Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 27 de junio de 2012

SOBRE LA CAMPAÑA CONTRA DIVAR.

El ex-Presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo Carlos Dívar, se quejó ayer amargamente en una entrevista en la cadena COPE -refiere El País- de la campaña "burda... cruel y desproporcionada, con ensañamiento...", de que se considera víctima.

También muchos analistas y tertulianos van por el mismo camino, comprensivo cuando no exculpatorio, sobre las andanzas de don Carlos. Aluden -los analistas y tertulianos, digo- a que los mismos gastos suntuarios y la misma vagancia generalizada ha afectado a otros Consejeros. Afirman que el señor Dívar disponía -en función de su cargo- de unos gastos de representación que no era obligado justificar, y que don Carlos ha sido víctima de una venganza por haber empapelado al ex-juez Garzón, por cuyo motivo los Consejeros socialistas se la tenían jurada.

Será cierto, no lo niego. Será cierto que los demás Consejeros trabajan tres días por semana; será cierto que gastan alegremente y sin tasa todos ellos; será verdad que al señor Dívar le han buscado las vueltas. Pero no es menos cierto que, si alguien no tiene vueltas, nadie se las puede buscar.

Y el señor Dívar -al que se le supone una cultura- debería haber recordado aquella sentencia de Julio César, sobre que no bastaba que su mujer fuera honrada, sino que además debía parecerlo.

Publicidad: