Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 20 de noviembre de 2015

SOBRE EL 20-N.

Que, como vengo diciendo desde hace muchos años, sería una fecha que sólo recordaríamos unos pocos -cada vez menos- si no fuera porque los rojos, los peperos, los hideputas, los tontos y los acojonados se empeñan en tenerla presente. Todos ellos siguen viviendo cojonudamente contra Franco, el único gobernante español que ha dejado huella desde Felipe II.

Se cumplen cuarenta años desde la muerte de Franco. En un hospital de la Seguridad Social que él había creado. No en clínicas de quinientas estrellas, ni en centros sanitarios de Universidades famosísimas, no; en un hospital donde se atendía a cualquier español, y doy fe de ello pues -en las mismas fechas- mi madre era atendida en él.

Ya lo he contado en algunas ocasiones -especialmente para una entrevista que tuvo a bien hacerme mi camarada Rafa España en su blog-, pero lo repetiré, copiando literalmente lo que entonces dije:

* * * * *

Pregunta.- Para muchos de nosotros, el año 75 nos pilló en pañales y chupete. Creo que tu ya tenías conocimiento de causa a la muerte de Franco. ¿Cómo recuerdas aquel 20 de nov del 75?. ¿Fuiste a "la cola"?. ¿Cómo discurrió para tí aquél día?.

* *

El 20 de noviembre del 75 me pilló con 17 años cumplidos dos días antes.

Lo primero que recuerdo es que un amigo me llamó para avisármelo, así como que en la radio habían dicho que habría tres días de luto y no había clase. Nos fuimos de todas formas al Instituto y luego, comprobado que en efecto no había clases, nos volvimos a casa tranquilamente.

Vivía entonces en un barrio netamente obrero, que pocos años después se vería sacudido por la droga pero que entonces estaba habitado por buena gente, trabajadora, honrada y tranquila, que seguía su vida normalmente. A pesar de todo, había un cierto aire de tristeza o acaso preocupación. Desde luego, en ningún caso de alegría. Ni se vio en las calles del barrio más Policía que de costumbre -alguna patrulla muy de vez en vez-, ni hubo nada especial con respecto al orden público.

Bastantes vecinos fueron a "la cola". Yo no. Tenía la sensación de que había fallecido alguien conocido, pero no próximo. Sin embargo, cuando escuché a Arias Navarro leer en televisión el Testamento Político de Franco, se me saltaron las lágrimas.

A los 17 años recién cumplidos, nunca me había interesado la política, ni sabía nada de nada sobre esos temas. El Régimen pecó de una absoluta falta de ideologización, por mucho que ahora digan que la Formación del Espíritu Nacional -la Política, como todos la llamábamos- fue como la actual Educación para la Ciudadanía. Falsedad absoluta, y demostrable con algunos libros de texto que aún conservo.

Empecé a ser franquista dos días después. Justo dos días después, el 22 de noviembre de 1975, día de la coronación del entonces Príncipe Juan Carlos. Sin razones aún -pero con sensaciones- porque sería ridículo pretender que entendí lo que había detrás de las palabras en el discurso del ya Juan Carlos I. Eso lo entendería mas tarde, pero la sensación no era buena. Franco merecía -así lo sentía- algo más que palabras altisonantes y hueras; merecía lo que, por otra parte, mostraba la televisión: las interminables colas de gentes de toda condición y edad, para rendirle un último homenaje. Sentí -más tarde le pondría vestiduras de razón- que el pueblo había dado la talla y aquellos figurones, no. Por eso digo que soy franquista emocional.

Muy poco más tarde pasé a ser franquista visceral, por la náusea que me producían los ataques a Franco -lanzadas a moro muerto-, y el consentimiento de los que todo se lo debían. En cierta forma, puedo decir que llegué al Nacionalsindicalismo por el asco que me daban los demás.

* * * * *

Resulta obvio decir que, transcurridos cuarenta años, sigo siendo más franquista que nunca, y por las mismas razones: porque todos los demás me dan asco. Soy franquista emocional, no ideológico. Fundamentalmente, porque el llamado franquismo no creó ideología alguna. Tomó algunos principios de la Falange, algunos de la Tradición, y demasiados de la derecha. Pero fue, sobre todo -eso lo señalan hasta los estúpidos- fundamentalmente pragmático. En cada vicisitud histórica tomó lo mejor que encontró en la sociedad para solventar los problemas de la mejor forma posible.

No es momento de reiterar lo que consiguió Franco para los españoles y para España. Baste decir que aún vivimos de su herencia en muchísimos aspectos, y que todo el fundamento del bienestar económico que hemos disfrutado nació en aquél régimen. Y esto no es así porque yo lo diga -que también- sino porque lo prueban todos los que -como dije al principio- siguen viviendo contra Franco.

En el fragmento de la entrevista de Rafa España que he reproducido apunto una segunda conclusión. Llegué al Nacionalsindicalismo y al pensamiento de José Antonio por el asco que me producían los canallas y los snobs -o sea, sine nobilitate, sin nobleza- que atacaban a Franco muerto tanto como le habían alabado vivo.

