Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 10 de junio de 2011

SOBRE LA MESURA DE ALFREDO.

Bien saben mis habituales que suelo anteponer el don a los nombres propios, o el señor a los apellidos. De sobra sé que la mayoría de los que me incitan al comentario no lo merecen, pero uno tiene una educación franquista, qué le hemos de hacer.

No obstante, considero de mejor educación seguir los deseos de cada cual en lo que a nombrarle se refiere, de manera que le daré gusto al señor Pérez Rubalcaba y le llamaré Alfredo.

El caso es que -leo en 20 Minutos- Alfredo ha dicho que "Lo último que tienen que recibir los jóvenes que salen a protestar es un porrazo."

Lo cual, ciertamente, me congratula mucho. Lástima que sus compadres y antecesores en el Ministerio del ramo no pensaran igual, y mandaran a sus sicarios -vestidos de uniforme policial, sí; pero sicarios-, a darle porrazos a los jovenes y a los medios y a los ancianos -a los ancianos sobre todo- que simplemente querían rezar el rosario en la Plaza de Oriente allá por los primeros años ochenta del pasado siglo.

Lástima que sus compadres y antecesores enviaran a sus esbirros -vestidos de uniforme policial, sí; pero esbirros- a provocar a tranquilos y legales manifestantes, entre las plazas de Colón y de San Juan de la Cruz, también en los citados años.

Una verdadera pena, Alfredo. Porque de puro falsos, parecéis idiotas.

Y los que os crean, más.

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