Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 17 de abril de 2013

SOBRE LOS DICTADORES SOCIALISTAS.

Lo recogía ayer la prensa en general, pero tomaré la referencia de Público para que no digan. El caso es que la señora Valenciano, barandilla sociata, se ha subido a la parra por el aviso de la modificación de la ley del aborto. Como no podía ser menos, los socialistas confunden una vez más el culo con las témporas, y se entregan -con la cerrilidad propia de su especie- a tergiversar sobre lo que ni siquiera se conoce. Porque si bien es cierto que el anuncio de modificación de la ley ha coincidido con la reclamación de mayor celeridad por parte de la Conferencia Episcopal, también lo es que el portavoz pepero en el Congreso ha dicho que la nueva ley no gustará a los obispos.

En todo caso, doña Elena Valenciano toma el rábano por las hojas -por no reiterar lo del trasero y los periodos horarios- para declarar que el PP va de la mano de los obispos en este asunto, y que si así lo hace, el PSOE exigirá que se denuncie el Concordato con la Santa Sede.

Como es sabido, el sistema liberal se basa en que la mayoría tiene siempre razón sobre la minoría; es una curiosa forma de quiniela, donde cada ciudadanito votante elucubra sobre lo que querrá la entelequia llamada soberanía nacional -que en el liberalismo es algo tan feble como la supuesta suma de voluntades particulares- y se supone que los más aciertan y los menos se equivocan. Este es el dogma mayor del sistema, y negarlo es salirse de él, a la barbarie, como diagnosticó el cretino Landelino allá por la tra(ns)ición.

Pues doña Elena, tan demócrata, tan tolerante, tan socialista, debe saber que si el PP modifica la Ley del aborto de su comadre Bibiana, no es porque los obispos digan -que bien poco han dicho- o dejen de decir, sino porque era una de sus propuestas electorales y fue votada con mayoría absoluta. O sea: el tótem de la democracia liberal: los más aciertan y los sociatas hundidos se equivocan.

Si doña Elena no fuera una dictadorzuela del tres al cuarto, lo entendería así, y se la envainaría con algo de la elegancia de que carecen los de su clase.

Por lo que respecta a la declaración de la misma señora -o lo que proceda calificarla- de que modificar la ley del aborto es "volver a limitar la libertad de las mujeres", podría explicarle nuevamente a doña Elena que su libertad es suya; que si le apetece, se puede rebanar el pescuezo, o cortarse en trocitos, o destriparse, o arrancarse los miembros -y las miembras-; o quemarse con productos químicos. Pero no tiene derecho a hacérselo a otros.

Además, acaso la nueva ley de aborto gallardoniana -la que según don Alfonso Alonso, vocero populista, no gustará a los obispos; esto es: seguirá desagradando a los católicos votantes del PP- consiga que se le amplíen algo las libertades a las mujeres que se están gestando en el vientre de sus madres, hasta alcanzar una libertad tan básica como la de vivir sin ser torturadas hasta la muerte.

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