Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 28 de octubre de 2014

SOBRE LOS ESCANDALIZADOS.

Anda el personal escandalizadillo, a ratos obnubilado, a ratos sorprendido, y generalmente cabreado. Todo ello, a cuenta del cosechón de chorizos que una leve -levísima- pasada investigadora y justiciera está logrando.

Los famosos asuntillos de los ERE de Andalucía ya casi quedan ocultos bajo el montón de nuevos latrocinios, como el de la UGT de Asturias, que se financió con los dineros destinados a la atención de inmigrantes; los miles -muchos miles- de millones de la familia Pujol casi han quedado ocultos por la máxima desfachatez de las tarjetas negras de Cajamadrid; las nuevas cuentas en el extranjero que cada pocos días se le descubren a Bárcenas, quedan rápidamente eclipsadas con las de otros individuos como el separatista Trias. La entrada en prisión del exalcalde de Jerez, el famoso en su día Pedro Pacheco, por unos enchufes de nada, quedan en moco de pavo frente a las irregularidades de los contratos del Consejo General del Poder Judicial, ahí es nada. Y por si fuera poco, ayer mismo eran detenidos 51 mangantes, muy poco presuntos, pertenecientes a PP y PSOE, y repartidos por cuatro autonomías.

Y esto no es más que un ligerísimo repaso a la actualidad de la -como la define mi camarada Eloy- democaca española. Término muy bien traído, porque resulta evidente que esto es una democracia de mierda, que todo el sistema está lleno de caca desde abajo hasta arriba, que nuestros políticos son puro detritus, los partidos una guanera, y la vida pública toda, una zafia cochiquera. 

Pero término -lo de la democaca, digo- igual de bien traído en un sentido casi etimológico, porque el nuestro, hoy en día, es un pueblo -demos- de auténtica mierda, que asiste como si no fuera con él a toda esta exhibición de desvergüenza. Se asombra hasta la juez encargada del caso, de la manera en que el embaucador que denomina la prensa el pequeño Nicolás haya logrado introducirse en los más altos círculos. ¿Asombro de qué? Eso no es mas que la prueba de que todos -desde la princesa altiva, que diría don Juan Tenorio, etcétera, etcétera- están tan acostumbrados a que haya cohechistas, a que se presenten conseguidores, a que se mezclen facilitadores, que admiten a un jovenzuelo así como lo más normal.

Y uno piensa si el personal asombrado, molesto, obnubilado, sorprendido y cabreado no haría bien en preguntarse quien tiene la culpa de todo esto. Indudablemente, los que han metido mano, han trincado comisión, han puesto el cazo para recibir su -Maragall dixit-  tres por ciento -o cinco, o siete...-; los que han recibido sobres, los que han desviado partidas presupuestarias, los que han falseado documentación; los que han alterado los trámites legales... O los que, sin hacerlo personalmente, lo han conocido y han callado como...; en fin, ya se hacen cargo.

Pero, si no fuéramos tan cenutrios -vaya, si no fueran ellos, los ciudadanitos de voto cuatrienal y capado, dado que yo jamás he caído en esta fiesta en torno a los vespasianos democráticos salvo en las contadas ocasiones en que había algo mejor que el resto- podríamos preguntarnos si la mayor parte de la culpa no la tienen esos mismos ciudadanos sorprendidos y escandalizados, que han puesto en donde pudieran trincar a los sinvergüenzas, y en ello siguen -hoy por ti, mañana por mí-, aupando cada uno a los suyos para que sigan en lo mismo.

Porque la culpa final, la auténtica culpa, la tienen los que votan al partido X o al partido Y, o al partido Z, hagan lo que hagan y digan lo que digan. Los que votan a los corruptos del PSOE porque son de los suyos, y si roban los suyos está bien, que para eso han robado los otros antes. Los que votan al PP -según gráfica expresión- con la nariz tapada, porque la falsedad y la podredumbre les asalta la pituitaria a cien metros. Los que votan opciones demagógicas para darles un aviso a los otros. Los que votan a garrulos marxistas leninistas -con comportamiento interno puramente estalinista- que nos meterán -falta cosa de un año- en un régimen netamente bananero, evomoralino, chavista o pajaritomadurero. 

En fin: que menos asombro, menos sorpresa, menos cabreo, y más consecuencia. Porque tenemos -y salvándonos demasiado pocos- lo que hemos elegido.

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