Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 23 de agosto de 2018

SOBRE LO QUE MAÑANA NO SE PODRÁ DECIR.

Y si no mañana, pasado, o dentro de quince días porque -según informaciones no confirmadas, pero probablemente ciertas- cuando el señorito Sánchez haya pagado lo suficiente a sus socios, la Ley prohibirá hablar bien del Excelentísimo Señor Don Francisco Franco Bahamonde, Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo de España por la Gracia de Dios.

Dicha prohibición chocará frontalmente con el artículo 20 (1) de la Constitución. Dicha prohibición chocará frontalmente con el artículo 14 (2) de la Constitución. Dicha prohibición chocará frontalmente con el artículo 16 (3) de la Constitución. Y no habrá nadie -de los legitimados por la Ley, porque los ciudadanos de a pié no contamos- que promueva un recurso de inconstitucionalidad.

Por ese motivo, y aprovechando que -por lo menos hoy- ninguna Ley democrática, avanzada y progresista, promulgada por la izquierda con la anuencia de la derecha, el centro y los que no saben qué son ni dónde están me lo prohíbe, voy a copiar un artículo que publiqué en su día en La Nación, cuyo editor a la sazón, Félix Martialay, me hizo el honor de situar en primera página como podrán comprobar pulsando sobre la imagen.

Se trataba en aquél tiempo de hacer frente a las absurdas patrañas de los pijoprogres, que elogiaban la labor de los embajadores españoles en la salvación de miles de judíos durante la GMII, pero no dejaban de afirmar que estos diplomáticos lo hacían en contra de las directrices del Gobierno de España, presidido por Franco.

Ahora no se trata del tema de los judíos rescatados por diplomáticos españoles -aunque es una falacia recurrente-, sino de condenar, vilipendiar y anatematizar a Franco como sea, desde todas partes -ahí están las declaraciones del Pablito populachero hace unos días-, desde todos los periódicos salvo contadas excepciones, desde todas las covachas partidistas, desde todos los muladares creadores de opinión. Todo ello, sin darse cuenta -porque encima son cortitos- de que hacen que toda su inquina, toda su garrulez, toda su topiquería, gire en torno a quien falleció, de forma natural y en la cama de uno de los hospitales que él había creado, hace casi cuarenta y tres años. 

Siguen, los hideputas, viviendo cojonudamente contra Franco, y sería parecerme a ellos el callar lo que dije hace casi un cuarto de siglo. 


LA NACIÓN
NUMERO 128 - 30 DE MARZO AL 12 DE ABRIL DE 1994

Yo sí colaboré con Franco.

Leyendo la prensa, viendo la televisión y escuchando la radio, he llegado a la conclusión de que nadie, nunca, colaboró con Franco. Al menos, nadie de los que tiene voz en los medios de comunicación, y nadie de los que esos medios de comunicación llevan a su palestra.

Así, el Embajador Sanz Briz salvó a millares de judíos de la persecución nacional-socialista por propia iniciativa y —según Antena 3 TV— en contra del entonces Jefe del Estado, Generalísimo Franco. Otros muchos embajadores españoles, exactamente igual.

Parece ser que todo lo bueno que se hizo —que fue mucho— en casi cuarenta años, fue obra de personas que trabajaban en contra de Franco. En cambio, todo lo malo que ocurrió —que también lo hubo, qué duda cabe, porque nadie es perfecto— lo hizo Francisco Franco directa y, si me apuran, personalmente.

Como ya comentaba La Nación en un número anterior, no deja de ser extraño que tantas personas que hacían su labor en contra —dicen— de las órdenes de Franco, fueran mantenidas en su puesto por el feroz dictador. No me cuadra que ningún Jefe de Estado o de Gobierno mantenga en las Embajadas al personal diplomático que no sigue sus instrucciones.

Pero es que, profundizando un poco, me parece que hay que padecer cierto cretinismo congénito para creer que un Embajador de España pudiera salvar a miles de personas, ateniéndose a un Decreto del General Primo de Rivera —otro dictador, ya ven ustedes— pero en contra de los deseos de Franco. Por la sencilla razón de que a Francisco Franco le hubiera basta un plumazo para derogar ese Decreto, si le hubiese venido en gana. Y con el beneplácito —no se olvide— de buena parte de la población española de la época.

Sin embargo, me parece muy lógico que la prensa liberal aproveche cualquier ocasión para atacar a Franco. A falta de algo bueno que comentar sobre la actualidad, lo más natural del mundo —particularmente entre cobardes— es seguir dando lanzadas a moro muerto, y vivir —todavía— de la herencia. ¡Menuda herencia, la de Franco, que dura después de casi 20 años de dilapidación! ¡Menuda figura histórica, que casi 20 años después de muerto sigue siendo imprescindible para todo tipo de prensa, radio y televisión!

Por otro lado, no deja de asombrar la ubicuidad de Franco. Si creemos a los plumíferos o verborreicos de hoy, en todas partes estuvo para hacer el mal. En cada ciudad, en cada pueblo, y en cada casa de España, se personó Francisco Franco para hacer daño. Cada Ley, cada Decreto, cada Orden Ministerial, cada Reglamento, lo redactó él personalmente. Ya me dirán ustedes si no supone esto el reconocimiento implícito de una asombrosa dedicación y capacidad de trabajo.

Estoy tentado de terminar aquí este artículo. De admitir que todo lo hizo él; solo, sin ayuda, sin colaboración; que todo lo hizo él, y en contra de todos los españoles o, al menos, del noventa y nueve por ciento. Que Franco tuvo en su contra a los diplomáticos, a los militares, a los ministros, a los funcionarios, a todo el pueblo. Que él, solo, hizo su santa voluntad frente a 20, 30 ó 40 millones de españoles. Y de terminar, entonces, con la única frase —en tal supuesto— posible; ¡Ole tus cojones! 

Sin embargo, voy a terminar de otra forma. Voy a terminar declarándome corresponsable. Aunque no sea cierto, porque en 1975 el que suscribe no había alcanzado la mayoría de edad y, en consecuencia, no podía participar en la vida política nacional. Es lo mismo; cuando todo el mundo se afana en declarar que estuvo en contra de él, yo estoy dispuesto a jurar (seguro que Dios no me tendrá en cuenta la falsedad, porque si bien es cierto que no lo fui de hecho, también es cierto que me hubiera encantado llegar a tiempo de serlo) un ferviente colaborador del Caudillo Francisco Franco.

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(1) Artículo 20.
1. Se reconocen y protegen los derechos:
a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.

(2) Artículo 14.
Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.

(3) Artículo 16.
1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.


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