Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 2 de septiembre de 2011

SOBRE LA ZANCADILLA DE LLAMAZARES.

Como zancadilla parlamentaria por sorpresa califica El Mundo el veto del diputado de IU, Gaspar Llamazares, a la enmienda con la que PP y PSOE pretendían comprar el voto de CiU a la reforma constitucional; y a cambio del cual estaban dispuestos a reconocer la capacidad definitoria de las autonomías sobre su déficit.

Indudablemente, don Gaspar lo ha hecho por -dicho sea a la pata la llana- joder. Por soltar una patadita bajo la mesa en las espinillas ppsoistas. Por gallear -¡ahora veréis quien soy yo!- y sentirse el centro del mundo pese a su raquítica representatividad.

Indudablemente, don Gaspar Llamazares ha debido sentirse por un instante como si contase algo en el mundo y en la política española. Indudablemente, se habrá henchido de autocomplacencia y soberbia.

Indudablemente, el señor Llamazares no sabe aún lo que ha hecho, y cuando se de cuenta seguramente se arrepentirá. Porque -aunque no haya tenido más objeto que aplacar su rabieta y embarazar la cerdita, y le haya salido por casualidad-, Gaspar Llamazares ha impedido una nueva genuflexión de los autodenominados partidos mayoritarios.

Nunca creí que llegaría a decirlo, si bien es cierto que jamás he tenido el menor inconveniente en reconocer la verdad cuando se presenta. Y hoy, Gaspar Llamazares ha sido el único defensor de España en el Congreso de los Diputados.

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