases y asegurar su
retaguardia, a ser la guerra de grandes Ejércitos y de grandes maniobras.
Mientras los llamados republicanos -o sea, los rojazos de pistolón en
retaguardia y carreras en pelo en el frente- se dedicaban a cazar
fascistas lejos de la lucha, los nacionales previeron que el avance alegre y
casi despreocupado de los primeros meses -tampoco el enemigo daba mayores
quebraderos de cabeza- se estaba terminando. Urgía organizar, abandonar la
improvisación inicial, y para eso era fundamental un mando claro.
Y el elegido -por sus iguales- para la jefatura fue el
General Francisco Franco. El último que se había sumado a la sublevación; el que
intentó por todos los medios hacer entrar en razón a un Gobierno republicano que
se proclamaba beligerante contra media España; el que trató de que los políticos
republicanos gobernaran para todos, no sólo para ellos mismos. Pero también el
más capacitado para ejercer el Mando único.
Ahora es muy fácil decir que Franco era un mal militar,
que no sabía mandar, que era un militarote inculto. Lo dicen unos individuos
que, en su cortedad intelectual, no piensan en qué lugar quedan, entonces, los
que no pararon de correr ante las tropas que Franco mandaba. Lo dicen unos
necios que, en su incultura, ignoran la profunda preparación profesional de
Franco en los mejores centros europeos. Lo dicen unos soldaditos de salón, que
seguramente no han tocado un chopo desde que dejaron la Academia, y a los
que causaría espanto una salva de artillería.
Lo dicen, sobre todo, los hideputas, y véase el comentario
de ayer de mi camarada Eloy.
Hideputas (1) que se proponen ganar la guerra que
perdieron sus abuelos por gilipollas, por canallas y por criminales, dedicados
más al robo que a la lucha; más al asesinato en retaguardia que al combate de
frente; más al destripamiento del que -en su propio bando- tenía diferente
militancia, que a pegar tiros en el campo.
Hideputas (1) que han institucionalizado el Ministerio
de la Verdad -léase 1984 de George Orwell-, si bien con la rebaja
nominal de simple y puñetera Comisión.
Hideputas y canallas que conseguirán imponer, por Ley, sus
tópicos, eliminando el derecho a la libertad de expresión que recoge la
Constitución -ahí en mi cabecera tienen el texto-, y lograrán que uno pueda
acabar en la cárcel si dice que con Franco vivíamos mejor. Queda la duda de si
la frase de don Alfonso Guerra -contra Franco vivíamos mejor-
podrá citarse.
Porque para estos hideputas, canallas y perdularios, la
verdad la dictará una comisión de políticos, elegida por los políticos. Nada
podrá decirse que no esté debidamente aprobado por el comisario político; nada
podrá escribirse, publicarse, que no se ajuste a la visión sectaria de los
cobardes que han esperado a que Franco lleve muerto cuarenta años para gritar
como mujerzuelas -o como hombrezuelos- lo que no tuvieron cojones de decir
cuando había quien conocía la verdad de primera mano y podía darles el ejemplo
de su propia vida.
Han esperado cuarenta y tres años; más de los que Franco
estuvo en el poder sin ninguna oposición seria, y sólo la testimonial y bien
consentida de tres monárquicos anquilosados y cuatro rojazos con los que nadie
se metía, y que vivían mejor de lo que nunca soñaron en su paraíso soviético;
han esperado cuarenta y tres años -si bien con la anticipación del señor
Zapatero- para atreverse a insinuar que van a exhumar los restos de Franco de su
sepultura. De la sepultura donde decidió que fuera enterrado Juan Carlos I.
Y lo acabarán haciendo, por supuesto. Acabarán exhumando
los restos de Francisco Franco. De José Antonio Primo de Rivera, que no tuvo en
la guerra ninguna participación porque el Gobierno sectario de la República lo
había encarcelado meses antes del Alzamiento, y que fue fusilado tras un proceso
ilegal. Exhumarán los restos de aquellos que fueron inhumados con el
consentimiento de sus deudos y ahora reclaman a ver si consiguen trincar pasta
con el cadáver del abuelo o bisabuelo.
Lo acabarán haciendo, porque esta canalla no es capaz de
crear nada, de solucionar nada, de mejorar las condiciones de vida de nadie mas
que de sí mismos y sus paniaguados. Porque esta canalla vive del rencor, de la
envidia, de la miseria moral del salteador de tumbas; porque está encastillada
en mantener viva una guerra que terminó hace casi ochenta años; porque, como
queda dicho, siguen viviendo cojonudamente contra Franco.
Lo acabarán haciendo, y probablemente no habrá quien lo
impida, porque los que aún tenemos vergüenza estamos desunidos, desorganizados,
algunos incluso engañados por chalanes que se hacen pasar por algo diferente a
lo que realmente son -vulgares lacayos del sistema corrupto-, y algunos otros
tan hartos y aburridos que no creemos ya en palabras y únicamente creeremos en
acciones.
Lo acabarán haciendo; exhumarán los restos de Franco y
José Antonio, y profanarán las tumbas, y volarán la Cruz -la cabra tira al
monte, y sus padres aún más-, y todo ello ya está vaticinado en el magistral
V Centenario de mi camarada Rafael García Serrano.
Y, ¿saben qué, señores canallas, señores hideputas,
señores cabestros y gilipollas? Que también está escrito el final de todo ello.
Dios lo quiera, y me permita verlo y aún tomar
parte. Amén.
_____________
(1) Hideputas, señor fiscal, es término abundante en el
cervantino Quijote. Además, siempre conviene declarar que no es lo mismo ser un
hideputa, que es condición particular de cada individuo (o individua, o
individue), que ser el hijo de una puta, lo cual afectaría a la madre del
interfecto. Quede, pués, aclarado, que no pongo en tela de juicio la moralidad y
las costumbres de las progenitoras B (ó A, ó Z) de los susodichos.
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