Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 26 de marzo de 2016

SOBRE SEMANA SANTA Y FRANQUISMO.

El franquismo, ya se sabe, es el referente fundamental de esta España, en la que todos  siguen viviendo cojonudamente contra Franco, a pesar de que lleve 40 años muerto, y de que falleciera -de viejo- en un hospital de la Seguridad Social que creó el falangista José Antonio Girón de Velasco bajo su mandato.

El párrafo precedente ya habrá puesto -a quienes me visitan con frecuencia- sobre la pista de que voy a hablar de otro papanatas de los que -heroicos mamarrachos-, siguen viviendo contra Franco; y aciertan, porque en este caso es -no podía ser de otra forma- un columnista de El País, que firma Guillermo Altares, el que afirmaba ayer:

Bajo el franquismo, comer carne en estas fechas era una actividad sospechosa. Pese a las procesiones, la Pascua ha cambiado mucho. Y luego se explaya, el imbécil: Sin embargo, pese a su inconfundible importancia actual, resulta difícil imaginar cómo era la Semana Santa bajo la dictadura franquista, cuando cerraban los cines y los teatros, comer carne podía representar un auténtico problema con las fuerzas de seguridad (y los vecinos) y toda la vida política y social giraba en torno a este acontecimiento que no tenía nada que ver con unas vacaciones de primavera.

En lo de que la Semana Santa no tenía  nada que ver con las vacaciones de primavera acierta el plumilla paisano. Pero es que aún no teníamos una señora Carmena, una señora Colau, una señorita Rita, que nos inventaran la Semana Santa laica, la Navidad laica, las procesiones laicas, los bautizos laicos y otras tantas laicidades, que uno no puede por menos que congratularse de ser católico trentino. También es cierto que entonces -en lo que el plumilla paisano llama dictadura franquista- la Conferencia Episcopal Española, los señores Obispos, los señores curas, y el señor Francisco, no nos habían metido en esta espiral de márqueting, en la que parece que lo que importa es tener mucha clientela, aunque no se sepa para qué. Entonces, la Semana Santa era Semana Santa; el Gobierno era Gobierno; las leyes eran leyes; los jueces eran jueces, y la vigilia era vigilia.

Y ahí entramos en la otra parte del articulito: en eso de que comer carne podía representar un auténtico problema con las fuerzas de seguridad (y los vecinos).

Y esto lo dice un individuo que me llamaría intolerante, racista, xenófobo y fascista si se me ocurre hablar del ramadán de los musulmanes o de la comida kosher de los judíos, por no irnos a la India y sus vacas sagradas y demás.

Esto es: si los progres hablan del Ramadán, en el
que -véase en Europa Press- los musulmanes se deben abstener de comer, beber y tener relaciones sexuales durante las horas de luz: del alba hasta la puesta de sol; o de la prohibición de comer carne de cerdo y de las varias normas a seguir para sacrificar a los animales -rito halal-; o de las enrevesadísimas prohibiciones -comida kosher- de los judíos, entonces hay que respetar las religiones, hay que ser tolerante, hay que aceptar las diferencias y hay que huir de la xenofobia, la intolerancia y todo eso que legitima a todo buen soplagaitas.


Pero si se trata de no comer carne los viernes de Cuaresma -no sólo el Viernes Santo, señor plumilla de El País; por lo menos, entérese antes de hablar-, entonces la cosa es intolerable, y clara muestra del oscurantismo franquista.

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