Me
llega por diversas fuentes la imagen de los vehículos de la Guardia Civil
entrando al Valle de los Caídos. Tomando el Valle, como si quienes les han mandado
tuvieran miedo de que los que allí descansan fueran a tomar las armas que en su
día llevaron con honor.
Las
buenas gentes de España –las que aún no han entendido que esto ya no es España,
sino el sumidero de la Historia, la zahúrda donde todos los sinvergüenzas se
revuelcan en su pequeñez- se escandalizan, asombrados por esa presencia. Incluso
he visto escrito que hay quien piensa que antes de la disciplina está el honor.
A mi
no me sorprende. Ni siquiera me escandaliza. Ni siquiera me escandalizó la
referencia de que, hace unos días, guardias civiles patrullaban armados dentro
de la Basílica, sin que la jerarquía eclesiástica abriera la boca, acaso
demasiado llena para decir mu.
A mi
no me sorprende, porque ya hace casi 19 años vimos, y conté, lo que pasó
entonces. Aquí abajo se lo dejo, como recuerdo, ya que no como profecía:
* * * * *
domingo, 23
de noviembre de 2008
He visto, y lo conté en su día, a
muchos chulos metidos a chequista.
He visto -y lo he contado- cómo la policía cargaba contra unos miles de
españoles que protestaban por el asesinato de tres marinos. La cosa ocurrió en
Cibeles, en el lejano septiembre de1979, cerca de donde estaba el entonces
Ministerio de Marina, y subimos hasta la Puerta del Sol, donde estaba
Gobernación y ahora aposenta a doña Esperanza Aguirre. Manifestación no
autorizada, por supuesto; como tantas otras en Vascongadas. Ni viejos, ni
niños, fueron respetados por los valientes maderos -que entonces vestían de
color mierda- de porra en ristre, botes de humo y pelotas de goma en todos los
sentidos.
He visto -y lo he contado-, cómo la policía, acaso recién desenchiquerada de
sus bases, provocaba groseramente, con la zafiedad del que se sabe impune, a
algunos ancianos que hacían el recorrido entre Colón y la Plaza de San Juan de
la Cruz. Cuando cerca de los ancianos aparecíamos algunos que no lo éramos, y
desde nuestra credencial de Servicio de Orden mirábamos fijamente su
placa, los heroicos sinvergüenzas guardaban un discreto silencio.
He visto por la televisión -como todos- la ejemplar mansedumbre de la policía
frente a los etarras, proetarras, filoetarras, hideputas varios, con pedigrí o
a granel. He visto cómo la policía contemplaba impertérrita la quema de
Banderas de España, pasándose por al arco de las órdenes o del miedo -ya que no
el patriotismo del que carecen- su deber constitucional de defender la Enseña
del Estado que les paga.
Y a pesar de haber visto la chulería de matoncete paleto que se gastan muchos
de esos individuos, cuando uno de ellos ha resultado muerto en un atentado, o
en un tiroteo con delincuentes comunes, he enviado al desván de la memoria las
provocaciones vistas y vividas, y he rezado, y he gritado, y he escrito en su
honor.
Desde hace muchos años, mi lema ha sido que prefiero que nadie muera; pero que
si la democracia sigue exigiendo como precio la sangre de los hijos de
España, mejor que caigan políticos que hombres de uniforme.
Hoy, viendo lo ocurrido en el Valle de
los Caídos ayer; viendo que la actitud de los guardias civiles destacados allí
no cumplían un penoso deber, sino un anhelado festejo; hoy, conociendo que la Guardia
Civil ha dejado de ser la del Duque de Ahumada y goza en la cochiquera como
cualquier puerco de aquella Guardia Nacional Republicana chequista y
cobarde, tengo que decir lo que nunca creí que diría.
Tengo que decir que conozco guardias civiles; tengo que decir que los guardias
que conocí y que conozco son personas de bien. Tengo que decir que entre los
guardias que conozco hay españoles de una pieza. Pero tengo que decir que, hoy,
la Guardia Civil, como Cuerpo, ha dejado de tener mi respeto.
Al igual que a los militares el valor se les supone, a la Guardia
Civil le suponía el patriotismo. Un patriota, un español decente, una persona
honrada, hubiera obedecido sus órdenes. Un sinvergüenza, un canalla, un cabrón,
lo habría hecho con recochineo y regodeándose. Esa es la diferencia.
Y en esa diferencia está la mía: lo que va de considerar al Cuerpo como
benemérito de España, a tenerlo por simple calderilla del precio de la
democracia.
Ahora, maten a quien maten, me importará tres leches si no es un camarada. A la
Guardia Civil ya no le supongo el patriotismo. Que cada número lo demuestre, y
ya hablaremos.
(Y que los que honran el uniforme me perdonen; pero se que, aunque les duela el
alma, piensan igual).