Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 3 de abril de 2012

SOBRE "JUANITO".

Los habituales ya saben que en este diario no suelo tratar temas deportivos; al menos, no lo hago salvo que tengan alguna significación política o social. También saben los habituales que soy madridista, y a mucha honra. Y, por último, saben igualmente -porque lo comentó profusamente la prensa, y las radios, y las televisiones- que ayer se cumplieron veinte años del fallecimiento de Juan Gómez, Juanito.

Juanito fue uno de esos jugadores que simbolizan al club al que pertenecen. En su época, además, compartió campos, banquillos y triunfos -también derrotas- con otros muchos jugadores especialmente simbólicos para el madridismo, como Gordillo o el mítico Santillana.

Ya se publicaron ayer múltiples panegíricos, pero quiero sumarme al homenaje a un futbolista que dejó profunda huella, y a una persona que sintetizó en su personalidad el alma española.

Y como cualquier cosa que escribiera ahora resultaría fría, aquí les transcribo lo que escribí hace esos veinte años, con la noticia caliente, y que fue publicado -pulsen sobre la imagen para verlo en el original- en el Nº 41 (15 a 21 de abril de 1992) de La Nación.



* * * * *

Futbolista torero

No sé qué pensamiento político tendría Juanito. No sé si alguna vez, caso de que tuviera alguna ideología concreta, la hizo pública. No sé si era de los nuestros o todo lo contrario. Ni lo sé, ni me importa.

Sé que ha muerto en la carretera, como tantos miles de españoles cada año, y que todos los medios de comunicación han cantado su genialidad como futbolista y su pasión por los toros. Sé que fue uno de mis ídolos deportivos; mío y de toda la generación que tuvo la suerte de conocer el último Real Madrid que ha merecido la pena ver en el campo.

Pero lo más destacable —para mí— del Juanito Gómez que entusiasmó a las multitudes, no es que fuera un buen futbolista. Ni siquiera que tuviese ese algo que separa la genialidad del simple buen hacer. Lo fundamental de Juanito es que siempre fue un hombre apasionado y trasmitía su pasión a los demás. Eso, tan manido, de que era el revulsivo de su equipo. Fue un hombre al que se le desbordaba el coraje, hasta el extremo de caer —quizá en demasiadas ocasiones— en la descortesía y la incorrección; pero que igualmente le llevaba al caballeroso gesto de la disculpa. Y para pedir perdón —todos lo sabemos— hace falta mucho más valor que para la ofensa en caliente.

Anduvo por los campos de fútbol como el torero que siempre quiso ser: fajándose con el adversario, poniendo la vida en el intento, dejándose la piel en cada partido, creciéndose ante la dificultad con auténtica vergüenza torera. Echándole riñones. Y fue uno de los últimos representantes de la furia española; aquella que —en los campos de fútbol, en las plazas de toros y en todos los aspectos de la vida— tenía por bandera el pundonor, el esfuerzo, el orgullo, la dignidad y la gallardía.

Más que lecciones de fútbol —no entiendo lo suficiente del tema para hablar de ello—, la lección que Juanito impartía cada partido —y de forma particular en los más difíciles— era la del hombre que lucha y se esfuerza; que trabaja; que hace frente a la dificultad; que le echa redaños a la vida. Que se revuelve —a veces con demasiada vehemencia— contra lo que considera injusto; que busca el triunfo apasionadamente pero con limpieza, y se duele ante la derrota. Que combate sin arriar la esperanza.

Puede que no tuviera la resignación cristiana de poner la otra mejilla. Pero, por eso mismo, era un arquetipo de la forma de ser hispana, cuando los españoles no eran unas gentes agarbanzadas que se conformaban con ir viviendo mal que bien. Era un hombre capaz de entregarse completamente a la defensa de un ideal —los colores de su equipo, en su caso— sin regatear esfuerzos e ilusión. Algo inimaginable en el actual panorama, cuando los multimillonarios jugadores de fútbol no pasan de ser —pese a toda la genialidad que les quieran adjudicar— meros burócratas que despachan aburridamente su reducida jornada laboral. Algo inimaginable en una España donde las palabras pundonor, vergüenza, decoro y gallardía, han dejado de significar algo.

Con Juanito —don Juan Gómez— se nos ha marchado un retrato arquetipo del ser español. Precisamente ahora, cuando tanta falta nos hacía el ejemplo de lo que es ir por la vida con la cara por delante y echándole un par.

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