Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 7 de octubre de 2015

SOBRE REFUGIADOS, INMIGRANTES ISLÁMICOS Y TODO ESO.

Que resulta que es un tema -según dice hoy El País- que está entre las 10 principales preocupaciones de los españoles.

Se que no es políticamente correcto lo que voy a decir, y la verdad es que se me da una higa. Si me importase lo políticamente correcto, si estuviera atado a las modas y a los tópicos, a estas alturas sería alcalde de Madrid, como poco; y no por mi valía personal, sino por la poca de los que han llegado a excelentísimos sillones.

Total, que ya se hacen a la idea de lo que tengo que decir sobre la inmigración islámica, ahora en forma de esos miles de refugiados que nos invaden y encima nos dicen que hay que recibirlos con los brazos abiertos porque -pobrecitos- lo están pasando muy mal.

Bueno, digo yo que si lo estuvieran pasando tan mal, si estuvieran pasando hambre, no tirarían, enojadísimos, la comida que se les entrega con un envoltorio que -¡horror!- lleva impresa una Cruz Roja. Porque los refugiados no quieren -eso aducen- que les maten los islamistas; pero tampoco quieren que los europeos sigamos siendo cristianos. Quieren que nos islamicemos para recibirlos.

Nada nuevo bajo el sol. Ya lo avisó hace décadas Ben Bella, Presidente de Argelia a la sazón: conquistaremos Europa con el vientre de nuestras mujeres. Y lo dijo en la ONU, nada de esconderse, porque Ben Bella sabía -había sido oficial de las tropas francesas en Argelia antes de la independencia- que los europeos somos relativamente gilipollas y absolutamente acomplejados. 

Sí es nueva una reacción como la de doña Angela Merkel, que tras anatematizar a su colega húngaro Orban, ha llegado a la conclusión -al ver que los refugiados islámicos sirios apaleaban a los sirios católicos igualmente refugiados- de que Europa tiene que permanecer fiel a las esencias cristianas.

Nunca es tarde si la dicha es buena, y que este atisbo de -al menos- reconocimiento de la realidad, venga de Alemania es interesante en esta Europa que va a remolque suyo. Quizá -ahora que en Roma hay un Papa que se hace bendecir por anglicanos, judíos y mahometanos-, deba ser una mujer alemana la que encabece la reacción que le ponga freno a la invasión musulmana. 

Tal y como lo hizo un hombre llamado Juan, hoy hace 444 años, en la batalla de Lepanto.

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