No soy especialmente listo, y como así lo llevo reconociendo por escrito y públicamente desde hace casi medio siglo, cualquier rojo, progre, demócrata, liberal o gilipollas sin graduación que pase por aquí, puede darse por satisfecho con mi declaración y ahorrarse el esfuerzo de juntar letras para decir lo que ya le doy hecho.
No soy especialmente listo, ni tengo mayor mérito intelectual que el de haber reconocido los esfuerzos de los buenos maestros que tuve en mi juventud académica, y haber tenido la inteligencia -esta vez si- de aprovechar lo que me daban.
No tengo una gran cultura, ni titulaciones universitarias abundantes. Tengo, eso si, mis lecturas de guardia, que si no consigo aprovechar todo lo que debiera, me llegan para no caer en la tontería grotesca que estamos observando estos días en los que se consideran templos de la inteligencia trufados con unas gotitas de Oráculo de Delfos.
Porque la poca inteligencia y la poca cultura que tengo -gracias a mis profesores de Bachillerato y a los caminos que me abrieron mis camaradas de Fuerza Nueva y Juntas Españolas-, hacen que me parezca ridículo el espectáculo de manos a la cabeza de todos los periodistas y de todos los opinadores profesionales ante la evidencia de las corruptelas de los cuates de don Pedro Sánchez.
Me parece ridículo que se mesen las cabelleras ante la zafiedad de los barandas socialistas que las grabaciones demuestra; ante la chabacanería, ante la desvergüenza, ante la truhanería con que los barandas del partido socialista se repartían sobres, cobraban y distribuían sobornos, pedían miles de euros de tal o cual cohecho percibido, o solicitaban un puestecillo a dedo para la querida, la concubina, la meretriz o la expareja de cualquiera de los garrulos del PSOE.
Me parece ridículo que a estas alturas se hagan cruces -y los laicos que se jodan con la expresión- porque se ha probado lo que todos los que no somos tontos de baba ya sabíamos. Porque hay que ser tonto -mucho más que el que suscribe y reconoce en el primer párrafo-; hay que ser imbécil con pedigrí, idiota con máster y cretino sin solución para asombrarse ahora de lo que lleva ocurriendo desde hace décadas.
Décadas, si. Sánchez y su grupo de delincuentes han llegado a la quintaesencia de la grosería y la zafiedad; han trincado la pasta de nuestros bolsillos para ponerle pisos a sus queridas fijas, sus rameras fijas discontinuas y sus putas de refilón. Para darles sueldos y que hasta los refociles se los pagara "el pueblo". Porque la pasta de los sobornos no se la han quitado las empresas de sus beneficios, no; la pasta de los sobornos la han cobrado como sobreprecio de la obra o el servicio contratado, y como ya dijo la eminencia socialista Carmen Calvo "el dinero público no es de nadie." Pero lo pagamos todos.
Lo pagan incluso los socialistas que todavía no tienen un puesto digital en cualquier empresa pública, un apañito en cualquier ministerio, ayuntamiento o autonomía como asesor de tocarse las gónadas a tres manos; los que aún no han alcanzado la gloria socialista del chiringuito ecolojeta, esclavista, semiterrorista o sindical.
Pero esto no es de ahora. Y no es de Sánchez. Ni es de Zapatero. Ni es de Felipe González. Ni siquiera el exclusivamente del PSOE. Ni siquiera -aunque objetivamente menor- es del PP al que los mafiosos de Sánchez y sus aliados traidores a España, junto a terroristas y golpistas, echaron acusándolos de corrupción.
Y los más culpables son los cobardes que lo callan, un día tras otro, un año tras otro, un Gobierno tras otro. Los que lo votan sin exigir responsabilidades al que miente, al que roba, al que se forra.
Este es el sistema. Esto es la democracia liberal.