Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

domingo, 1 de enero de 2012

SOBRE EMPEZAR EL AÑO.

A mis amigos, camaradas y habituales de este diario cuyo teléfono móvil conozco, les envié ayer -a media tarde, por aquello de los atascos de las ondas- un mensaje breve; algo así como "Feliz salida y entrada de año, y que el 2012 nos traiga salud".

Para mi, que uso el móvil exclusivamente para que me pueda localizar quien quiero que me localice en caso de necesidad, y que huyo del chirimbolo tanto como mi dignidad permite, acertar con todas esas letras ya supone un triunfo. Habrá quien al leer esto se ría -y hará bien- pensando qué tipo de carcamal, homínido paleolítico, anciano australopiteco, no usa el teléfono móvil a todas horas y no tiene callo en los dedos de tocarle las teclas al chisme. Yo también podría reírme -y así mismo haría bien- si esos risueños tecnológicos no hubieran leído a Spengler, a Ortega, a Kant... o -más motivo para la risa, puesto que los tienen más cerca- a Pío Baroja, a Unamuno, a Foxá, a Luys Santamarina, a Ángel Palomino, a Arturo Robsy o a Rafael García Serrano. Pero no va por ahí la cosa.

El caso es que -vuelvo a donde estaba- después de escribir esas breves palabras, no me quedaba gana, ni sitio, para seguir, y explicar que si deseo salud es porque prosperidad a la vista está que no va a haber. Menos aún tenía sitio para desear a mis amigos, a mis camaradas, a mis visitantes habituales o esporádicos, lo que de verdad deseo a todos los españoles, a España y -ya puestos, aunque no se lo merezca- al mundo: un año revolucionario y nacionalsindicalista, que de una santa vez nos traiga el pan, la Patria y la Justicia.

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