Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 2 de diciembre de 2013

SOBRE UN COMENTARIO DE SEGUNDA MANO.

De segunda mano, porque lo que voy a comentar me llega por comentario interpuesto de mi camarada Eloy en su trinchera.
 
Como ustedes saben, me hallo casi fuera del mundo por mor del fallo de mi ordenador, que ya está recuperado, pero que ahora requiere cuidados intensivos: instalaciópn del sistema, configuración, reinstalación de programas, restauración de copia de seguridad de datos, etc... En fin, lo habitual en estos casos. Sin embargo, gracias a un ordenador viejo tengo algo de acceso al mundo a través del correo electrónico, que puedo recibir pero no enviar, así son las cosas.
 
Total, que me llega el comentario que mi camarada Eloy hace a propósito del articulejo de un tal Secondat en El Mundo. Les ruego que lo lean en la Trinchera de Eloy -si esto se publica bien, que no lo sé, tendrán el enlace aquí al lado-, porque de él saco la información.
 
Voy a hacer algo que siempre he criticado, y es responder a frases que sólo conozco por la cita de otra persona. Pero ocurre que -por una parte- no puedo acceder al original y -por otra, y principal- me fío de Eloy como de mí mismo, y aún puede que más. Así es que al toro, que es una mona.
 
Parece ser que el tal Secondat -seudónimo que me suena, y acaso alguna vez supe a quien se le atribuía- dice que "poco a poco, pero con una insistencia preocupante, se van filtrando en los medios de comunicación opiniones favorables a lo que en España fue el franquismo".
 
Evidentemente, esto es falso. Lo correcto es decir que poco a poco los medios de comunicación van perdiendo capacidad para ocultar la verdad; esto es, que el franquismo fue, como poco, favorable para España. Acaso se deba -usted, señor Secondat, probablemente lo sepa- a que las subvenciones por tonelada de mentira se han reducido, o a que ustedes -los de la prensa amarilla, digo- han colmado el vaso de la falsedad, de forma que la reacción lógica -como el cuerpo que lucha contra la enfermedad- es de sentido contrario al bacilo que ustedes inoculan.
 
Añade, al parecer, el tal Secondat: "... quienes padecimos los casi 40 años de carencia de libertad, debemos aclarar que una dictadura, por muy blanda que pueda llegar a ser, siempre es un régimen despreciable".
 
Bien, señor Secondat: si usted ha padecido los casi cuarenta años del Régimen de Franco, usted debe tener, como mínimo, 77 años. Conozco, a Dios gracias, muchas personas que a esta edad conservan una vitalidad envidiable y una mente clara, profunda y poderosa; pero obviamente no es su caso, y a su -primera acepción- provecta ancianidad debo achacar el cuento de la falta de libertad. Porque -me citaré como ejemplo- también yo he vivido el franquismo -no tantos años como usted declara, pero sí algunos- y nunca nadie me prohibió nada.
 
Nada normal y admisible, se entiende. Por supuesto, no se podía matar, robar, violar; no se podía prevaricar, cohechar, estafar, meter mano al dinero público -que contra la memez de doña Magdalena Álvarez si es de alguien, porque es de todos-; no se podía insultar a la Patria de todos los españoles. No se podía -descendiendo a lo menor- llenar la calle de basura traída de casa por los basureros huelguistas, ni se podía tomar como rehenes a cientos de miles de viajeros de autobús, tren, metro o avión. Para evitar ese tipo de huelga, los trabajadores tenían una representación infinitamente mejor que la que tienen ahora, con los sindicatitos de -mala- clase, que le enchufan a la cuenta de los desempleados sus mariscadas.
 
(Si usted, señor Secondat -señor, señora, señoro- no alcanza la edad que su afirmación le adjudica, entonces quizá no sea anciano, aunque si provecto -caduco, viejo-, y es, además, un mentiroso).
 
