Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 21 de diciembre de 2009

SOBRE LA CEJA DE LA SEÑORA BARDEM.

Que hoy ha amenazado con matar -es de suponer que figuradamente- a quien la catalogue entre los cejilleros zapatinos.
Yo no soy de la 'ceja' y al que lo diga lo mato -cita como textual Público, que no es sospechoso.
Creo que en uno de sus inconmensurables Dietarios, el maestro Rafael García Serrano concluía que, cuando veas que los hideputas se te unen, puedes estar seguro de haber ganado. Si lo tomamos a la viceversa, don José Luis Rodríguez tiene las gilipolleces contadas.

SOBRE LAS FOSAS QUE NO ESTÁN.

Resulta que, tras mes y medio removiendo la tierra del lugar donde los enteradillos aseguraban que estaba enterrado Federico García Lorca y no se cuantos más cadáveres de asesinados -por los fachas, ni que decir tiene; los asesinados por los rojos no son de la incumbencia de esta memez histérica-, resulta que allí no sólo no está Lorca, sino nadie; y que allí jamás ha habido enterramiento alguno.
La información, recogida por el llamado historiador Ian Gibson de un tal Manolo el comunista -por nombre Manuel Castilla- es ilustrativa. No por la veracidad, que a la vista queda, sino porque el señor Gibson pudo hablar y ser conducido por este Manolo el comunista al presunto enterramiento, en los años 1966 y 1976. Y esto demuestra, salvo caso de que el señor Gibson fuera informado por un fantasma -lo que explicaría muchas cosas- que el referido comunista estaba vivo en tales fechas, y que nadie le impedía hablar, ni mostrar a los extranjeros el paisaje, ya que no otra cosa. También -cuenta El País- le había enseñado el sitio a otro extranjero, llamado Agustín Penón, en 1956, plena caverna del franquismo.
Y ahora, claro, buscan otras historias para satisfacerse: que si Lorca estará enterrado a 500 metros -en un lugar llamado El Caracolar-; que si en un barranco próximo, -"el barranco de Víznar, donde hay enterrados cerca de 3.000 fusilados", o al menos eso dicen, porque lo mismo se ponen a rebuscar y tampoco se encuentra ni resto-; que si en el mismísimo Valle de los Caídos, "junto al verdugo", dicen los hijoputas de El País.
El investigador Miguel Caballero, por su parte -lo sigue citando El País, no me lo invento- concluye que "el asesinato de Lorca se debió a rencillas familiares", tras pesquisas que se remontan al siglo XVIII.
Más posible parece esto, que afirmar, -como los cabrones de El País- que Franco, que bastante tenía con mandar el avance de las Columnas del Sur corriendo a gorrazos a los republicanitos lorquianos, se entretuvo en buscar a un escritor al que brindaban protección unos falangistas de pro.
Pero esto son divagaciones, y lo que me importa resaltar es que, tras 47 días de búsqueda exhaustiva, un equipo de arqueólogos no ha hallado ni rastro -no ya de los cadáveres- sino de la fosa y de cualquier signo de enterramiento.
A ver si la mayoría de las fosas van a ser como esta, o como aquella otra donde se encontraron, efectivamente, cadáveres; pero cadáveres con insignias de los dos ejércitos -nacionales y rojos- mezclados, y todos ellos con -según informe forense- heridas típicas de guerra y en ningún caso demostrativas de fusilamiento.
Si no fuera así, ¿por qué se muestran tan reticentes los rojos actuales a abrir cada fosa, fosuela y fosilla que los "Manolo el comunista" señalan?

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