Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 8 de febrero de 2012

MEMORIA HISTORICA.

Los rojos andan despepitados con los garzoncillos por bandera, y el juez incompetente –por no tener competencias, y por ser pésimo instructor según las sentencias emitidas por sus compañeros- pretende, con la habilidad propia de los de su condición, revolver los procesos y hacer que se enjuicie a quienes no están llamados al banquillo, para que él se pueda quedar tranquilo, como si nunca hubiera ocultado una X.

En este sentido, una serie de ancianitos aúllan lacrimógenas declaraciones en el Tribunal que juzga a Garzón por prevaricar. Ancianitos debidamente manipulados por los perceptores de subvenciones, o con evidente desequilibrio mental, porque al cabo de tantas décadas sólo un psicópata como Rodríguez Zapatero –o un mamarracho como Garzón- puede revivir, como si de ayer fueran, las historias ya más que olvidadas.

Como resulta que de este circo garzoniano y zapateresco pudiera resultar que alguien poco avisado –esto es, manipulado por la prensa de izquierdas, de centro, de derechas vergonzantes; por las televisiones, las radios y las pataletas cejilleras-, o alguien dispuesto a comprar todo lo que le ofrecen los publicistas de la memez histérica, acabe creyendo que lo que estos propagandistas de estilo soviético es la verdad, les quiero ofrecer un testimonio de primera mano.

Testimonio de autor al que conocí personalmente, y que tuve el honor de publicar en “Cruz de los Caídos” hace muchos años. Si no fuera por los ladrones de los Estados Estafadores y Usurpadores Unidos, podría ofrecerles directamente el enlace a la colección de aquella publicación, pero como he sufrido –ya ustedes saben- el atraco de la Unión de Sinvergüenzas Asociados, tendré que limitarme a colocar aquellas páginas como fotos, y si ustedes desean ver el original habrán de pulsar sobre cada una de ellas para verlas a tamaño legible.

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Mi paso por el «Alfonso Pérez» y El Dueso.

por JOSÉ MARÍA LÓPEZ-CÁMARA FERNÁNDEZ

1936. Corrían malos vientos, acrecentadas por las lecciones del mes de Febrero. Los odios incubados desde la revolución marxista de Octubre de 1934 no se habían extinguido.

La marejada se veía venir. Yo había sido una víctima mas, al despojárseme de mi empleo de Inspector técnico en la Compañía del Gas, que había ganado mediante previo examen en Octubre de 1934, y para optar al cual era requisito principal ser Retirado del Ejército.

El 2 de Julio de 1936 viendo el cariz que estaban tomando las cosas, decidí salir de Madrid con mi mujer y los dos primeros hijos que entonces teníamos, para trasladarnos a Comillas (Santander), donde habían nacido los tres, y estar junto a mi madre política y mis cuñadas.

El 18 de Julio me sorprendió en dicho pueblo.

Indirectamente se me hacían insinuaciones para que me incorporara al ejército republicano, y ofertas halagüeñas, hasta el extremo de darme el empleo de coronel o teniente coronel. Yo procuraba zafarme con disculpas, diciendo que había ido a Comillas a pasar el verano y lo que deseaba era estar tranquilo al lado de los míos.

Pero no me valió. Sabían que en el año 1933 había formado en el pueblo un triunvirato de Falange Española. A esto se agarraron como disculpa para detenerme.

Así fue, y el 12 de Agosto de 1936 cuatro escopeteros al mando de un tal “Trevedes”, que iba tocado con una gorra militar con el emblema de Ingenieros y el empleo de Sargento, me “invitaron” a que les acompañara para tomarme una declaración y me condujeron a la Universidad Pontificia, en donde habían descubierto escondidos a todos los falangistas del pueblo, los cuales estaban amarrados de dos en dos. A mi me amarraron solo.

