Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 2 de abril de 2009

SOBRE LA "PROPUESTA SORPRESA".

La de don José Luis Rodríguez, que pese a ir a la reunión del G-20 de convidado de piedra (20 Minutos, 2/4/09, pag. 8), no renuncia a ejercer de payaso, aunque su nula preparación para ello le haga parecer más deprimente que chistoso.
 
Ahora sale el chiquitín con la gracieta de pedir que los sindicatos tengan silla en el G-20. Y no es que a mí me parezca mal que se escuche a los sindicatos -sobre todo a los que no sean los vulgares chaperos que sufrimos mayoritariamente en España-; pero que esto lo diga el señor Rodríguez me resulta sumamente curioso.
 
Más que nada, porque eso de la participación de los trabajadores en las tareas de gobierno, a través de los sindicatos, ya lo dijo José Antonio hace tres cuartos de siglo. ¡Qué retrasadito andas, Pepe Luí!

SOBRE UN TAL JORGE MARTÍNEZ REVERTE.

Este fulano, pobre cuatezón castrado que pretende tirar de similitud de apellido para hacerse un hueco, dice que ha escrito un libro -el arte de matar- acerca, como no podía ser menos, de la guerra civil esa que vamos a repetir cualquier día de estos.
 
Una tal Paula Arenas, probable becaria de 20 Minutos -página 16, (1/4/09)- que le entrevista, ya desde el primer párrafo muestra su portentosa incultura, cuando afirma que esta es una obra que nos cuenta la contienda como nunca antes nos la habían contado: desde la trinchera.
 
Para una presunta periodista, la ignorancia de la simple existencia de la obra de Arturo Barea, Miguél Hernández, Alberti, Castro Delgado, Líster, Malraux, Hemingway, todos ellos rojos porque -evidentemente- esta señora o señorita progre no iba a caer en la tentación de leer a Rafael García Serrano, a Foxá, a Iribarren, a Fontana, a Cavero, por sólo citar los que -así a vuelapluma- se me vienen a la memoria; esta ignorancia, decía, presenta un interesante currículum de necedad. Pero lo que bate marcas estratosféricas de estupidez, son las respuestas del señor Martínez.
 
Por ejemplo, cuando la becaria le pregunta si Franco era un hombre de escaso talento militar, sentencia Martínez que sin duda. Está claro. Por eso sugirió al General Primo de Rivera el lugar y la forma del que sería Desembarco de Alhucemas, cuya vanguardia mandó personalmente; por eso fue el organizador de La Legión; por eso levantó desde el papel y dotó a la Academia General Militar de los más modernos programas y métodos de enseñanza de su época, según los militares extranjeros que la visitaron; por eso se inventó el primer puente aéreo de la Historia, para pasar los primeros soldados desde Africa a Sevilla; por eso llevó a los rojos de carrera en pelo en carrera en pelo hasta Madrid, donde frenaron el avance las Brigadas Internacionales que el señor Martínez no menciona, acaso porque si admite que las Columnas del Sur estaban en cuadro después de Badajoz, Maqueda y Toledo, y se enfrentaban a toda la basura del mundo comunista, no podría achacar a Franco el error de no haber tomado Madrid rápidamente.
 
Claro, que resulta fácil comprender al señor Martínez -inútil escribir su segundo apellido-, cuando afirma que la República tenía que haber sido más defensiva, y que su mejor batalla fue la defensa de Valencia en 1938. Justo cuando las tropas nacionales cortaron en dos el territorio levantino de la República por Vinaroz. Si eso es lo mejor, apaga y vámonos, Jorgito.
 
Resulta superfluo, pero -para que quede constancia- aconsejo no gastar un céntimo en comprar el librejo, y menos aún perder un segundo el mirar la portada. Que don Jorge M. Reverte -que así se firma- engañe, si puede, a los que no se acuerden de que el escritor de verdad es Arturo Pérez-Reverte.
 
 

SOBRE LA VENGANZA TURCA.

La que -según la prensa- preparaban los aficionados de aquél país para el partido de selecciones que se jugó ayer.
 
Comentaba 20 Minutos -página 12 de la edción en papel de Madrid, (1/4/09)- que un periodista turco afirmaba: Nadie esperaba la pitada y resultó una falta de respeto porque la bandera y el himno turcos son sagrados en nuestro país.
 
Como -me permito añadir- en cualquier lugar decente del mundo.
 
La mayor desgracia es que los incultos zarrapastrosos que se permiten silbar a los himnos nacionales de las selecciones con que se enfrenta la española, no lo hacen siquiera como ofensa al país. En su necedad oceánica, no entienden que lo que suena no es un himno de equipo futbolero -o baloncestístico, o balonmanero- sino el de una Nación. En su cortedad estúpida, en su imbecilidad adquirida televisivamente, no distinguen entre un club y una Patria.
 
Silban los himnos nacionales lo mismo que tararean el nuestro: sin saber lo que son. Lo mismo que sacan las banderas de España con el mismo sentimiento que sacan las de su equipo: sin el menor sentido patriótico, simples forofos anestesiados.
 
No es de extrañar, pués, que los turcos -gente seria- estuvieran cabreados. Lo lamentable es que -en sentido contrario- los españoles -esto es: ciudadanos de los chiringuitos, cortijuelos, cotarros y mamandurrias- no se sentirían molestos, o no más que cuando silban por ahí el himno del Real Madrid, o del Atlético, o del Sevilla. Probablemente menos, porque estos cabestros son españoles los quince, veinte, treinta días al año que existe la selección.
 
 

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