"Los muy jóvenes -parece que dice usted- corren el riesgo de creerse que aquello fue casi un paraíso". Coño, señor Secondat, es que lo fue. Lo fue para toda persona decente, honrada, trabajadora; lo fue para los -entonces- jóvenes que pudimos estudiar hasta donde nuestra capacidad alcanzaba, y con becas que nos ganábamos con esfuerzo, lo cual -al menos a los jóvenes de entonces- nos satisfacía más que la sopa boba porque teníamos aprendidas las lecciones de dignidad de nuestros mayores. Lo fue para los jóvenes que querían -y podían- formar una familia con 20 años en vez de tener que esperar a la treintena larga, y aún así en precario. Lo fue para quien quería participar en la vida política y valía para ello. Evidentemente, no lo fue para los politicastros inútiles, para los golfos, los vividores, los tiralevitas y los malandrines. Y usted, señor Secondat, que tanto se queja, sabrá a qué fauna estuvo adscrito.
 
"El bienestar económico -continúa Scondat-, que benefició a algunos, no basta para justificar una forma de convivencia que se apoya en un autoritarismo despiadado y severo".
 
El bienestar económico no benefició a algunos; el bienestar económico benefició a todos hasta límites insospechados e increíbles. ¿Cuando habían tenido -antes- los españoles la posibilidad de ser propietarios de su vivienda, de acceder a un vehículo propio, de mandar a sus hijos a la Universidad, de tener un mes de vacaciones pagadas y disfrutarlas en la playa o donde les apeteciera ir? ¿Cuando volverán los españoles -en el futuro- a tener esas opciones?
 
Había, eso sí, que ganárselo a pulso. Había que trabajar y -una vez superada la destrucción de la guerra- había trabajo para todos. Incluso, cuando -ya en los años 60 y 70- los españoles salían a trabajar en el extranjero, la mayoría de las veces lo hacían por conseguir un capitalito con el que establecer, a la vuelta, un negocio, o comprarse una vivienda al contado, o disponer de un fondo para mirar al futuro con seguridad.
 
¿Despiadado el franquismo? Hombre, Secondatillo, según se mire. Puede que a los delincuentes les pareciera despiadado dar con sus huesos en las cárceles tras cometer sus fechorías; pero no les parecería despiadado a las víctimas, que normalmente no tenían que convivir con los asesinos de su familiares, con sus propios atacantes, con sus violadores o atracadores, puestos en libertad antes de que la policía termine el papeleo. Todo es según se aprecie, y la preferencia por el delincuente sitúa a cada cual donde le corresponde.
 
Comenta al rspecto mi camarada Eloy: Despiadado. No más que en circunstancias similares, despues de una guerra, lo fueran otros. Que se pregunte a los alemanes e italianos que perdieron la Segunda Guerra Mundial, y eso que los vencedores eran demócratas.
 
Y no sólo eso; no sólo los pededores de la guerra a manos de los vencedores, por demócratas que estos fuesen. Que se lo pregunten a los franceses llamados colaboracionistas, a manos de los mismos franceses, generalmente comunistas, a los que los americanos y algunos españoles -rojillos, pero españoles- les dieron ganada su guerra. Que se lo pregunten a los estadounidenses o británicos que, antes de la guerra, habían declarado su admiración por la Alemania nazi. Que se lo pregunten a los yugoslavos no comunistas tras el triunfo de Tito.
 
Y severo. Severo es, según la Real Academia riguroso, áspero, duro en el trato o castigo o bien exacto y rígido en la observancia de una ley, precepto o regla.  Pues qué quiere usted que le diga, señor Secondat; prefiero un Gobierno riguroso, exacto y rígido en la observancia de las leyes, y que castigue con dureza al infractor, que esta marabunta de templagaitas que se pasan las leyes por el forro de la propaganda electoral; esta recua de politicuchos incapaces de tomar una medida impopular por necesaria que sea; esta piara de sinvergüenzas cuyo único interés es sobrevivir aunque tras ellos venga el diluvio, y que les den gratis el pan que no se ganan, aunque les digan tontos.
 
Eso si, señor Secondat: nada ásperos. Son todo sonrisas y gracietas de niñatos malcriados. Lo que quiere la plebe del pan y circo.

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