Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 17 de mayo de 2010

SOBRE LAGRIMAS, LAMENTOS Y UNA CANCIONCILLA FINAL.

Porque entre lágrimas, lloriqueos a moco tentido -o por lo menos genuflexo-, lamentos y acaso -los micrófonos de las cámaras no tuvieron sensibilidad para poderlo asegurar- crujir de dientes, se despidió el señor Garzón, encausado por prevaricación, de sus amistades.
Luego se descubre que no tanto como parecía; que de los 83 jueces de la Audiencia Nacional sólo fueron a despedirlo tres, y que los cejilleros habituales ya debían estar de fin de semana, porque agasajaron al buen gusto con su ausencia.
Entre palmadas, llantinas y ósculos, despidieron al señor Garzón sus allegados. Como los hados de las oposiciones y los concursos de traslado no suelen concentrar en un determinado departamento a tantos afines ideológicos, cabría preguntarse si los despedidores hicieron gala de cierta hipocresía, o si sus puestos de trabajo no fueron conseguidos en función exclusiva de sus méritos profesionales y, en suma, además de llorosos allegados eran contritos paniaguados.
Pero, además de llantinas, besuqueos, palmaditas e incondicionales apoyos, me llega -de fuente nada informada, pero con mala leche- el rumor de que tras las bambalinas del florilegio televisado, algún malaje tarareaba una cosa así:
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Ya viene el verano
ya viene la fruta...
ya se ha ido Garzón,
¡Menudo hijo de...!
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Vaya, como me suelen decir que soy muy mal hablado, ruego que cada cual termine la cuarteta con la rima que considere oportuna.
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