Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 23 de julio de 2014

SOBRE MI CAMARADA ARTURO.

Mi camarada Arturo Robsy, de cuyo fallecimiento están ustedes enterados porque aquí mismo, hace unos días, tuve que informarlo.

Me han llegado comentarios de personas -queridos amigos y camaradas también- que afirman haber conocido a Arturo a través de este diario, y eso me pone en la obligación de intentar explicar quien fue Arturo Robsy, uno de los mayores genios literarios de España, casi desconocido -o sin casi- del gran público, porque era -es- falangista en un tiempo en que la casta política dominante alterna con los asesinos comunistas, pero anatematiza a cuantos no entramos por el aro de -como dice mi camarada Eloy- la democaca.

Conocí a Arturo -de referencia- en los últimos años 80. Andábamos haciendo lo que podíamos -que durante un tiempo fue bastante y bien- en Juntas Españolas, y entre los proyectos que pusimos en marcha estuvo la revista EJE. Desde ella quisimos ascender a editorial, y preparamos un libro de homenaje al gran maestro Rafael García Serrano, pidiendo a quien se nos ocurrió y conseguimos localizar una semblanza, un comentario, un artículo, lo que fuera, para ese libro. No fueron muchos los llamados, pero sí fueron casi todos los que respondieron; y entre ellos, con la generosidad que siempre le caracterizó para la lucha común, Arturo. Aquí, al final, les ofreceré aquella contribución a un libro que no llegó a ver la luz. 

Además de sus folios, Arturo nos propuso algunos proyectos; entre ellos, que nos conectáramos a su BBS, para lo cual nos facilitaba los parámetros de configuración necesarios. En aquellos tiempos no existía Internet ni el correo electrónico; al menos, no para el público, y el colmo de las telecomunicaciones eran las BBS, que venían a ser como unos tablones de anuncios digitales en los que intercambiar desde saludos a documentos o programas que el autor colgaba para uso público.

A mí me pilló demasiado verde -de hecho, creo que ni siquiera tenía aún ordenador- y al camarada que se ocupaba de los temas informáticos le ocurrió una desgracia familiar a la que tuvo que dedicar todo su tiempo, así es que no fue posible aquél contacto informático.

Luego pasó lo que pasó, el libro no se publicó, Juntas Españolas no pudieron resistir los torpedos que se les disparaban desde dentro, y aquella hermosa aventura se fue al garete justo cuando se empezaban a ver los frutos. Nada nuevo bajo el sol.

Pasó, también, que perdí aquél breve contacto con Arturo hasta muchos años después. Concretamente, hasta que una enfermedad me obligó a pasar demasiado tiempo en casa, casi sin más contacto humano -fuera de la familia- que el que pudiera procurarme Internet. De ahí surgió una participación más o menos activa en las webs nacionales, donde conocí y -para mi sorpresa- me reconocieron algunos buenos camaradas, con los que formé piña. O escuadra.

También de aquello salió este diario. Y uno de aquellos camaradas que encontré en Internet -y al que sin este recurso no habría conocido jamás, pues vivimos en diferentes provincias; él en Valencia, yo en Madrid- le envió un artículo mío a Arturo, con quien él sí tenía contacto. 

Quiso Arturo entrar en contacto conmigo, y a través del común amigo y camarada fue posible algo para lo que yo, por mi cuenta, no me hubiese atrevido, pues Arturo Robsy era un indiscutible maestro, una leyenda, y yo un modesto aprendiz.

Por supuesto, enseguida vi que Arturo Robsy -además de maestro y leyenda- era un ser humano excepcional, próximo, generoso, largo en el ánimo, la benevolencia y el halago. Siempre -salvo fuerza mayor- comentaba mis artículos con sabiduría y humor, ofreciéndome nuevos puntos de vista, nuevas vías de ataque, nuevas ideas que me afirmaran el razonamiento. Muchas veces me permitió el saqueo de sus comentarios, incluso la publicación íntegra de sus artículos en este blog.

Y no sólo a mí. Cualquiera puede atestiguar que Arturo era complaciente hasta el extremo con su ingenio, y generoso como sólo puede serlo un falangista. Ahí están sus obras -artículos, novelas, ensayos, simples divertimentos- de libre disposición en Internet.

Algunas -muy pocas para lo que su ingenio nos ofreció- he recopilado y puedo ofrecérselas a quien guste en cualquiera de estos dos enlaces. Los pongo por duplicado, porque algunos sitios se están volviendo muy elitistas, y porque nunca está uno libre de que le venga algún sicario proclamando piraterías imposibles, dado que el autor las ofreció libremente. Así, en uno u otro enlace podrán ustedes descargárselas y disfrutarlas:

En DROPBOX

En MEGA:

Y ahora, lo prometido: lo que Arturo Robsy escribió a propósito de Rafael García Serrano, que demuestra la inmensa categoría literaria y humana de los dos.

Yo, Arturo, no te deseo que descanses en paz. Necesito -necesitamos- que sigas dando guerra ahí, sobre los luceros, en la guardia tensa, fervorosa y segura que siempre anhelaste. 

* * * * *

RAFAEL Y LA ESPERANZA

Arturo Robsy

Conocí a Rafael García Serrano pronto y tarde, a los 14 y a los 37 años. La primera vez me lo presentó un socialista actual que entonces estaba transido por la luz cegadora del nacionalsindicalismo. Luego, descubrió las ventajas del papel moneda y maduró, pero por las fechas que digo no salía del Hogar del Frente de Juventudes.

