Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 30 de marzo de 2016

SOBRE EL RÍO Y LA MOZUELA.

Mis camaradas y amigos, que son personas inteligentes y cultas, saben sin más explicación de dónde procede la referencia que da título a este comentario. Pero como nunca se sabe qué socialista, qué comunista, qué progresista, qué moderno, qué tolerante, qué mamarracho o qué zopenco -condiciones todas ellas perfectamente compatibles-, puede caer por aquí, justo será desasnar al necesitado, y decir que la cosa viene por el poema de la casada infiel, de Federico García Lorca, que así comienza:

Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Y conviene decirlo, porque los socialistas, comunistas, progres, zopencos, etc., de García Lorca sólo sabrán -salvo excepciones a demostrar- que lo mató Franco -porque ya se sabe que Franco en persona iba despenando rojos, uno a uno-, y que era homosexual. También, acaso, el apego a la gitanería y una cierta aversión hacia la Guardia Civil, que entonces vestía mucho entre los progres. Nihil novi sub sole. Porque a García Lorca le hicieron inmortal las balas de la CEDA; de no haberle sacado los derechistas de la casa de los hermanos Rosales, falangistas, para asesinarle por oscuros motivos -ni siquiera políticos-, no habría pasado de ser otro de los tantos poetas costumbristas, y estaría tan -injustamente- olvidado como el enorme Rafael de León.

Hecho el comentario sobre el autor que da pié a mi título, vamos al tajo y expliquemos que aquí -en el día a día nacional- es evidente que el que creía haberse llevado al río del pacto a la mozuela es don Alberto Rivera. La mozuela -con perdón- sería don Pedro Sánchez, sin que la comparación pretenda cambiarle de sexo, sino ponernos en situación.

Don Alberto Rivera se las ha estado prometiendo muy felices por haber pactado, firmado y sellado un pactito con don Pedro Sánchez. Pero héte aquí que don Pedro Sánchez, tras parlamentar con don Pablo Iglesias, afirma que las posibilidades de diálogo son mayores, y que todo puede ocurrir. Lo dice El País: "con todas las cautelas y dificultades, estamos más cerca del gobierno del cambio y más lejos de la repetición de las elecciones. Hay una predisposición al diálogo".

El problema es que don Pablo dice que con don Pedro vale, que sí; pero que para eso tiene que renunciar a la relación con don Alberto.

Total, que don Alberto ha hecho el papelón de su vida, y la mozuela que creía haberse llevado al río le ha salido tan casquivana como al gitano del romancero lorquiano.

sábado, 26 de marzo de 2016

SOBRE SEMANA SANTA Y FRANQUISMO.

El franquismo, ya se sabe, es el referente fundamental de esta España, en la que todos  siguen viviendo cojonudamente contra Franco, a pesar de que lleve 40 años muerto, y de que falleciera -de viejo- en un hospital de la Seguridad Social que creó el falangista José Antonio Girón de Velasco bajo su mandato.

El párrafo precedente ya habrá puesto -a quienes me visitan con frecuencia- sobre la pista de que voy a hablar de otro papanatas de los que -heroicos mamarrachos-, siguen viviendo contra Franco; y aciertan, porque en este caso es -no podía ser de otra forma- un columnista de El País, que firma Guillermo Altares, el que afirmaba ayer:

Bajo el franquismo, comer carne en estas fechas era una actividad sospechosa. Pese a las procesiones, la Pascua ha cambiado mucho. Y luego se explaya, el imbécil: Sin embargo, pese a su inconfundible importancia actual, resulta difícil imaginar cómo era la Semana Santa bajo la dictadura franquista, cuando cerraban los cines y los teatros, comer carne podía representar un auténtico problema con las fuerzas de seguridad (y los vecinos) y toda la vida política y social giraba en torno a este acontecimiento que no tenía nada que ver con unas vacaciones de primavera.

En lo de que la Semana Santa no tenía  nada que ver con las vacaciones de primavera acierta el plumilla paisano. Pero es que aún no teníamos una señora Carmena, una señora Colau, una señorita Rita, que nos inventaran la Semana Santa laica, la Navidad laica, las procesiones laicas, los bautizos laicos y otras tantas laicidades, que uno no puede por menos que congratularse de ser católico trentino. También es cierto que entonces -en lo que el plumilla paisano llama dictadura franquista- la Conferencia Episcopal Española, los señores Obispos, los señores curas, y el señor Francisco, no nos habían metido en esta espiral de márqueting, en la que parece que lo que importa es tener mucha clientela, aunque no se sepa para qué. Entonces, la Semana Santa era Semana Santa; el Gobierno era Gobierno; las leyes eran leyes; los jueces eran jueces, y la vigilia era vigilia.

