Como resulta que las imágenes de las camaras de seguridad captaron la agresión de un rojo ultraizquierdista a un chaval pacíficamente sentado en un vagón del Metro, los periódicos, las televisiones, las radios, se han lanzado a pontificar sobre el odio ideológico. Así lo titula el 20 Minutos (edición papel de Madrid, pag. 2).
Por supuesto, con la inestimable colaboración del tolerante profesional Esteban Ibarra -que vive cojonudamente de su meneíllo subvencionado-, y que declara que todo esto viene de "webs" donde se fomenta la xenofobia.
Como para los rojos de sillón los únicos xenófobos somos los ultras -los que llaman de derecha, claro, porque de los ultras de izquierda nadie habla; los ultrarojos sólo son radicales- queda claro a quien se culpa de todo.
Por si faltaba algo, o por si los lectores de los panfletos amarillos son más tontos de lo que le parecen a los amos, hacen un repaso de los crímenes ideológicos, xenófobos, racistas, y -ni que decir tiene- fascistas: desde la dominicana Lucrecia Pérez, asesinada en 1992, hasta el pollo Palomino, en 2007, y pasando por Aitor Zabaleta, aficionado de la Real Sociedad asesinado en un partido de fútbol, que no se a qué viene citarlo.
Y para completar, la referencia a si el agredido en esta ocasión reciente había dicho algo sobre el difunto pollo, y si el ultraizquierdista agresor defendía a su fenecido amigo Palomino, motivo suficiente para que a la madre del citado pollo le parezca muy bien la paliza que el ultrarrojo le pegó a un pacífico viajero de Metro.
También la Policía -que para eso cobra- dice que es lo que pasa cuando hay tantos radicales. Pero sólo citan -según el mencionado 20 Minutos; si no es cierto, que le reclamen al becario correspondiente- que agredido y agresor estaban "fichados" (esto es, aunque no habían cometido ningún delito aún, los tenían localizados y espiados, pasándose por el forro de la gorra la presunción de inocencia y la no interceptación de las comunicaciones); y que uno era antifascista y el otro simpatizante de la extrema derecha. Vamos, que el antifascista no es ultraizquierdista.
Curiosamente, la madre del difunto pollo asegura no conocer al agresor -llamado por la prensa Raúl, sin apellido, no se sabe si por defender su anonimato pese a ser mayor de edad y delincuente, o porque carece de él- pero sí afirma que respondió a una provocación muy concreta: "jódete, que el pollo está muerto". ¿Soy el único al que le parece que esta señora sabe demasiado para no conocer al agresor? ¿O es que, con estos tolerantes, ir a un asador a pedir un pollo asado va a ser una heroicidad digna del huevo frito, Laureada por otro nombre?
En fin, que ya sabemos lo que es esto: el radical -no ultraizquierdista, ni infrarrojo, sino radical-, el tolerante meneíllo del no tan joven Ibarra, los becarios gilipollas de periodiquines y periodicuchos, los amos de los susodichos -de los papeles y de los plumíferos-, la policía y los bienpiensantes -no es errata- insinúan que el agredido se lo tenía merecido por ser ultraderechista.
Bien; en tal caso, es evidente que ustedes -todos los precitados y quien guste sumarse, que hay para todos- son, en lenguaje cervantino, unos hideputas.
Y esto no es -ustedes no tienen ideas, sino antipatías- odio ideológico sino constatación de una realidad indiscutible.
Por supuesto, con la inestimable colaboración del tolerante profesional Esteban Ibarra -que vive cojonudamente de su meneíllo subvencionado-, y que declara que todo esto viene de "webs" donde se fomenta la xenofobia.
Como para los rojos de sillón los únicos xenófobos somos los ultras -los que llaman de derecha, claro, porque de los ultras de izquierda nadie habla; los ultrarojos sólo son radicales- queda claro a quien se culpa de todo.
Por si faltaba algo, o por si los lectores de los panfletos amarillos son más tontos de lo que le parecen a los amos, hacen un repaso de los crímenes ideológicos, xenófobos, racistas, y -ni que decir tiene- fascistas: desde la dominicana Lucrecia Pérez, asesinada en 1992, hasta el pollo Palomino, en 2007, y pasando por Aitor Zabaleta, aficionado de la Real Sociedad asesinado en un partido de fútbol, que no se a qué viene citarlo.
Y para completar, la referencia a si el agredido en esta ocasión reciente había dicho algo sobre el difunto pollo, y si el ultraizquierdista agresor defendía a su fenecido amigo Palomino, motivo suficiente para que a la madre del citado pollo le parezca muy bien la paliza que el ultrarrojo le pegó a un pacífico viajero de Metro.
También la Policía -que para eso cobra- dice que es lo que pasa cuando hay tantos radicales. Pero sólo citan -según el mencionado 20 Minutos; si no es cierto, que le reclamen al becario correspondiente- que agredido y agresor estaban "fichados" (esto es, aunque no habían cometido ningún delito aún, los tenían localizados y espiados, pasándose por el forro de la gorra la presunción de inocencia y la no interceptación de las comunicaciones); y que uno era antifascista y el otro simpatizante de la extrema derecha. Vamos, que el antifascista no es ultraizquierdista.
Curiosamente, la madre del difunto pollo asegura no conocer al agresor -llamado por la prensa Raúl, sin apellido, no se sabe si por defender su anonimato pese a ser mayor de edad y delincuente, o porque carece de él- pero sí afirma que respondió a una provocación muy concreta: "jódete, que el pollo está muerto". ¿Soy el único al que le parece que esta señora sabe demasiado para no conocer al agresor? ¿O es que, con estos tolerantes, ir a un asador a pedir un pollo asado va a ser una heroicidad digna del huevo frito, Laureada por otro nombre?
En fin, que ya sabemos lo que es esto: el radical -no ultraizquierdista, ni infrarrojo, sino radical-, el tolerante meneíllo del no tan joven Ibarra, los becarios gilipollas de periodiquines y periodicuchos, los amos de los susodichos -de los papeles y de los plumíferos-, la policía y los bienpiensantes -no es errata- insinúan que el agredido se lo tenía merecido por ser ultraderechista.
Bien; en tal caso, es evidente que ustedes -todos los precitados y quien guste sumarse, que hay para todos- son, en lenguaje cervantino, unos hideputas.
Y esto no es -ustedes no tienen ideas, sino antipatías- odio ideológico sino constatación de una realidad indiscutible.