Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 11 de octubre de 2014

SOBRE LA FIESTA DE LO QUE NO EXISTE.

La fiesta se supone que es la de lo que pomposamente se denomina Fiesta Nacional de España; esto es, lo que siempre ha sido la Hispanidad e, incluso, la Fiesta de la Raza.

Raza -obvio es decirlo, pero puede haber visitantes extranjeros y siempre hay tontos aborígenes- que no tiene nada que ver con el concepto biológico, sino con el espiritual. Así lo entendía Rubén Darío en su Oda a Roosevelt cuando le advertía al yanqui que se la envainara, y creo que la referencia no puede ser mejor.

El problema es que hoy, el maestro Rubén quizá encontrase los cachorros del león español en la -así la llamaba él- América española, pero difícilmente lo encontraría en España. Porque España no existe para casi nadie. No existe para los partidos políticos, donde los dos supuestamente grandes se enredan entre conceptos discutidos y discutibles o patriotismos constitucionales, y el resto ni la nombra  mientras trinquen pasta gansa de los presupuestos.

España no existe para los españoles, que son sociatas, peperos, liberales, rojos del rosita al bermellón, malnacidos todos que reniegan de su madre, y que para defenderla -o simular que la defienden, porque en el fondo a todos les importa tres leches- recurren a leguleyismos en vez de a la santa ira.

Me consuela imaginar que probablemente esto mismo han pensado muchos a lo largo de los tiempos, y gracias a Dios las cosas se acabaron arreglando. Y espero equivocarme como ellos, tal y como erraba, por ejemplo, el curica que afeaba las costumbres y la molicie a los asistentes al funeral del Gran Capitán, y andábamos en los comienzos del reinado del gran Carlos. Y espero tener aún tiempo de ver el renacer del león hispano y -Él lo haga- participar en ello.

Parece difícil, en un pueblo anestesiado, adocenado, abatallonado, incapaz de ver más allá del pesebre y la prebenda. Un pueblo que hasta se ha dejado convencer de que uno de sus mayores timbres de gloria -el descubrimiento de un Nuevo Mundo- fue un horror, sin fijarse en que se quejan de los genocidios que nunca fueron los claros descendientes de los indígenas de la América española -miren al difunto Hugo, al pajarito Maduro, al inconcebible Evo, a los miles de hispanoamericanos que viven en nuestra Patria- y los pedantes de obediencia anglosajona.

Ellos son los que rechazan y reniegan de la Hispanidad -una Hispanidad que podría enderezar el rumbo de un Mundo absurdo, y que constituye una aspiración irrenunciable del Nacionalsindicalismo- y a este propósito mi camarada Arturo Robsy, que está en los luceros, escribió una novela espléndida y brillante, emocionante y divertidísima: Antidescubrimiento de América.

Como Arturo era -es- un caballero generoso, como buen español, la referida novela la entregó para el disfrute libre de quien la quisiera -está registrado, pero se puede copiar y difundir. Imprimir en modo comercial, nanay, dijo Arturo-, y así se la puedo ofrecer: pulsen sobre el título resaltado y la podrán descargar.

No quiero hoy hablar de lo que todos tenemos en mente: del gobierno autonómico y sedicioso de la región catalana; de los baskos -no vascos- que se aprestan a recoger las nueces de los árboles que otros ha movido; de los aldeanos de Galicia, de los cortijeros de Andalucía, de los gilipollas de la misma Castilla, que se apuntan a la moda del separatismo.

Para todos esos, ahí les dejo el Himno Nacional en los altavoces, y que se jodan. Y a los que el Himno Nacional no les molesta, el saludo:


¡Viva América!  ¡Arriba España!

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