Desvestidura, porque resulta cada vez más evidente que aquí, en este
batiburrillo que el pueblo soberano y topiquero ha considerado realizar con los
políticos, politicuchos, politicastros y politiqueros, pase al final lo que
pase, el que llegue a formar Gobierno no acabará investido, sino desvestido y
con todas las vergüenzas al aire.
Si aún hay alguien que lea estos
apuntes, habrá observado que hasta hoy no he dicho nada sobre el tema de las
tentativas de don Pedrito y don Pablito y don Albertito. Menos aún del
tancredismo de don Marianico, porque de la nada es difícil hablar, salvo ser
político profesional, cosa de la que espero que Dios me siga
librando.
Los sesudos comentaristas se devanan las meninges haciendo
cuentas, sacando sumas, restando votos, dividiendo opciones y multiplicando
teorías. Pero en el fondo, si nos alejamos de la aritmética de covachuela
partitocrática y nos atenemos a la matemática de la Historia, la solución al
problema es evidente.
Y la solución se basa en la simple pregunta de qué
será más poderosa, la codicia o la soberbia.
Si vence la
soberbia -el no te ajunto de todos con respecto a todos; el yo
primero de todos frente a todos; el cabezarratonismo de cada cual- puede
haber nuevas elecciones, y allá veremos si el memocrático y topiquero pueblo soberano es capaz de razonar más allá de las antipatías.
Si hay
nuevas elecciones, los resultados de algunos partidos pueden cambiar en función
de lo que hayan hecho en este interregno. Así, Podemos se las promete muy
felices, creyendo que sobrepasará al PSOE o, cuando menos, le recortará aún más.
Pero también cabe la posibilidad de que la parte del pueblo soberano que se
dejaría ahorcar de buena gana, siempre que la cuerda hubiera sido trenzada
mirando a la Unión Soviética, le eche en cara no haber colaborado con Pedrito en
la expulsión de la derecha. En eso confía Sánchez, al menos. Pero también este
tiene por qué temer, pues su pacto con la derecha de Ciudadanos -para la
izquierda, todos los enemigos son, por definición, la derecha- puede
hacer que sus topiqueros se echen en brazos de Iglesias y su estalinismo
venezolano-iraní.
Ni a unos -PSOE-, ni a otros -Podemos- les interesan
claramente unas nuevas elecciones, de resultado incierto según hacia dónde les
sople el viento del estereotipo y la antipatía a sus presuntos
votantes.
En la misma cuerda floja se encuentra Ciudadanos que -salvo
para tontos irremediables- ha dado la cara como lo que siempre ha sido: un
partido de izquierda, que se quiere camuflar de centro para engatusar a la
derecha. Sus votos -en inmensa mayoría procedentes del desencanto con el PP-
eran los de votantes de derechas que querían castigar a Rajoy, pero no querían
que gobernase la izquierda, y menos aún la izquierda estalinista y
guerracivilista. Con su apoyo al PSOE, Ciudadanos queda en el aire, sabiendo que
difícilmente repetirá resultados, y que muy probablemente quedará reducido a
partido testimonial tras inflarse artificialmente en los pasados comicios. Por
este motivo, Ciudadanos ya ha declarado que no dará su apoyo a Rajoy, pero no lo
ha negado al PP si presenta otro candidato.
En el fondo, lo que Alberto
Rivera ha hecho es insinuarse como candidato a la presidencia del Gobierno,
presumiendo que al final triunfará la codicia y él será quien menos rechazo
produzca a uno y otro lado.
Porque esta es la otra opción: que llegado el
final de los plazos legales, pueda mas el deseo de trincar algún trozo del
pastel -aunque no sea el apetecido- que correr el riesgo de quedarse sin nada.
Según cual de las dos triunfe -codicia o soberbia- tendremos Gobierno de
siete mil leches o nuevas elecciones impredecibles.