Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 20 de mayo de 2017

SOBRE LA GUERRA DE HOMS.

El señor Homs, qué duda cabe, es un machote. Es tan machote como sólo puede serlo un mamarracho aldeano, que de su cazurrería hace blasón; de su necedad razón, y de su canguelo chulería.

Es un machote que él solito va y declara la guerra a España, ahí es nada; pa chulo él, y pa pegarse los cretinos que le siguen y le pagan las bromas.

El señor Homs, en su estupidez sobrevenida, afirma que «Ya hemos declarado la guerra y no tiene marcha atrás, las decisiones ya se han tomado, las ha tomado el pueblo; en términos bélicos ya se ha dado la instrucción de ''a la carga''». Si, como personas normales, no se lo pueden creer ustedes, compruébenlo en ABC y -para que no digan- en El Nacional de Barcelona.

Flotando en su nube -o intoxicado por sus propios excrementos mentales- el señor Homs afirma que el Gobierno -el español, claro; que aunque él lo ignore como buen cateto, es el que le da legitimidad al de su región- «aborda la cuestión catalana como una guerra convencional».

El señor Homs podría ser más tonto, si; pero entonces seguramente hubiera nacido besugo. Casi dan ganas -que es lo que él y los ignorantes de su cuerda parecen anhelar- de demostrarle cómo se hace una «guerra convencional». Pero ya les comenté hace unos días cual es el procedimiento adecuado para tratar con estos payasos, dicho sea en primera acepción: aplicar la Ley vigente, y punto. Pero aplicarla en serio, y mejor ayer que hoy.

Además, si el señor Homs -y los papanatas que le secundan- tuvieron un mínimo de cultura -ese obstáculo insuperable para ser catalanista- debería saber que la democracia internacional considera que el Estado que declara una guerra es, automáticamente, considerado culpable de la misma, razón por la cual en el ancho y largo mundo no ha habido una sola guerra -oficialmente declarada- desde que acabó la mundial segunda.

De esta forma, resulta que el señor Homs y sus cenutrios de guardia se han confesado culpables de una guerra de agresión que, según el precedente de Nuremberg les debería llevar -democráticamente- a la horca.


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