Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 14 de enero de 2012

SOBRE MÁS DE LO MISMO.

Más de lo mismo, esta vez a cargo de Minuto Digital, que titula: El 22% de los trabajadores españoles son funcionarios.

Como no cita fuente, la chorrada debe ser de cosecha propia. Porque es lo que tienen estos liberalotes de derechas, que lo que no saben, se lo inventan. Todo por amarillear, lo mismo que la habitual cosecha de carne más o menos fresca que exhiben.

Olvidan estos derechistas amarillos -o rosas, vaya usted a saber- que todo lo fían al mercado, que las Administraciones son la válvula de seguridad de los Estados. Al menos, cuando funcionan según las Leyes en vez de según los partidos.

Pero olvidan, sobre todo, que en ese 22% que indican -ellos sabrán en qué datos se basan- no sólo se cuentan esos señores -o señoras, o señoros- tan desagradables que le piden los papeles que los políticos han ordenado en la Ley; esos individuos -o individuas- que nunca están en su ventanilla, pero no porque se hayan ido a desayunar, sino porque la ventanilla lleva años vacante; esos tipos -y as- tan molestos que les hacen los DNI, los carnets de conducir, los pasaportes, los trámites para que cobren su pensión, o el paro; los que se pasan diez minutos trabajando hasta cambiarles seis veces la cita que les viene bien para el médico; esos elementos a los que se puede culpar de todos los males y a los que se puede robar de la nómina impunemente.

Entre ese 22% -presunto- están los profesores que les dan clases a sus hijos, desde infantil hasta la Universidad; están los jueces, fiscales, secretarios judiciales, funcionarios de los juzgados, que tramitan sus pleitos. Que más le vale no tenerlos, por supuesto, y que en general parecen que se están choteando de la Justicia, pero en su mayoría lo que hacen es cumplir las leyes que les han dado.

Están los bomberos que, en lo posible, le salvan de la quema o de la inundación; los policías -nacionales, autonómicos o municipales- y guardias civiles que casi siempre le echan una mano si la ley se lo permite, que esa es otra, y no la hacen ellos. Los médicos, enfermeros, fisioterapeutas y etc., que le atienden cuando está enfermo, sea en un ambulatorio o en un hospital. Incluidos los que tienen que atender a borrachos y drogadictos habituales o de fin de semana, que eso si que es un gasto.

Están los soldados -desde recluta a General- que los políticos mandan al quinto pimiento para salvar su cara -dura- ante los señoritos de la ONU, la OTAN y la Oleche.

Están contados -aunque no sean propiamente funcionarios en todos los casos- los conductores de autobuses y de metro y de tren; los barrenderos y recogedores de basura de muchos municipios; los jardineros que limpian la mierda -figurada y literalmente- de los parques donde cae la plaga botellonera, autóctona o foránea.

Están contados -aunque propiamente no sean funcionarios- los empleados de las empresas públicas, muchas de ellas innecesarias, pero otras fundamentales.

Y están contados, sobre todo, el enorme número de vagos -y probablemente maleantes- a los que todos los partidos enchufan como asesores, adjuntos, cargos de confianza y otras muchas figuras del despiporre nepótico, que no son funcionarios.

A los funcionarios -o sea, a los de verdad; a los de oposición- nadie les ha regalado nada, y todos -todos, desde Felipe González hasta Rajoy- les han quitado bastante.

De forma que lo mismo va siendo hora de que los cantamañanas amarillos, que se llenan la boca y el teclado con sus altos principios morales -aunque en la columna de al lado ofrezcan señoras en pelota picada porque eso trae visitas- se vayan metiendo la lengua en el mismísimo camino recto.

SOBRE LA VERGÜENZA AJENA.

Vergüenza que siente uno, pese a ser perro viejo, ante la catarata de quejas hacia el Gobierno del PP. Y más aún, ante el torrente despendolado de tantos que hace un mes corto ladraban casi mordientes, y ahora -con perdón- menean el rabo en laude imposible.

Como mi circunstancia familiar me obliga a dejarme días de vacaciones hasta el último momento, ando ahora quemando los restos del pasado año. Eso me permite ver un trozo de la programación de Intereconomía, particularmente esos en los que una parte de la pantalla es ocupada por los mensajes de los espectadores.

Y si: se me cae la cara de vergüenza ajena viendo que ahora se quejan -generalmente por el nombramiento de la señora Vela, aunque también por otros temas- e incluso amenazan con no votar de nuevo al PP.

También se me cae la cara de vergüenza ajena -se me cae y rebota-, oyendo cómo ciertos contertulios se hacen de nuevas, asombrados al parecer, por las primeras inicitivas de Rajoy. Y no es que se me caiga la cara; es que sale pitando como un fórmula 1, ante la cara dura -sin paliativos- de cierta señora García de Vinuesa, que en otros momentos no tan lejanos parecía a punto de morder en antena a quien osara decir algo contra el PP; y que ahora, con una mansedumbre ejemplar, cariacontecida, suplicante y convertida la voz tronante de antaño en mero susurro, pide comprensión para su PP.

Vergüenza ajena ante tanto becerro que ha ido al matadero de la urna sin querer oír, ni ver, ni entender, y ahora lloriquea; vergüenza ante tanto bandarra que critica al PP, pero sigue en sus trece de no dar cancha a otras opciones. Vergüenza ante los palmeros que bajan la cabeza, pero siguen embistiendo, probones y mansos.

Porque no será porque no se les ha advertido en todas las formas posibles, desde los sitios donde los que vemos claro lo que es el PP hemos podido hacerlo. No, desde luego, desde esa Intereconomía que tanto ha contribuído a llevar a engaño al votante, donde sólo dan voz a su PP y a su PSOE -suyo, pues representantes cualificados socialistas participan en sus programas-, pero niegan el pan y la sal -y los programas y los anuncios pagados-, a los que podrían decir otra cosa. Otra cosa que es, precisamente, lo que esa buena gente -engañada aunque por su gusto-, ha querido votar al votar PP.

Vergüenza ajena de una sociedad suicida, que no mira más allá de pasado mañana, que no quiere ver lo que se nos viene encima y que, como todos los pueblos dormidos, despertará cuando sea tarde.

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