De la Universidad salimos todos en unión de profesores y seminaristas en una caravana, rumbo a Santander. Al frente de la caravana iba un tal “Neila”, que decían era el Jefe de la Policía de Santander.

Pasamos mil odiseas en el trayecto, pues había pueblos donde tenían preparada a la gente para insultarnos y tal como en Torrelavega, donde gracias a la Guardia Civil no nos lincharon. En la capital fuimos distribuidos por diferentes sitios; a mi me 11B varón a la checa del Ayuntamiento, donde pasé 24 horas de verdadero terror.

Los pelos se ponían de punta cada vez que entraban aquellos esbirros con listas en la mano, nombrando personas para sacarlas a dar el “paseo”. El día 13 por la noche nos lleva ron a todos los de Comillas a la Cárcel Provincial.

¡Qué salida aquella de la checa del Ayuntamiento! La gente, apostada en « una escalinata que había frente a la puerta, se abalanzaba sobre nosotros para hacernos guiñapos; a algunos llegaron a echarles mano, librándose gracias a la protección de los Guardias de Asalto que nos custodiaban.

El 14 por la noche, después de formarnos en el rastrillo de salida de la Cárcel y despojarnos de todo cuanto les dio la gana, fuimos conducidos unos 20 ó 30 y embarcados en un lanchón hasta el barco-prisión.

En el barco, como había sido militar, me introdujeron en la bodega numero tres. Allí se encontraba casi la totalidad de los Jefes y Oficiales de la guarnición de Santander y Santoña. Al Coronel del Regimiento lo llevaron días después, y la saña de los milicianos se cebaba en su persona, haciéndole pasar por innumerables vejaciones. Esto le haría recapacitar en su prudencia y tardanza en declarar el estado de Guerra en la Montaña, y haber evitado a Santander caer en manos de la chusma roja. En el pecado llevó la penitencia: salió del barco sin pena ni gloria, como había entrado, pues la oficialidad que tuvo a sus órdenes ni le hacía el menor saludo o deferencia.

También entró en la tres, aunque por pocos días Su Eminencia Ilustrísima, el Sr. Obispo de Santander. Estaba muy enfermo, y decían que lo llevaban a Valdecilla.

Quién daba muestras de conformidad y resignación era el Rector Magnífico de la Universidad de Comillas, Padre Fernández; era un verdadero santo.

!Qué hambre y cuantas privaciones pasábamos! Las cestas de comida que nos enviaban nuestras familias eran requisadas y saqueadas de tal forma, qué a veces sólo venían los restos de lo que en ellas se había depositado. Nos trataban como a bestias; ellos, que eran unos verdaderos animales, sin conciencia ni atisbo de humanidad.

Teníamos nuestros ratos de buen humor y de esperanza ¿por qué no?. En la tres estaba el párroco de Villaverde de Trucios, pueblo de Santander metido por completo en la provincia de Vizcaya.

Este señor llegó a formar una coral con muy buenas voces. Yo formaba parte de la misma con mi voz de barítono. Ayudó mucho a ello el médico de Cabuérniga, José María Cos.

Y como contrapartida, teníamos también nuestros ratos amargos, como el día 13 de septiembre de 1936, fecha de la toma de San Sebastián por las tropas nacionales.

Las organizaciones marxistas nos colgaron el sambenito diciendo que los militares de la tres teníamos organizada una conspiración con las fuerzas de Santander, para sorprenderlos por la retaguardia en Mataporquera. Bajaron a la bodega, y después de despojarnos de todo lo que teníamos, nos mandaron subir a la cubierta y nos formaron en fila de tres en línea. Tan nerviosos estaban aquellos granujas, que a alguno se le dispara el arma que lleva y hay algún herido. Al pronto se presenta, avisado por alguien, que ve el desaguisado que se va a armar, un tal Quijano, que decían era el Ministro de Justicia de Santander, y ordenó volviéramos a la bodega, librándonos de no se qué barbaridad que iban a cometer con nosotros.

