El ex-Presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo Carlos Dívar, se quejó ayer amargamente en una entrevista en la cadena COPE -refiere El País- de la campaña "burda... cruel y desproporcionada, con ensañamiento...", de que se considera víctima.
También muchos analistas y tertulianos van por el mismo camino, comprensivo cuando no exculpatorio, sobre las andanzas de don Carlos. Aluden -los analistas y tertulianos, digo- a que los mismos gastos suntuarios y la misma vagancia generalizada ha afectado a otros Consejeros. Afirman que el señor Dívar disponía -en función de su cargo- de unos gastos de representación que no era obligado justificar, y que don Carlos ha sido víctima de una venganza por haber empapelado al ex-juez Garzón, por cuyo motivo los Consejeros socialistas se la tenían jurada.
Será cierto, no lo niego. Será cierto que los demás Consejeros trabajan tres días por semana; será cierto que gastan alegremente y sin tasa todos ellos; será verdad que al señor Dívar le han buscado las vueltas. Pero no es menos cierto que, si alguien no tiene vueltas, nadie se las puede buscar.
Y el señor Dívar -al que se le supone una cultura- debería haber recordado aquella sentencia de Julio César, sobre que no bastaba que su mujer fuera honrada, sino que además debía parecerlo.