Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 20 de enero de 2012

SOBRE LOS ESTADOS ESTAFADORES UNIDOS.

El señor Obama tiene un nombre que por la parte islámica le puede relacionar con la suerte; con esa baraka que los moros adjudicaban -allá en el primer tercio del siglo XX- a los oficiales españoles a los que las balas y el acero respetaban milagrosamente. Franco tenía baraka, buena estrella.

El señor Obama no se si tendrá buena suerte. Es de suponer que sí, porque si no, no se explica que las corporaciones, los trust, los holdings y los hideputas que mandan en yanquilandia le eligieran para vestir el monigote de presidente; aunque también salta a la vista que en este mundo nuestro cualquier gilipollas puede ser presidente de un Gobierno, y sobrados estamos de experiencia.

Si nos atenemos al español, y a las posibles traducciones, el señor Obama podría llamarse Fortunato, según hace tiempo me indicaba mi camarada Arturo Robsy, hombre sabio y humorista, condiciones casi siempre equivalentes.

Es llegado el momento de afirmar -una vez hechas las presentaciones- que el señor Fortunato Obama, es un sinvergüenza. También es un chulo, un matón de patio de colegio, un ladrón y un cabrón con pintas. Puede ser un hijoputa -sin desmerecimiento de su señora madre, pues la hideputez es condición personal que en nada afecta a la progenitora B- y, ya sin género de duda, un mamarracho.

Es don Fortunato un mafioso en la mejor línea de los Capone, un chantajista, un secuestrador y -probablemente en honor a su Premio Nobel de la Paz, tócate las narices- un asesino. Y es, ni que decir tiene, un digno ejemplo de su país, ese conglomerado de territorios robados, sojuzgados, usurpados a sus legítimos poseedores mediante el genocidio, la extorsión, el engaño y la mentira.

Digno representante el señor Obama de los desechos de Europa que lo crearon, y que no fueron allí por espíritu aventurero, ni por afán conquistador, ni por ímpetu evangelizador, ni por proselitismo cultural, sino porque en la vieja Inglaterra eran carne de presidio y lupanar. Digno representante el Fortunato -dicho sea al modo de los bajos fondos, cual corresponde- de la hez de la sociedad, cuya media no ha conseguido elevar ni siquiera la posterior inmigración irlandesa, alemana o italiana.

Don Fortunato -el Fortunato- es la cara que pone efigie al monigote cuyos hilos mueven los que han hecho fortuna -véase la concordancia- con la usura, con el hambre, con la muerte, con la indignidad. Si en España mandan los banqueros -y si alguien lo duda que deje de leer, porque no me entenderá-, en yanquilandia -lejos de los señoriales Estados del Sur- mandan las corporaciones industriales, las multinacionales que sojuzgan países, declaran guerras, asesinan Presidentes de Gobierno, roban a los pobres para quedárselo y, en último extremo, eligen a un monigote al que poner de mascarón de proa. En España pusieron a Zapatero el inútil y ahora han colocado a Marianico el corto: en yanquilandia pusieron al negrito zumbón, apartando de la carrera a la antigua -y también vieja- Primera Dama clintoniana y cornuda que se le oponía en su propio partido. Que no es -aviso a gilipollas- racismo, porque hay muchísimos millones de negros absolutamente íntegros, pero no es el caso del Fortunato, y no es cosa de discriminarle y considerarle bueno por ser de color. De color negro.

El color de la piel no pinta nada en lo que estoy diciendo. Seguramente entre sus sicarios abundan los rubicundos anglosajones, y siguen siendo igualmente unos canallas aunque tengan los pelos rubios, los ojos azules y los cuernos de lunares. Pero el Fortunato es negro, y lo digo. También es un promotor de asesinatos en diferentes formas, desde los tiros y la profanación de cadáveres hasta el descuartizamiento de los niños que no nacerán de los vientres de sus putas madres, y lo digo. También es un chulo, que manda a sus esbirros a la captura del petróleo allá donde lo tenga cualquier pueblo aún no sometido a su pezuña, y lo digo. También es un torturador que condena al hambre a los pueblos que no se le someten, y lo digo.

Y también es el ladrón que me ha estafado 200 euros, me ha robado mi trabajo de varios años y ha intentado despojarme de mi libertad de expresión; y, en consecuencia, os ha robado a vosotros, amigos lectores, la posibilidad de acceder, si os apetecía, a mi trabajo antiguo y a las informaciones que yo -pagando por ello- quería compartir con vosotros.

Me ha robado los doscientos euros que pagué a Megaupload para disponer de un lugar de almacenamiento en el que poder colocar mis artículos antiguos, por si alguien los quería leer; los archivos digitalizados de las antiguas revistas que dirigí. Archivos, datos, información mía, sin nadie que tuviera mejores derechos que los míos para impedir su difusión; datos, información que siempre tuvieron, precisamente, la difusión como objetivo prioritario.

El Fortunato y sus sicarios de la Farsa de Burros Ignorantes, como representantes de los Estados Estafadores Unidos, me han robado la copia de seguridad de mis cosas particulares: mis videos familiares, mis viejas películas -ya sin derechos de autor de ninguna clase, pues tenían mas de medio siglo a cuestas- compradas en VHS y digitalizadas por mí y para mí; mi colección de libros, ya de dominio público. Me han robado la copia de seguridad de otros libros que, a costa de mi tiempo y mi esfuerzo, digitalicé para prevenir que alguna catástrofe me estropease los ejemplares de papel que conservo como oro en paño; libros que, al tener en vigor sus derechos de autor, nunca he puesto en circulación aunque, en algún caso, sí he ofrecido -por si podían facilitar su reedición- a los herederos de los autores.

Todo ello me ha robado el Fortunato y sus esbirros. Poca cosa, porque como hombre prevenido tengo copias varias, en distintos formatos y en distintos sitios. Pero mucho si pensamos que los mayores ladrones del mundo han venido a meter su mano en mi bolsillo, en mi cuenta corriente, en mis papeles personales, para despojarme de mi dinero, de mi tiempo, de mi trabajo. Y que se lo han robado, también, a cuantos pudieran haber tenido deseo de compartirlos conmigo.

Así es que, Fortunato Obama -ladrón, sinvergüenza, canalla, estafador, asesino, chantajista, chulo, matón, censor- te comunico que me has hecho cambiar de opinión. Yo, que jamás he pensado brindar por la muerte de nadie, desde ahora tengo puesta a enfriar una buena botella para el día en que -espero que lenta y dolorosamente- estires la pata.

Y yo que lo vea y lo disfrute, cabrón.

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