Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 28 de agosto de 2010

SOBRE UN COMENTARIO Y UNA INFORMACION.

Comentario que hizo Isabel I la Católica, y que transcribo:
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Yo no sé quién venció en la Guerra Civil, para eso está la Desmemoria Histérica para confundir. Pero grave es que se hayan dado cerca de 6 millones de euros para seguir esquilmando el Presupuesto con sandeces:
5 millones de euros tirados a la basura
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Bueno, Isabel, ese enlace que proporcionas ilustra muy bien cual es el interés de la Memez Histérica: sacar cuartos y vivir a costa de los españolitos que se dejan esquilmar -casi esquilar-, y seguir con el cuento.
Por lo que respecta a la guerra, está claro quien la ganó. La ganó España.
La ganó Franco, como ahora dicen; pero también la ganaron los cientos de miles de voluntarios de Falange y del Requeté que se levantaron el primer día. La ganaron los millones de españoles que no querían vivir en Rusia, y ahí están las fotos de la Puerta de Alcalá roja para que nadie diga que exagero.
La guerra la ganaron los que no se resignaron a ser asesinados, a ser acallados, a ser esclavizados. La ganaron los que -como tantas veces a lo largo de la Historia- se negaron a aceptar un Gobierno entregado al el extranjero. La ganaron los que aunque no tuvieran ideas políticas definidas, tenían vergüenza.
La ganó Franco, y la ganó Mola, y la ganó Queipo, y la ganó Millán Astray; la ganaron Yagüe, y Asensio, y Barrón, y Varela, y Rada, y los hermanos Lastra, y Beorlegui, y el alférez provisional Rafael García Serrano y el soldado Enrique Estremera, mi padre.
Y esto es lo que les joroba a los cretinos de la estupidez histérica: que lo que ocurrió no hay quien lo mueva, y que digan las mentiras que digan, la verdad sigue siendo la verdad. Que el capitán Rodríguez fue un traidor, y su nieto Rodríguez sigue siendo nieto de perdedor, y lo seguirá siendo siempre. Porque como se empeñen, habrá que volver a correrlos a gorrazos, a ver si entienden de una puñetera vez quien ganó la guerra.
Y lo mismo nos apiolan cualquier día a los que aún sabemos la verdad y la decimos; pero no importa, porque la verdad seguirá siendo la que es. Ya llegará algún extranjero que se la cuente a los memos histéricos, y entonces se quedarán boquiabiertos, como si fuera algo nuevo, como si no fuera la realidad de siempre, de todos los días.
Claro está que siempre habrá tontos que no crean a los que conocemos y decimos la verdad, y aplaudirán con las orejas al nieto de traidor ajusticiado. Esos serán los nuevos rojos a los que habrá que batir y, en vista de lo chapuceros y de lo imbéciles que son, lo vamos a tener chupao.

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