Y ahí entramos en la otra parte del articulito: en eso de que comer carne podía representar un auténtico problema con las fuerzas de seguridad (y los vecinos).

Y esto lo dice un individuo que me llamaría intolerante, racista, xenófobo y fascista si se me ocurre hablar del ramadán de los musulmanes o de la comida kosher de los judíos, por no irnos a la India y sus vacas sagradas y demás.

Esto es: si los progres hablan del Ramadán, en el
que -véase en Europa Press- los musulmanes se deben abstener de comer, beber y tener relaciones sexuales durante las horas de luz: del alba hasta la puesta de sol; o de la prohibición de comer carne de cerdo y de las varias normas a seguir para sacrificar a los animales -rito halal-; o de las enrevesadísimas prohibiciones -comida kosher- de los judíos, entonces hay que respetar las religiones, hay que ser tolerante, hay que aceptar las diferencias y hay que huir de la xenofobia, la intolerancia y todo eso que legitima a todo buen soplagaitas.


Pero si se trata de no comer carne los viernes de Cuaresma -no sólo el Viernes Santo, señor plumilla de El País; por lo menos, entérese antes de hablar-, entonces la cosa es intolerable, y clara muestra del oscurantismo franquista.

jueves, 17 de marzo de 2016

SOBRE LAS VIEJAS COSTUMBRES.

Viejas costumbres, si bien nunca desaparecidas, si al menos relativamente ocultas durante los últimos  años. Me refiero a la de los politicastros de ir pidiendo ayuda -y por tanto, hipotecado el futuro nacional- a los amiguetes de fuera. 

En los finales años 70 del siglo pasado, el ejemplo más evidente fue el del partido socialista, que más que español -cosa que dejo de ser en cuanto puso a Stalin como mascarón de proa- parecía una sucursal del partido socialista alemán de don Willy Brandt, que tantas palmaditas dio en la espalda de Felipe González, acaso para hacerle pasar el mal trago del desmantelamiento de la industria nacional.

Tampoco fue ajeno a reclamar el socorro extranjero la UCD de Suárez -hay quien dice que la ayuda para este conglomerado de intereses turbios vino de manos reales y caudales árabes vinculados al petróleo-, y prácticamente no ha habido en España partido político gobernante o aspirante cercano a ello, que no haya pasado por las horcas caudinas de ofrecer favores a futuro. 

Después de la integración en la Unión Europea, parecía que estas cosas habían pasado a la Historia. Pero no; ahora viene Pedro Sánchez a meter entre sí mismo y Pablo Iglesias a nada menos que el primer ministro griego.

"Le voy a pedir a Tsipras que le diga a Iglesias que su actitud de bloqueo está perjudicando a millones de españoles que sufren la desigualdad, los recortes y la austeridad", cita textualmente El País.


Por tanto, ya no se trata de traer a algún político extranjero más o menos famoso para que palmotee espaldas y capte fotografías. Se trata de colocar como mediador, entre dos perdedores electorales que buscan el poder a costra de lo que sea, a un individuo extranjero, que ha demostrado cómo se puede hundir en la miseria a un país ya de por si medio hundido.

Y es el aspirante a Presidente del Gobierno de España el que acude al extranjero para que convenzan de apoyarle al presunto futuro Vicepresidente.

Con un par.

* * * * *
Este apunte ha sido previamente publicado en el blog de Antonio Tapia, diario amigo y hermano con cuya amistad me honro.


viernes, 11 de marzo de 2016

SOBRE LA DESVESTIDURA.


Desvestidura, porque resulta cada vez más evidente que aquí, en este batiburrillo que el pueblo soberano y topiquero ha considerado realizar con los políticos, politicuchos, politicastros y politiqueros, pase al final lo que pase, el que llegue a formar Gobierno no acabará investido, sino desvestido y con todas las vergüenzas al aire.

