Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 5 de junio de 2010

SOBRE LO DE SIEMPRE CON ISRAEL.

Y lo de siempre es que una vez más me voy a quedar solo, cosa que no me ensoberbece pero tampoco me preocupa.
Aquí -en la coña marinera de la flotilla de gilipollas, me refiero- hay dos aspectos. Uno, el meramente formal, el de que si los israelíes han atacado en aguas internacionales, que si son unos piratas, que si uso de armas de fuego contra palos...
Bien, cada cual pensará como guste, pero si nos quitáramos la filia palestina veríamos que por cada soldado israelí había cuatro o cinco energúmenos con cuchillos de tamaño familiar y palos de muy señor mío. Y, como no soy partidario de andar por la vida diciendo perdone usted, señor navajero, déjeme medírsela -la navaja, evidentemente- y voy a comprarme una igual y luego vuelvo a defenderme de su agresión, me parece bien que el que tiene una pistola la use para evitar que un imbécil le dé matarile.
Hoy cuenta la prensa -El País, por mejor señalar- y con intención truculenta, que las autopsias a los muertos del barquito contrabandista demuestra que los disparos fueron a quemarropa y que hay cadáveres que presentan varios impactos -por ejemplo, en cabeza, hombro, espalda-, lo que cuentan con evidente deseo de espantar al lector, tan presuntamente blandito.
Como no soy blandito y además tengo el vicio de pensar, de esos hallazgos forenses lo que deduzco es que son heridas propias de disparar una ráfaga en combate cuerpo a cuerpo.
Dícese también que los contrabandistas -o sea, los que intentaban burlar un bloqueo y pasar mercancías sin que la autoridad correspondiente les echara la vista encima- se defendieron de un ataque. Bien, dígase así; pero dígase entonces que no eran pacifistas, o que dejaron de serlo cuando -antes del desembarco de las tropas israelíes- aprestaba cuchillos de matarife. Si somos pacíficos y somos simbólicos, no somos combatientes. Si somos combatientes, hay que apechugar con las consecuencias. Lo que no vale es tirar piedras y esconder manos, o resguardarse detrás de papaíto progre despues de faltarle a otro.
Y estos oenegeros tienen la costumbre de hacer lo que les da la gana, y luego quejarse de que les sacudan un soplamocos. Ya sean los borrokos borricos, ya los okupas, ya los oenegeros de todo pelaje.
Total, que en esta ocasión -como casi siempre cuando entramos en esa zona geográfica-, no se trataba tanto de socorrer al pueblo palestino -pueblo, digo; no mandamases terroristas de Hamás- como de tocar las pelotas a Israel. E Israel, con muy buen criterio, ha decidido que, si de pelotas se trata, las suyas van por delante.
Que es, además, la única forma de que no se las corten. Y, de camino, de salvarnos el culo -no de forma necesariamente metafórica- a los europeos.

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