Pero el crimen mas gordo que llevó a cabo esta chusma fue la matanza del 27 de Diciembre de 1936.

A mi ya no me cogió en el barco, pero me hicieron, un fiel reflejo de lo sucedido los supervivientes, cuando fueran al Penal del Dueso.

Con motivo de un bombardeo que efectuó la aviación nacional a unos objetivos militares de Santander, y como represalia, la gente de la FAI asaltó el barco; redujeron a la guardia del mismo, y después de lanzar bombas de mano al interior de las cuatro bodegas, causando muertos y heridos, no quedaron contentos con esta criminalidad. A las dos horas bajaron a las bodegas, formaron a los presos y previas listas que traían de antemano, mataron en cubierta a cerca de doscientos, por el procedimiento del tiro en la nuca. A un sobrino de mi mujer, que era de Acción Católica lo asesinaron gritando el muchacho ¡Viva Cristo Rey!. Tres hermanos, que creo eran de Santoña fueron asesinados, y el último rematado en el agua, donde se tiró después de haber dado una paliza al miliciano de turno.

Cada bodega tenía su autonomía propia. Dependía mas bien, de la calidad de presos que en ellas había, pues no se trataba con la misma rigurosidad a los de la una y la cuatro, que a los de la dos y la tres, que eran falangistas y militares respectivamente.

En la dos había algunos militares, pocos, pero era por deseo de los mismos, que así lo solicitaban.

Como yo pertenecí a Ingenieros-Transmisiones, tuvimos la ocurrencia de querer comunicarnos por Morse a través de las planchas de hierro de las paredes de la bodega, con nuestros vecinos de la dos, pero fui sorprendido por el miliciano de guardia y la Providencia me libró dé un serio disgusto.

Otra salvajada, también de las gordas fue la que querían llevar a cabo los del Acorazado Jaime I, que venían de Bilbao, de matar presos en otro barco-prisión. De este hecho si fui testigo. La macabra operación les falló.

Entraron en la dársena de Santander, y ni cortos ni perezosos, se pusieron a soltar las amarras del “Alfonso Pérez”, para una vez rotas sacar el barco a alta mar y torpedearlo con todos los presos dentro, para lo cual ya nos habían cerrado las bodegas con los tablones sobre las escotillas, y hubiéramos muerto ahogados como ratas.

Había en Santander un “mandamás” llamado Bruno Alonso, diputado socialista por las Constituyentes y de la rama de Indalecio Prieto. Al enterarse de lo que estaba sucediendo, llamó a su presencia al comité del “Jaime I”, y que fueran acompañados de los cuatro jefes de bodega (que eran presos), preguntándoles qué intenciones eran las que traían para soltar las amarras, y le contestaron que les estaba estorbando el barco lleno de fascistas. Entonces Bruno Alonso, que dicen tenía mucha cachaza y era un tanto socarrón les contestó que a él el barco que le estor baba era el “Cervera” y que si tenían algo de hombres salieran a alta mar a buscarlo. De ésta manera les hizo salir de la dársena, y nos libramos de una muerte cierta.

Un buen día me llamó el “Comandante” del barco, un tal Riollo, del partido socialista, que fue obrero de la fábrica de loza en el pueblo de Adarzo, y sin saber por qué me preguntó por mi nombre y residencia oficial, y el 19 de Octubre de 1936 me llevaron, con otros preso, al Penal del Dueso, en Santoña, donde pasé a ocupar la celda 126 de la tercera galería, teniendo, como compañero al entonces seminarista Borja de Cossio, un gran muchacho, requeté, que después de liberado Santander militó en el Tercio “María de Molina”, donde casi todos los componentes eran oriundos de la Montaña, o avecindados en ella. Borja falleció hace unos cinco años, siendo Capellán de los señores Marqueses de Comillas.

