Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 5 de octubre de 2009

RENCOROSOS Y COBARDES ¡UNÍOS!

Transcribo, sin comentario porque ninguna falta le hace, el artículo de mi Coronel Jesús Flores Thies, cuya web El Implacable tienen permanentemente enlazada en la columna lateral:

RENCOROSOS Y COBARDES ¡UNÍOS!


Ahogada por el cirio periodístico organizado alrededor de la frustrada candidatura de Madrid a la Olimpiada del 2012, ha surgido la noticia de la liquidación total de toda referencia a la defensa del Alcázar en el mismo lugar en el que una gesta numantina tuvo al mundo en vilo.
Estamos comprobando que los rencorosos herederos de los derrotados el 1 de abril de 1939 van a ganar una guerra, pero esta vez sin batallas. Y no hay batallas porque no hay enemigo. Hasta ahora las han ganado todas y sus objetivos más inmediatos los tienen al alcance de la mano. Ahí están, a los pies de los burros, el Valle de los Caídos y el Alcázar de Toledo.
Son estos dos símbolos que la indudable inteligencia de los rufianes de la política consideran que su victoria es absoluta, total, definitiva. Y como enfrente no hay nadie que pueda dificultarles el paseo, que no decimos militar sino miliciano, estos dos objetivos los conseguirán.
El Valle de los Caídos es el símbolo indudable de una victoria que quiere abrazar bajo la cruz a vencedores y vencidos. De haber ganado la guerra ellos, los “sin Dios”, no habría cruz reconciliadora, sino una hoz y un martillo del tamaño de la sierra de Gredos. Suyo es el idioma del odio, suyo sería ese monumento.
El Alcázar de Toledo es el símbolo del poder del espíritu sobre la miseria moral. La publicidad que se hizo sobre aquella gesta, al bando nacional le salió barata, ya que corría a cargo de una república roja que se empeñaba en relatar de forma reiterada la gloriosa captura de la fortaleza por las valerosas fuerzas de la “república”. Visitando una población rusa, Zagorsk, a unos 80 kms de Moscú, el ruso que nos enseñaba las murallas nos dijo: “aquí, en esta fortaleza, se defendieron los rusos contra los polacos que nunca pudieron conquistarla, algo así como vuestro Alcázar de Toledo”. Eso ocurría en marzo de 1991.
Por decisión increíble de Aznar, obediente a un proyecto de la ministra socialista Alborch, se ha llevado al Alcázar de Toledo de forma precipitada e inicua el Museo del Ejército de Madrid, que nunca debió de haber salido de la capital. Ahora, después de millonarios presupuestos, de obras que parecían interminables y de retrasos de años, se pretende abrir a final de año el Museo del Ejército en que se expondrá, en mayor espacio del que había en el Casón del Buen Retiro, menos de la mitad de sus fondos. Y aquí entra ya la felonía como institución presuntamente democrática.
El Alcázar tenía hasta hace poco dos exposiciones diferentes: una, en la que aun se conservaba y se exhibían los recuerdos del sitio, aunque ya había sido eliminado en parte; y otra, instalándose y en espera de inauguración, el Museo del Ejército expulsado de Madrid. El impresentable Bono, el kamikaze de la paz, ya había tratado de borrar de forma ruin todo aquello que recordara la gesta y, con motivo de una ceremonia militar en la Academia de Infantería de Toledo, la comida posterior se hizo, no en la Academia, como era lo habitual y lógico pues tenía, cocina, comedores y medios más que suficientes, sino en el Alcázar, con un tinglado casi de feria, para quitarle, según el sentido de sus propias declaraciones, ese ambiente nostálgico de epopeya que los fascistas quieren dar al Alcázar. Y como guinda, hizo construir unos urinarios en una zona histórica…
A lo largo de los años se fueron instalando en los sótanos unas metopas y placas donadas por organismos e instituciones españolas y extranjeras en honor de los héroes. Se han retirado todas. Se dice que todo, absolutamente todo lo que recuerde el sitio, será eliminado, aunque “no destruido”. No quedará nada que recuerdo la gesta, nada, cero… ¿Se puede concebir mayor vileza? Vileza consentida por esos altos mandos que se fotografían con ella en cuanto la ministra asoma por la puerta ¿Cómo pueden unos militares profesionales aceptar que de de la propia Historia del Ejército se haga de mangas capirotes? ¿Qué puede haber dentro de esos cerebros lastrados por ese empeño en mantener su importante y sustancioso cargo? ¿Es que el Museo, el Alcázar o la Historia de España es de ellos y pueden, porque una ministra que pasaba por allí, dar una coz a un patrimonio que ni es suyo ni se lo merecen? ¿Es que vamos a tener otra vez que ir a la caza de las gallinas blancas del entorno para hacer acopio de sus plumas, símbolos de la cobardía, para emplumarlos como se merecen? ¿Qué derecho tienen ellos y la ministra, esa especie de “¡ay Carmela!” del sistema, para meter sus manos en lo que ni entienden ni les pertenece? ¿Qué derecho tiene esta ministra para deshacer un Museo que no es suyo ni le importa un rábano, en contra de la opinión mayoritaria de los militares (y no militares) en activo o en la reserva, a los que ni siquiera se les consulta? ¿Qué derecho tienen, ella y los uniformados de la foto, para quitar de aquel sótano la placa que mi promoción dedicó a los héroes, en sus Bodas de Plata?
Cuando murió Franco, ella tenía cuatro primaveritas, y el que esto escribe cuarenta y cuatro inviernos lluviosos. Ella venía al mundo en una España recuperada de forma increíble; el que suscribe había vivido la preguerra, la guerra, la posguerra y la reconstrucción de España. No admito que una advenediza de la política sectaria me imponga sus odios, aunque encuentre el poyo de los enfajinados de la foto.
Ya se está acabando el tiempo de las cartas al director, de las notas de protesta o de los artículos en la prensa (la que los permite), de tertulias de cabreados, ha llegado la hora de pensar otra cosa. Mas para eso, hay que levantarse del cómodo sillón y salir al exterior, al aire libre, bajo la noche clara…, y ya se sabe, en lo alto las estrellas.

Jesús Flores Thies
Coronel de Artillería-retirado



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