Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 14 de julio de 2009

SOBRE "LAS VARAS DE MEDIR DE LOS MASONES".

Que así se titula un artículo recibido desde la lista de distribución de Pensamiento Hispánico (si alguien hay interesado en recibirlos, puede darse de alta enviando un correo a pensahispa@latinmail.com) y que aclara e ilustra lo que comenté en mi anterior entrada SOBRE LOS OBISPOS BASKOS.
Aquí lo transcribo, para información de los amigos lectores e iluminación de de alguna mente roma (en minúsculas), que pudiera caerse del guindo sobre este modesto diario.
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LAS VARAS DE MEDIR DE LOS MASONES

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Ricardo Blázquez, Juan Maria Uriarte y Miguel José Asurmendi, tres de los agentes que el Maligno tiene insertados en el seno de la Iglesia Católica (desgraciadamente no son los únicos), han tenido a bien hurgar más si cabe en las heridas que están siendo reabiertas en el pueblo español. Hacía décadas que habían cicatrizado, pero a eso no se resigna el Maligno.
Para mayor inri, estos infiltrados afirman que no quieren reabrir heridas. No obstante, lo han hecho en un acto injustamente amparado en el paraguas religioso, con el único fin de aumentar la profunda confusión que sus hermanos masones ya han sembrado en la vida política española. El motivo lo tenían pintiparado: Catorce sacerdotes fueron fusilados por las tropas nacionales entre 1936 y 1937. Dicho así, lo tienen a huevo. No en balde les ampara la sentina democrática en todos sus ámbitos: Desde la prensa hasta la profunda incultura histórica en que sus planes de educación han sumido al pueblo español. Pero la verdad es que fueron fusilados entre Septiembre de 1936 y Junio de 1937.
No voy a justificar ninguna muerte violenta. Sólo quiero remarcar quién es mártir del cristianismo, y quién no lo es, y los catorce sacerdotes ejecutados por los nacionales, sencillamente no son mártires de la fe; en todo caso son mártires del separatismo, que es distinto. Tampoco voy a hacer valer que en 1936 y 1937, en Vizcaya, y bajo la tiranía democrática del momento, fueron asesinados 39 sacerdotes... entre un total de 344 personas que se encontraban presas, siendo responsable de Gobernación el nacionalista Telesforo Monzón.
Los homenajeados y punto menos que beatificados por los Elipandos vascos fueron fusilados por incitar a los jóvenes nacionalistas a que tomasen las armas en defensa de la República. Insisto, no voy a valorar si es correcto o no; sólo a señalar si estos fusilamientos son equiparables a la persecución religiosa llevada a cabo por la democracia en 1936, y que segó la vida a 14 Obispos, más de 7000 religiosos y muchos más miles de fieles cristianos...
Un poco de memoria: Dos de los sacerdotes objeto de la pantomima llevada a cabo por los Elipandos, se presentaron en Oyarzun a los requetés diciéndoles que Rentería estaba abandonada. Una sección de requetés fue enviada y cayó en una emboscada, resultando aniquilada. Los sacerdotes fueron fusilados; no por la fe, sino por la traición, irreconciliable con la fe.
Alejandro Mendicute se destacaba en los mítines nacionalistas, políticos, hasta llegar a afirmar que "eso de que el Corazón de Jesús reinará en España es una patraña, porque ni España puede llegar a tanto, ni el Corazón de Jesús tan bajo". Fue fusilado; ¿por causa de la fe?... Da la sensación que por causa política que no voy a tratar.
El resto, a lo que parece, estaba cortado por el mismo patrón. Y con el mismo patrón, como católico, apostólico, romano, puedo llegar a reconocerlos como miembros de la Iglesia; no lo sé, pero les concedo el privilegio de la duda; privilegio que no concedo a los Elipandos. Pero lo que parece absolutamente inaceptable es la manipulación del hecho por parte de los Elipandos, máxime cuando esos mismos Elipandos están poniendo inenarrables trabas para la beatificación de personas que manifiestamente sí fueron mártires de la fe a manos de los demócratas en los nefastos años treinta del pasado siglo...
¡Viva Cristo Rey!». Tales fueron las últimas palabras de un joven español de veintidós años, muerto por la fe el 29 de septiembre de 1936. El Papa Juan Pablo II, en la Homilía de la beatificación de 233 mártires españoles, celebrada en Roma el 11 de marzo de 2001 diría de él: «Consciente de la gravedad del momento, el joven Francisco Castelló Aleu no quiso esconderse, sino ofrecer su juventud como sacrificio por amor a Dios y a sus hermanos».
Francisco Castelló, junto a los miles de cristianos asesinados por el hecho de no renunciar a su fe, sólo podía pretender ser admirado y querido por los cristianos... y por supuesto, por los obispos encargados de la grey. Evidentemente no es el caso de los catorce objeto de atención de los Elipandos vascos.
Pero lo que no podía sospechar Francisco Castelló era que, 73 años después de ser martirizado, un infiltrado, no sabemos si acaso masón, llamado Juan Piris, Obispo de Lérida, menospreciase públicamente su martirio al tiempo que otros de la misma categoría que Piris, en Vascongadas, pretendían que ocupase su lugar terceros que, ni de lejos, pueden aspirar a ello.

Antonio Cifuentes

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