Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 10 de abril de 2017

SOBRE LAS ARMAS.


Las armas son una cosa curiosa. Haylas blancas -verbigracia, la clásica navaja cabritera, que tan buen uso encontraría hoy-; arrojadizas, de fuego, ligeras, pesadas, automáticas... 

Para los que gustamos de ese tipo de cosas y nos hemos molestado en obtener la pertinente licencia -hacer un exámen, pagar tasas, renovar cada cinco años con el correspondiente gasto económico y de tiempo- poseerlas produce una satisfacción que va más allá de la mera posibilidad de uso. 

Las armas suelen ser un artilugio bonito, estéticamente agradable. Lo mismo una katana, que las enormes espadas medievales, que el famoso Colt de las películas, que los fusiles de asalto. Incluso el burdo Kaláshnikov -un arma hecha para resultar barata y para combatir en las peores condiciones posibles- es un arma con una belleza singular. Otras armas son un prodigio de la técnica: los carros de combate, los aviones, los barcos... 

Sin embargo, desde la sencilla hacha de sílex hasta el misil más sofisticado, todas tienen algo en común: por sí mismas no son más que trozos de piedra, de metal o de materiales de propiedades casi inimaginables; pero simples trozos de materia inanimada.

Incluso el más moderno complejo armamentístico no es nada si un programador no le ha marcado su funcionamiento; si alguien -una persona o varias- no lo ponen en funcionamiento.

Por lo tanto, me permito deducir que las armas, en sí mismas ni son buenas ni son malas. Son cosas. Lo que importa del arma es quién la maneja, en qué forma y con qué objetivo. No son las malas las armas, sino las personas; las manos que las esgrimen, las cabezas que las dirigen y usan.

En consecuencia, que ETA entregue -o haga el paripé- unos trozos de metal, unos combinados de productos químicos, es algo perfectamente insignificante. Lo significativo, sería que entregase las manos que las han utilizado, las cabezas que las han dirigido.


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