El de Santiago Carrillo Solares, hijo de un Wenceslao socialista al que repudió, genocida protegido por los garzones de este muladar, delator de cientos de compañeros a los que prefirió hacer mártires para vivir a su costa.
El genocida Carrillo -dicen- celebró la muerte de Franco -de enfermedad y en la cama de un hospital de la Seguridad Social que José Antonio Girón creó bajo el mandato del Caudillo- brindando por ella. Con las burbujas debió tragarse la vergüenza -ya, ustedes perdonen, no la tuvo jamás- de que su enemigo se muriese de viejo.
Yo, que soy falangista por la gracia de Franco -como cualquiera que lo sea y que tenga menos de 90 años-, no voy a brindar con champán. Ni siquiera con agua del grifo. Precisamente porque ser falangista obliga a mucho.