Esa reacción visceral no podía quedarse sólo en eso, y una vez pasada la primera náusea debía fundamentarse e la razón. Así es que -como las gentes de mi generación, y aún de las anteriores, le debemos a la voluntad de Franco el conocimiento de José Antonio- me incliné a la investigación del Nacionalsindicalismo y de la Falange.

Y aquello -el pensamiento de aquél joven universitario perseguido por la izquierda y la derecha- fue un encuentro deslumbrante. Allí estaba la razón, la verdad, la forma, el fondo y el estilo. Allí estaba la nobleza y allí el valor, lo mismo el que lleva al acto heroico que el que conduce al sacrificio diario, callado, silencioso.

Hay, lo se, falangistas que reniegan de Franco. Se que Franco nunca fue falangista -tampoco tradicionalista-, y que su Régimen careció prácticamente de otra ideología que no fuera la unidad, grandeza y libertad de España. Creo que, para cualquier español, eso sería más que suficiente; que ojalá tuviéramos menos ideología socialista, izquierdista, mundialista, liberal, y mas españolidad a secas y sin etiquetas.

Eso -que las etiquetas no fueran lo fundamental- es lo que pretendió Franco. Lo consiguió mientras vivió, porque para la gente de bien era un ejemplo, y para la mala gente era un aviso. Después, sueltas las ambiciones, la dispersión, los intereses de secta, partido y grupo; encumbrados los mediocres, los chalanes, los embusteros, los -Alfonso Guerra dixit- tahúres, todo fue imposible, y hasta aquí hemos llegado.

Pero Franco -y esto lo digo para los falangistas que quieren hacerse perdonar y aceptar por el enemigo a costa de ser mas antifranquistas que nadie- fue quien permitió que las gentes de mi generación -y en consecuencia de las posteriores- conocieran a José Antonio. Sin la voluntad de Franco, el Nacionalsindicalismo -que, cierto, no se llevó a la práctica más que en algunos puntos, aunque fundamentales- habría desaparecido o se habría difundido entre catacumbas.

Franco quiso que los españoles conociéramos a José Antonio, y una extraña coincidencia, una carambola del destino o -como prefiero pensar- la Divina Providencia unió a los dos en la fecha de la muerte.

No me ha salido este año un apunte de tonos heroicos o emotivos. La situación de pequeñez, de mediocridad, de estulticia y cobardía que nos envuelve no me resultaba propicia para ello. No importa, sin embargo, porque el tono heroico lo pondrá, como siempre, la Oración de este día:


Señor:

Acoge con piedad en Tu seno a los que mueren por España, y consérvanos siempre el santo orgullo de que solamente en nuestras filas se muera por España, y de que solamente a nosotros honre el enemigo con sus mejores armas.

Víctimas del odio, los nuestros no cayeron por odio, sino por amor; y el último secreto de sus corazones, era la alegría con que fueron a dar sus vidas por la Patria. Ni ellos ni nosotros hemos conseguido jamás entristecernos de rencor, ni odiar al enemigo.

Y Tú sabes, Señor, que todos estos caídos mueren para libertar con su sacrificio generoso a los mismos que les asesinaron; para cimentar con su sangre fértil, las primeras piedras en la reedificación de una Patria libre, fuerte y entera. Ante los cadáveres de nuestros hermanos, a quienes la muerte ha cerrado los ojos antes de ver la luz de la victoria, aparta, Señor, de nuestros oídos, las voces sempiternas de los fariseos, a quienes el misterio de toda redención ciega y entenebrece, y hoy vienen a pedir con vergonzosa indulgencia delitos contra los delitos, y asesinatos por la espalda a los que nos pusimos a combatir de frente.

Tú no nos elegiste para que fuéramos delincuentes contra los delincuentes, sino soldados ejemplares, custodios de valores augustos, números ordenados de una guardia, puesta a servir con honor y con valentía la suprema defensa de una Patria.

Esta ley moral es nuestra fuerza. Con ella venceremos dos veces al enemigo, porque acabaremos por destruir, no sólo su potencia, sino su odio.

A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa, preferimos la derrota. Porque es necesario que mientras cada golpe del enemigo sea horrendo y cobarde, cada acción nuestra sea la afirmación de un valor y de una moral superior.

Aparta, así, Señor, de nosotros, todo lo que otros quisieran que hiciésemos, y lo que se ha solido hacer en nombre de vencedor impotente de clase, de partido o de secta. Y danos heroísmo para cumplir lo que se ha hecho siempre en nombre de una Patria, en nombre de un Estado futuro, en nombre de una Cristiandad cvilizada y civilizadora.

Sólo Tú sabes, con palabra de profecía, para qué deben estar aguzadas las flechas y tendidos los arcos.

Danos ante los hermanos muertos por la Patria, perseverancia en este amor, perseverancia en este valor, perseverancia en este menosprecio hacia las voces farisáicas y oscuras, peores que voces de mujeres necias.

Haz que la sangre de los nuestros, Señor, sea el brote primero de la redención de esta España en la unidad nacional de sus tierras, en la unidad social de sus clases, en la unidad espiritual en el hombre, y entre los hombres. Y haz también que la victoria final sea en nosotros una entera estrofa española del canto universal de Tu Gloria.



José Antonio Primo de Rivera, ¡Presente!
Francisco Franco, ¡Presente!
Caídos por Dios y por España, ¡Presentes!
¡Arriba España!




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