Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 17 de agosto de 2017

SOBRE LA HERENCIA DE PUJOL.

Pujol, don Jordi. O, para que nos entendamos todos los que hablamos la lengua de los fascistas Cervantes, Calderón de la Barca o Antonio Machado, Yordi Puyol.

Bien; ya se que es una extraña forma de comenzar un comentario sobre el atropello múltiple -cuando escribo nadie lo llama atentado- de las Ramblas de Barcelona, con dos muertos y decenas de heridos.

Como ya imaginarán ustedes, lo más probable es que esto haya sido obra de un pobre conductor despistado, acaso irresponsable jurídicamente por haber consumido alcohol, drogas o vaya usted a saber. Lo mismo que aquel famoso escape de gas del colegio de Ortuella, hace ya muchos años; o de la churrería del hotel Corona de Aragón, o tantos otros accidentes acaecidos a nuestra democracia que nos hemos dado a nosotros mismos.

Si esperamos unas horas, ustedes verán cómo este accidente -Zapatero dixit cuando la Terminal 4 de Barajas- acaba siendo obra de algún fascista.

Y, por supuesto, no tiene nada que ver con aquello de que los mossus descuadra estén más pendientes de si obedecen la ley, o le lamen lo que el protocolo separatista demande al mandamás independentista.

Ni que decir tiene, que tampoco tiene nada que ver con -vean por donde, volvemos al principio y les explico lo peregrino del título- con las exigencias de don Yordi Puyol de que le mandaran inmigrantes ilegales africanos, que no conocieran el idioma español, porque los hispanoamericanos le daban mucha lata con lo de la inmersión lingüística.

Y, como de costumbre, los catalanes -todos- pagando la gilipollez de los cuatro catetos que los sojuzgan y les roban a seis manos. Para urnas, para papeletas, para subvenciones y para los bancos de Andorra.

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