Si aún hay alguien que lea estos apuntes, habrá observado que hasta hoy no he dicho nada sobre el tema de las tentativas de don Pedrito y don Pablito y don Albertito. Menos aún del tancredismo de don Marianico, porque de la nada es difícil hablar, salvo ser político profesional, cosa de la que espero que Dios me siga librando.

Los sesudos comentaristas se devanan las meninges haciendo cuentas, sacando sumas, restando votos, dividiendo opciones y multiplicando teorías. Pero en el fondo, si nos alejamos de la aritmética de covachuela partitocrática y nos atenemos a la matemática de la Historia, la solución al problema es evidente.

Y la solución se basa en la simple pregunta de qué será más poderosa, la codicia o la soberbia.

Si vence la soberbia -el no te ajunto de todos con respecto a todos; el yo primero de todos frente a todos; el cabezarratonismo de cada cual- puede haber nuevas elecciones, y allá veremos si el memocrático y topiquero pueblo soberano es capaz de razonar más allá de las antipatías. 

Si hay nuevas elecciones, los resultados de algunos partidos pueden cambiar en función de lo que hayan hecho en este interregno. Así, Podemos se las promete muy felices, creyendo que sobrepasará al PSOE o, cuando menos, le recortará aún más. Pero también cabe la posibilidad de que la parte del pueblo soberano que se dejaría ahorcar de buena gana, siempre que la cuerda hubiera sido trenzada mirando a la Unión Soviética, le eche en cara no haber colaborado con Pedrito en la expulsión de la derecha. En eso confía Sánchez, al menos. Pero también este tiene por qué temer, pues su pacto con la derecha de Ciudadanos -para la izquierda, todos los enemigos son, por definición, la derecha- puede hacer que sus topiqueros se echen en brazos de Iglesias y su estalinismo venezolano-iraní.

Ni a unos -PSOE-, ni a otros -Podemos- les interesan claramente unas nuevas elecciones, de resultado incierto según hacia dónde les sople el viento del estereotipo y la antipatía a sus presuntos votantes.

En la misma cuerda floja se encuentra Ciudadanos que -salvo para tontos irremediables- ha dado la cara como lo que siempre ha sido: un partido de izquierda, que se quiere camuflar de centro para engatusar a la derecha. Sus votos -en inmensa mayoría procedentes del desencanto con el PP- eran los de votantes de derechas que querían castigar a Rajoy, pero no querían que gobernase la izquierda, y menos aún la izquierda estalinista y guerracivilista. Con su apoyo al PSOE, Ciudadanos queda en el aire, sabiendo que difícilmente repetirá resultados, y que muy probablemente quedará reducido a partido testimonial tras inflarse artificialmente en los pasados comicios. Por este motivo, Ciudadanos ya ha declarado que no dará su apoyo a Rajoy, pero no lo ha negado al PP si presenta otro candidato.

En el fondo, lo que Alberto Rivera ha hecho es insinuarse como candidato a la presidencia del Gobierno, presumiendo que al final triunfará la codicia y él será quien menos rechazo produzca a uno y otro lado.

Porque esta es la otra opción: que llegado el final de los plazos legales, pueda mas el deseo de trincar algún trozo del pastel -aunque no sea el apetecido- que correr el riesgo de quedarse sin nada. 

Según cual de las dos triunfe -codicia o soberbia- tendremos Gobierno de siete mil leches o nuevas elecciones impredecibles.

jueves, 10 de marzo de 2016

SOBRE LA COLADA DE COLAU.


Colada, por llamar de alguna forma que el fiscal permita, a la mala educación de la señora alcalda -porque esta también, como la señora Carmena, es una alcalda- de Barcelona. 

Señora alcalda que ayer, en una cierta feria educativa de la ciudad que sojuzga, al ser saludada respetuosamente por dos militares -uno de ellos un Coronel, y el otro no alcancé a distinguir las estrellas- les dijo que no me gusta que estén en el salón, por aquello de separar espacios.

Realmente, no comprendo qué espacios necesita la señora alcalda que le separen, aunque sí me parece comprender su actitud, basada en la supina ignorancia, porque estos y estas perroflautas y perraflautas, que son el colmo de la modernidad, la progresía y la democracia, deberían saber que su origen -el de la democracia en Europa, digo- procede de la Revolución Francesa, que entre otras muchas cosas -muchas de ellas malas, aunque no todas- dio origen a los ejércitos nacionales. 