También encontré en el Dueso a muchos Guardias Civiles supervivientes del cuartel de Simancas, en Gijón; entre ellos, un Capitán y un suboficial. Al primero lo trataban con mucha dureza, y el segundo se suicidó en la celda que ocupaba.

En el Penal encontré al joven Ortega, autor del atentado contra Jiménez Asúa del que salió ileso. A este chico un buen día lo sacaron del Dueso, y nada mas se supo de él.

Durante nuestra estancia en el Dueso lo pasamos muy mal; las comidas, el día que las querían entregar, llegaban en muy malas condiciones.

Cierto día sólo me entregaron los huesos de un pollo que me habían mandado; otro, no me dieron un queso de bola que mi mujer me envió, diciéndome que me engañaba. Teníamos de Director a un aborto del infierno, un tal Carral, de oficio relojero y perteneciente al partido Comunista. No admitía reclamaciones.

Además, había que trabajar en algo; si no, nos daban de comer muy poco. Yo elegí ir a los talleres de alpargatería y medio aprendí el oficio.

Las visitas de las familias eran escasas y existía tal distancia entre los familiares y nosotros, que con las voces no nos entendíamos.

Las cosas se ponían difíciles por la guerra, y había que trabajar en las fortificaciones, haciendo trincheras y nidos de ametralladora. Aquello era un galimatías; no había orden ni concierto, y así cayeron al primer empujón de las tropas nacionales. A éstos trabajos de fortificar nos sacaban a diario en camiones, bien empezada la mañana, y regresábamos al atardecer. La comida de mediodía la hacíamos en el campo: nos daban mucha patata, mucho garbanzo, todo ello con carne hasta de perro, según afirmaban algunos veterinarios que estaban presos como nosotros.

Había anécdotas y casos curiosos: la vigilancia que teníamos era muy espaciada; eran buenos chicos. Uno de estos soldados fue, después de liberado Santander, Delegado Sindical en Cabezón de la Sal. Nos daban muchas noticias del avance de las fuerzas nacionales.

Todas las mañanas tenían que venir los de las aldeas a entregar los jumentos, y a cada preso mayor de 35 años nos entregaban uno de ellos, a fin de subir sacos de arena desde las playas a las fortificaciones.

Se daba el caso de que en un caserío del pueblo de Cicero, cerca de Santoña, había una familia que tenía dos hijos; uno preso en el penal, y otro en libertad. Algunas noches, el que estaba en libertad se venía a dormir al penal y el preso se quedaba con sus padres. Así corrieron esta aventura varias veces y como a los milicianos al hacer los recuentos les salía la cuenta, todo iba sobre ruedas.

Este episodio hubo que suspenderlo cuando nos dimos cuenta de que Santander iba a caer.

Nuestra liberación el 27 de Agosto de 1937 se debió al sublevarse un batallón de vascos “gudaris” contra sus compañeros marxistas, y nos abrieron las puertas del Penal.

Los milicianos, al escapar, dejaron el Dueso minado, para que explotara, pero no les dio tiempo a efectuar esta “faena”.

No había pasado una hora cuando los Capellanes vascos que venían con los “gudaris” armaron un altar con la imagen de la Virgen del Carmen y nos invitaron a confesar y comulgar. Por cierto que con pedacitos de pan, porque no traían Formas.

El día 30 entraron definitivamente las tropas de Franco, formadas por Brigadas mixtas de españoles e italianos. Entre los oficiales venía mi gran amigo José Antonio Pascual, que después fue Jefe de Distrito de la Falange, en La Latina.

Reintegrado en Comillas, solicité el ingreso en el Ejército hasta que terminara la guerra y pasé voluntario al frente de Madrid, en la División 11ª que mandaba el general don Maximino Bartoméu, terminando mi cometido militar en las operaciones de Extremadura.

Pasé en Julio de 1939 a la situación de retirado y me incorporé a mi destino en la Compañía del Gas en Madrid.

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