Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 6 de diciembre de 2008

SOBRE EL ANIVERSARIO.

Que dicen que se cumple hoy, de la reputada -en todos los sentidos- Constitución del 78.
Treinta añitos cuenta la criatura, y anda decrépita, avejentada, crapulenta como de golfa con más aperturas que las puertas de salida de las comisarías y las cárceles. Todos la han usado, aunque ninguno se la quedó, y cada cual quiere darle una pasadita por el carnicero plástico, a ver si así le hace el apaño un lustro más.
Votó el pueblo español -habla, pueblo, habla- una Constitución que no había encargado. Votó el pueblo español -bala, pueblo, bala- una Constitución que ni entonces conocía ni conoce ahora, pero que se ha convertido en el gran tótem de esta tribu desplumada. Se mira -con precaución- y no se toca, nene, no se vaya a romper.
En fin, que la Constitución -que desde hace años es papel mojado- está siendo celebrada y conmemorada de la misma manera que se homenajea a esas viejas glorias, por si es el último año. Incluso -me comenta mi camarada Arturo- un señor Bono ha afirmado que "casi nadie mira atrás con nostalgia". Este Bono, desde que descubrió que los de su partido son unos hijos de puta, está que se sale. Y -continúa Arturo- la ley de memoria debe prohibirlo: sólo se mirará atras con odio.
Bien; pues sin nostalgia y sin odio, ahí les traigo la portada de la Constitución del 78. Más que nada por jorobar, y para que los aguerridos guardias serviles noviembrescos se metan por do más pecado tengan las referencias a la gallina que balaron hace unos días, pobres necios que ignoran que el Escudo del Estado que les paga es -constitucionalmente hablando- el que a la vista queda.

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