El origen de los ejércitos modernos -para colaus y demás tontoflautas: lo que en Historia se considera Edad Moderna y posteriores-, se basa, por tanto, en el pueblo en armas, lejos de los ejércitos feudales, levantados por los nobles y casi más a su servicio que al de la Corona; es decir -nuevamente para perroflautas colados- del Estado.

Sentado este precedente -o sea, que el Ejército es el pueblo en armas- que los tontos ignoran profusamente, cabe recordar que en las Fuerzas Armadas se imparte una formación académica al menos igual -y por lo general superior- a la que se pueda obtener en los demás centros educativos. Evidentemente, los cacaflautas -en su oceánica ignorancia- desconocen que los alumnos de academias militares salen de ellas con los títulos de oficial que les corresponden, pero con estudios de diversas ramas del saber -ingenierías, idiomas- en nada inferiores -y en mucho superiores- a lo que puedan aprender los desgraciados alumnos de Universidades, como la Complutense, que caigan en manos de profesorcetes políticamente enchufados como Iglesias, Errejón y otros ejemplares de quiste hidatídico universitario.

Pero, dicho todo esto -y callado mucho más que se podría decir, pero que ocuparía demasiado de forma innecesaria, porque el que lo sabe no lo necesita, y el que lo ignora jamás será separado de sus tópicos por la razón- debo reconocer que me preocupa mucho más que la mala educación, la ignorancia, la zafiedad de la Colau -sin señora-, las razones esgrimidas por ciertos comentaristas de radio y prensa en defensa del Ejército.

Defensa basada en que ya llamará la Colau -sin señora- al Ejército si surge alguna desgracia -además de tenerla como alcalda- en su ciudad; que el Ejército ayuda en inundaciones, incendios, nevadas, emergencias de todo tipo. Que el Ejército realiza admirables obras sociales y humanitarias en países extranjeros.

Comentarios que son ciertos, porque nada mejor que una organización debidamente jerarquizada y disciplinada para hacer lo que hay que hacer y cuando hay que hacerlo; pero comentarios que reducen a los Ejércitos al papel de oenegés suministradoras de agua embotellada, aspirinas y tiritas.

Y los Ejércitos no están para eso -aunque lo hagan, y lo hagan bien-, ni son eso. Ni siquiera están los militares para sustituir a los ineptos poderes civiles cuando vienen mal dadas, y ocurre una desgracia a la que estos son incapaces de hacer frente porque se han gastado los cuartos en fiestorros zafios y groseros; o cuando una acumulación de idioteces pone la sociedad al borde del colapso como, por ejemplo, cuando una ciudad como Málaga está a un paso de la emergencia sanitaria porque nadie hay con lo necesario para retirar de la circulación las basuras, ni a los que impiden recogerlas.

Y por supuesto, no estoy diciendo que el Ejército deba salir a recoger la basura, sino que sería bueno que acompañase a los encargados de ello, tanto para animarles en su labor, como para dialogar con los piquetes incendiarios y cachiporreros en el lenguaje que fuese menester. 

A veces hace falta poner un poquito de cordura en mentes calenturientas; animar al entendimiento entre gentes de bien y colaus que se cuelan; centrar los diálogos entre tanto besugo, y en esos casos viene bien contar con personas que, por profesión y vocación, son incluso capaces de mantener la sonrisa y la compostura ante los barriobajeros, los vagos, los maleantes y los snob. Así lo vio un ministro socialista y zapateril, José Blanco, y a nadie le pareció fuera de lugar que enviase las tropas a supervisar el trabajo de los controladores aéreos. Controladores que -todo sea dicho- afirmaron trabajar mucho más a gusto, y mejor tratados, bajo supervisión militar que bajo las órdenes de sus jefes habituales.

Pero incluso aunque los militares sean capaces de acoger, con la conmiseración que merecen, a estos pobres desgraciados colaus que no saben nada, pero lo vociferan todo, los Ejércitos no están siquiera para cuidar gamberros, tarados o tiorras. Los Ejércitos están para preservar la paz y -si Dios no lo impide- para hacer la guerra cuando los políticos nos lleven al abismo, como suelen. Están para garantizar -por mandato de la Constitución pergeñada por los políticos- la Unidad de España y su integridad territorial. 

