Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 16 de mayo de 2009

SOBRE LA (POCA) VERGUENZA.

Que, aunque ocurrida hace tres días, comentaré hoy.
La vergüenza es, evidentemente, la de la pitada al Himno Nacional de España en la final de la Copa del rey. Pitada organizada por entidades perfectamente conocidas e identificadas. Pitada soportada con ejemplar mansedumbre -mansurronería, más bien- muy alejada de la bíblica, por reyes y roques, y por hideputas separatistas de palco real.
No había escrito nada hasta ahora, porque ando liado con asuntos familiares, y a medio camino entre desganado y aburrido por la repetición machacona -de burro en noria- de la llamada actualidad.
Porque esto no es nuevo. Una de las cosas buenas -por ser optimista, vaya- de tener años a la espalda, es comprobar cómo se repiten las cosas, porque los mismos tontos producen los mismos resultados según ley inmutable de la Historia.
En 1992, cuando la famosa Olimpiada de Barcelona, la llegada de la antorcha olímpica a Ampurias (Gerona, con "e"), produjo la estampida de los separatistas que -bajo la pacífica mirada de las supuestas FOP- quemaron Banderas de España. Banderas que llevaron ex profeso para quemarlas, porque las que llevaban mis camaradas de JJEE regresaron sin novedad, aunque habiendo sido testigos de alguna bofetada. Aquí tienen la foto que publicó EJE en portada, y si quieren comprobar la fecha y leer el reportaje, basta que hagan click sobre las fotos pequeñas. Muy tonto hay que ser -o muy cabrón- para rasgarse ahora unas vestiduras que de antaño están podridas.
Han pasado 17 años -mes arriba o abajo- desde entonces. Y estamos en las mismas, aunque debidamente aumentadas y corregidas, porque toda bola de mierda que no es detenida en su momento, tiende a engrosar. ¿De qué se extrañan, pues, los periódicos, las televisiones y las radios? No se han puesto soluciones, y ahora pasa lo que pasa.
Y soluciones hay algunas, ya conocidas de sobra y que no merece la pena repetir, y que se resumirían en una sola: aplicar la Ley, que para eso está.
Pero, curiosamente, lo que se me viene a la imaginación es una escena protagonizada por Napoleón Bonaparte. Deambulaba, de teniente, por el París revolucionario, y observó como las turbas intentaban asaltar Las Tullerías mientras los revolucionarios blanditos anteriores a Robespierre no sabían qué hacer con la ciudadanía cabreada. Tiempo después le preguntaron qué habría hecho él.
- Dispararles dos cañonazos, y todavía seguirían corriendo.
Las reclamaciones, al maestro Bonaparte.



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