Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

domingo, 14 de marzo de 2010

SOBRE EL HOMENAJE.

El recibido por el escritor Miguél Delibes en su defunción.
He leído a Miguél Delibes. Lo he leído por obligación -cuando en el Bachiller y el COU se leía- y no lo he vuelto a leer por devoción. Porque a mí -contra lo políticamente correcto- las obras de Miguél Delibes que leí -El camino y cinco horas con Mario- no me gustaron nada. Así es que, como el tiempo es limitado y la tarea mucha, decidí inclinarme por lo que me resultaba interesante.
No se si Miguél Delibes escribía tan bien como dicen los panegiristas, y es mi gusto el que anda descarriado. Tampoco voy a decir que lo hiciera mal, ni mucho menos. Simplemente, que ahora, cuando todo el mundo se hace lenguas, voy -como suelo- a la contra e, independientemente de los muchos méritos, que no discuto, ha habido otros muchos escritores que -con igual o mayor merecimiento- no han recibido igual homenaje.
Rafael García Serrano -maestro al que venero como al mejor escritor en lengua española de todos los tiempos- falleció hace ya muchos años, en el lejano 1988, y su muerte no mereció mas allá de cuatro necrológicas agridulces, en las que -a la vez que se alababa su genialidad- se le ponía el contrapunto de su ideología: había sido falangista hasta su muerte, y eso no se podía perdonar.
Así es que, sin negar los merecimientos de don Miguél Delibes, no puedo dejar de indignarme -con un punto de lástima y otro de ira- ante los sinvergüenzas que niegan el pan y la sal a los muertos en función de sus antipatías ideológicas.

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