- Verás qué maravilla -dijo, dándome una minúscula edición del Eugenio.
- ¿De qué se trata?
- De un falangista que proclama la primavera.

Sólo a una clase de personas se les puede ocurrir ir por el mundo proclamando primaveras: a los que creen en la luz, en la verdad y en la esperanza y tratan de servirlas sin rebozo.

Así, sin que él lo supiese por el momento, conocí a Rafael García Serrano y supe de qué limpias fuentes mana el amor a España; manantiales del todo alejados de los Presupuestos Generales, de las nóminas y de los cargos. La cordura absoluta es servir a una causa grande y difícil.

Después de Eugenio, La Fiel Infantería y muchas otras. No consigo olvidar la escena del comandante Lastra dando amistosos puntapiés a los bisoños voluntarios que se habían pegado al terreno al sonar los primeros disparos. Al que le den -les animaba- que se joda. Una profunda filosofía que ayuda a echarle narices a la vida. Rafael nunca le hizo ascos al lenguaje franco, directo y definitivo y, de paso, resumió a la perfección lo que tantos pensaron de la muerte.

Muchos años después, Marcelo Arroita-Jáuregui, un gran amigo de Rafael, me brindó la posibilidad de conocerle en persona. La primera imagen que recuerdo de él es la cúpula de su cabeza sobresaliendo por encima de una enorme pared de libros amontonados en su mesa. Como tantos potentes soñadores, trabajaba por estratificación o, quizá, aquella fuera su última trinchera en la lucha permanente. 

Emergió, por fin, todo él del parapeto y pasamos al salón, donde una o varias manos femeninas velaban por el orden. Hablamos. De tanto en tanto le entraban una medicina que él consumía con una sonrisa jocosa. Sabía de sobra, y lo escribía, que no le quedaba mucho tiempo. La reciente muerte de su mujer tampoco le permitía tener una visión más optimista de su futuro.

En cambio, de España... Sentía devoción por España. La había visto agonizar dos veces y resurgir una. No dudaba que, de lo profundo de la tierra y del hombre, vendría otra renovación como una primavera. ¿Por qué? Porque era necesaria y hay que hacer lo que tiene que ser hecho.

Poco después salió su V Centenario, jugando con el equívoco entre VC y WC. Una novela de esperanza empeñada en cantar la reconquista, el modo en que el amor y el honor se volvían principios activos de la historia. Literatura épica tratada con precisión castrense, porque Rafael García Serrano no dejó de ser nunca un alférez. Creo habérselo dicho con exactitud: Has escrito el Poema del Cid puesto al día. 

Rafael sabía muy bien que en España casi todo es posible salvo, quizá, lo razonable. En España hay alcaldes que detienen a rebaños de ovejas, ministros que llaman hijos de puta al personal por los pasillos del Congreso, terroristas que perciben sueldo del Estado que bombardean, presidentes autonómicos que se llevan muebles de su residencia oficial y ministras iluminadas por una inquebrantable fe en el condón.

Por eso mismo existen los otros; el pueblo que se amotina porque un chiflado decide acortarle un par de palmos la capa; el pueblo que revienta cuando los orates ponen de moda el grito de viva Rusia, muera España.

Rafael García Serrano sabía llegar a esa ancha arteria de lo popular que, en España, suele ser más sensata que la palabrería de las minorías. Confiaba en esa arteria; en esos hombres capaces de decir basta y de hacerlo. Quizá, simplemente, sabía historia.


Por eso su última novela, aplazada desde 1976 a 1986, se dedica íntegramente a imaginar un levantamiento popular contra los locos de atar que habían hecho de España un rompecabezas además de un circo. Tuvo hasta el final la esperanza de que los españoles descubriéramos lo necesaria que resulta España no sólo para nosotros sino para el mundo.

Creyó siempre que de aquí, de nosotros, saldría una respuesta innovadora frente a los dos caóticos universos que nos ofrece este tiempo: lo liberal y lo marxista.

Y cuando un falangista como él sueña, no ve flores o palacios, sino batallas justas y esfuerzos, algún molino de viento, tiempos de saltar la trinchera y jugarlo todo a una carta. ¿Qué mejor imaginación que la de unos hombres sensatos que emprenden, por amor, la última de las reconquistas que España necesita periódicamente?.

Cuando comprendí que Rafael García Serrano escribía al dictado de esa vena popular de España, me apresuré a emplazarle: Ahora que has escrito el Poema del Cid, ¿por qué no escribes Fuenteovejuna? Me urgía ver cómo la pluma de Rafael organizaba la venganza popular, urdía la rebelión contra la ley injusta o relataba la cacería de tanto comendador casero que ha perdido el norte y la vergüenza.

No pudo ser. A cambio, ha dado con la verdad eterna y quieta. Le veo de camisa azul, bajo la noche clara, alférez del amanecer y, no en lo alto, con él, junto a él, las estrellas. Cada primavera Rafael vuelve a reír, y mas ahora que sabe cierto cómo va a terminar todo esto.

Su gran esperanza se quedó aquí, próxima y popular. Lo sabremos cuando un día leamos que a tal o cual ministro le han descalabrado de una pedrada: ni bomba ni tiro en la nuca. El pueblo de Rafael García Serrano con las piedras se basta. Y con un comentario como los que él hacía en El Alcázar:

- Fulanito es gilipollas.

Y ni falta hace decir quién es Fulanito: el descalabrado. El que nos anda robando el futuro para dinamizar y hegemonizar vaya usted a saber qué artificios sevillanos.

Académico de la Lengua Certera, académico de la Lengua en Armas, eso era lo grande de Rafael: Daba el nombre de las cosas.

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