Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 10 de marzo de 2015

SOBRE LA MEGALOMANÍA DE DOÑA ESPERANZA.


La que dice que no tiene, en vista de lo cual no piensa pisar la sede de Cibeles, en la que su enemigo Gallardón se gastó entre 126 y 140 milloncejos de nada, según qué fuente indique la cifra.

Doña Esperanza dice -lo cuenta 20 Minutos de hoy, página 4- que el mantenimiento, conservación, seguridad, calefacción y aire acondicionado del palacio de Cibeles cuesta demasiado, así es que si logra la alcaldía se volverá a la Casa de la Villa. Pero, eso si, no piensa gastarse mucho en el traslado, porque sólo se llevara su despacho. Se supone -digo yo- que también se llevará los despachos de sus colaboradores más próximos, porque si no el despiporre de viajes entre Cibeles y la Casa de la Villa iba a ser de aúpa.

Pero demos por bueno ese minitraslado y vayamos a otras cosas. Por ejemplo, a qué va a hacer doña Esperanza con el Palacio de Cibeles. Porque si sólo se traslada ella y unos cuantos colaboradores y funcionarios, el resto deberá quedarse allí. Y entonces habrá que seguir gastando lo mismo en calefacción y en aire acondicionado. ¿O es que doña Esperanza tiene derecho a estar calentita o fresquita -según la época, no me sean malpensados- y el resto del personal que se joda?

Y habrá que seguir gastando lo mismo en mantenimiento. ¿O es que doña Esperanza tiene derecho a lavabos con agua corriente y techos sin goteras, y ascensores que suban y bajen, y el resto del personal que se apañe con un cubo para recoger el agua de lluvia cuando jarree, y la use en los cuartos de baño; y que suba y baje por las escaleras aunque lleve encima mucho más peso que el bolso de marca?

Y habrá que seguir teniendo seguridad. ¿O doña Esperanza merece tener guardias a las puertas, pero al resto del personal no importa si le roban o pinchan, o apalean, en su puesto de trabajo?

¿Qué hará, entonces, doña Esperanza con el Palacio de Cibeles? ¿Lo dejará como está, sólo que gastándose más en colocar sus posaderas en otro edificio? ¿Lo dejará vacío? 

Y si lo deja vacío y no se gasta en mantenimiento ni conservación ni seguridad, ¿qué tendremos en Cibeles dentro de unos años? ¿Otro Palacio vacío, lleno de telarañas, de polvo y de mugre, que necesitará de una inversión millonaria para ser puesto de nuevo en uso; otro palacio fantasmal? 

¿O tendremos -con o sin traslado, y gane quien gane- un edificio lleno de fantasmas?

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