También, a veces, a algún militar le es concedida la ocasión de enseñar al que no sabe, y ocurre como en la visita de Su Santidad Benedicto XVI a España, cuando la Puerta del Sol estaba llena de rojimierdas, cacaflautas, hideputas a granel y canallas en general, que en opinión de la Policía allí destacada podrían poner en peligro el tránsito del Cristo de la Buena Muerte por la plaza, camino del lugar asignado para la visita del Papa, por lo que aconsejaba variar el itinerario. El oficial legionario que mandaba la tropa, con la determinación y la sobriedad propias de quien sabe mandar hombres, repuso que él tenía sus órdenes y las iba a cumplir, y que quien quisiera impedirlo se atuviera a las consecuencias.

Evidentemente, ante el Cristo de la Buena Muerte llevado a hombros y escoltado por sus legionarios, no hubo ningún incidente. Y es que hay situaciones en que basta con saber manera.


viernes, 4 de marzo de 2016

SOBRE LA FALSEDAD, LA INCULTURA, LA ESTUPIDEZ O EL ENCANALLAMIENTO.


O sobre todo ello junto, con especial incidencia en lo último, porque de lo que voy a hablar es de una auténtica canallada.

Lo siento si alguien -viendo el título- ha pensado que iba a referirme a la desvestidura de un tal Perico, o a las muchas peripecias parlamentarias de esta semana. No voy por ahí -aunque, evidentemente, no faltan en el semicirco los falsos, los incultos, los estúpidos ni los canallas-, sino por un tema que, a mi modesto entender, es importante; no una payasada de aficionados sin gracia como la de los politicastros al uso.

Como mis habituales saben -y si no, se lo cuento- no veo televisión mas que para determinadas retransmisiones deportivas, centradas en cuatro partidos del Real Madrid y la Fórmula 1. Esto lo digo para que nadie me tome por despistado si, a estas alturas, comento una serie de televisión que hace tiempo ha finalizado en su emisión normal, pero que yo estoy viendo ahora.

Me refiero a la centrada en la vida de nuestro Rey Carlos I, que a su vez fue el quinto emperador de Alemania de ese nombre, y que empecé a ver pensando que -habida cuenta de la razonable fidelidad histórica de la serie predecesora, Isabel- presentaría unos niveles adecuados de parecido con la realidad.

Pero, a la vista de los cuatro primeros capítulos, hay que deducir que los guionistas son incultos y estúpidos o -más probablemente- falsarios y canallas.

Ni se respetan fechas, ni hechos. Carlos I jamás tuvo nada que ver -al menos que los historiadores sepan y hayan dicho- con Germana de Foix, la que fuera esposa de su abuelo Fernando el Católico. Menos aún tuvo con ella descendencia, y nótese que en aquellos tiempos los hijos bastardos de los reyes -y sobre todo las hijas- eran parte importante de la política matrimonial. El propio Carlos I utilizaría así a su hija ilegítima Margarita, habida con una dama flamenca, antes de su matrimonio con Isabel de Portugal.

Carlos I jamás rechazó el matrimonio con Isabel, y menos aún en la época en que la serie lo presenta, época en la que ni siquiera se había propuesto dicho enlace. 

Menos creíble aún resulta ver a Diego Velázquez, Gobernador de Cuba, ataviado como un gañán en una casucha de madera, o a un Hernán Cortés que se queda meses a la orilla del mar, en Méjico, esperando que los indígenas le traigan tres cachitos de oro de buena gana y tras hacerse amigos al momento de verse. Cortes y sus hombres tuvieron que combatir con todos los pueblos mejicanos que había en el camino de Méjico -Cempoal, Tabasco, Tlaxcala, Cholula-, antes de encontrarse con los auténticos aztecas, que sojuzgaban a todos los demás; y combatir duramente, hasta la extenuación, aunque luego -en efecto- las alianzas con ellos fueran firmes y duraderas.

En fin: que esta serie sobre Carlos I de España y V de Alemania es un bodrio, una falsedad y una mentecatez, solo apta para ignorantes o furibundos seguidores de los programas de corazón y bidé, o una canallada dirigida a pervertir el conocimiento de los que se dejan influenciar por la televisión sin ser capaces de leer un libro de Historia de España, aunque devoren los superventas pseudohistóricos extranjeros.

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