Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

lunes, 12 de octubre de 2015

SOBRE EL GENOCIDIO DE COLAU Y EL KICHI.

No confundir con el kichi de la Colau, aunque allá se vayan la una y el otro, o el otro de la una. En fin, ya me entienden, y cuando nos ponemos a tocar las gónadas todos tenemos manos.

La señora Colau -ustedes dispensen, es una forma de hablar- ha escrito -vean El País- lo que sigue, a propósito de la Fiesta Nacional: "Vergüenza de estado aquel q celebra un genocidio, y encima con un desfile militar q cuesta 800mil €". 

Así, con todas sus faltas de ortografía y sus sobras de vagancia.

El señor -otra forma de hablar, ya comprenden- González -alias Kichi, porque estos fulanos tienen alias como tantos delincuentes-, esto otro: "Nunca descubrimos América, masacramos y sometimos un continente y sus culturas en nombre de Dios. Nada que celebrar". 

Evidentemente, nunca descubrimos América. Al Kichi le resultan desconocidos los EE.UU., Canadá, Méjico, toda Centroamérica, Brasil, Venezuela -¡verás cuando se entere Maduro!-, Chile, Argentina... Nada de eso lo conocemos, ni tampoco -en consecuencia- los últimos cinco siglos y pico de la Historia Universal. Bueno, seamos justos: no lo conoce el Kichi, lo que tampoco es tan extraño.

El genocidio del Kichi y la Colau es otra cuestión evidente. No tienen más que venirse a Madrid, y verán con sus propios ojitos donde están los descendientes de todos los indígenas masacrados. 

En cuanto a las culturas, es cierto que el mundo ha perdido una gran riqueza con la desaparición de los sacrificios humanos, los banquetes a cuenta del enemigo vencido -o del amigo cebado para el sacrificio, que de todo había-, de los ídolos amasados con sangre humana, y de los corazones extirpados con el paciente aún vivo y puestos a asar en los templos.

Gracias a Dios no masacramos a todos los indígenas ni todas las culturas, y de vez en cuando en la América hispana de las Universidades, de la primera imprenta del Continente, de los escritores y pintores, resurge un ramalazo de la vieja cultura, cuya noticia nos ofrece también El País: Una turba quema vivo a un alcalde en Guatemala.

Laus Deo.

SOBRE EL ANIVERSARIO.

Aniversario de la muerte del mejor escritor en lengua española de todos los tiempos –con permiso de Cervantes, Quevedo y otros cuantos, que lo darán- que nos dejó -¡y cómo se nota, coño!- en 1988: Rafael García Serrano.

Cada año –salvo el pasado, que marré la fecha por primera vez en décadas, y en eso se ve el aburrimiento que me produce esta actualidad vieja, cansada, apática, que me hace olvidar incluso el calendario- quiero rendir mi modesto homenaje al maestro Rafael.

Este año, que andamos a vueltas con los cenutrios del separatismo catalán, quiero traer aquí un artículo que Rafael escribía hace la friolera de 32 años. Se basaba en los dimes y diretes del carajal autonómico que comenzaba a desparramarse en idiotez, pequeñez y catetez, y desde ahí elaboraba uno de sus deliciosos futuribles que –con demasiada frecuencia, por desgracia para España-se han ido convirtiendo en casi realidad.

El número de los tontos es infinito, y el maestro se los conocía a todos.


El porvenir
«León no formará autonomía con Castilla»
 (De EL ALCÁZAR de ayer)
SÁBADO, 15 DE ENERO (83)

Primero fue León, que no quiso formar parte de la autonomía Castilla-León, de modo que Segovia reclamó y al final le dijeron que claro, que por qué no, que bien podía hacerse una nacionalidad incluso con su capital y su provincia, y esto estimuló mucho el ánimo secesionista español, de por sí tendencial y generosamente desarrollado en cuanto falta comunidad de empresa, voluntad nacional y un par de eso que ustedes saben y que, se nombren o no, son elementos sustanciales de la unidad lo mismo, por ejemplo, en los Estados Unidos que en Rusia, en Francia que en Perú, en Dinamarca que en China, y sigan ustedes soltando nombres nacionales sin atarugarse, como si no concursasen en el «Un, dos, tres...»

Lérida se enfadó con Barcelona, harta del centralismo de la Generalidad, y puso en el empeño el tesón de su raya aragonesa, de modo que salió adelante con su Estatuto, no sin antes haber empleado algunos trucos guerrilleros heredados directamente de Indívil y Mandonio. Barcelona se movió mucho y bien, pero Gerona y Tarragona no respondieron como se esperaba, porque realmente la cuestión les interesaba mucho y estaban «a lo que estamos, tuerta». Cuando Lérida, por fin, fue libre/lliure, Tarragona se movilizó en pro de su independencia, con su Cardenal y el Gran Maestre de la Logia al frente, ocasión que aprovechó Gerona para hacer otro tanto. En el caso de Tarragona el asunto se complicó una pizca porque Reus planteó sus indiscutibles derechos y antiquísimas querellas —los de Reus emplazaron la grupa del caballo de la estatua de su general Prim de modo que pudiera ventosear en dirección Tarragona, y eso desde el lejanísimo tiempo en que se alzó el monumento ecuestre, en plena Unidad de España— y con su tenacidad comercial, el ímpetu de Prim, el valor de Prim y la inteligencia sutilísima y política de Prim, que fue un gran diplomático, heredados por un señor del Arrabal de Santa Ana, resolvió la papeleta a su favor en dos boleos, lo cual excitó el independentismo de Tortosa, que ya que no era ni siquiera Expaña prefería ser cualquier otra cosa menos una dependencia de la dinastía de los Tartarines. Esto, escribió un cronista, «fue el punto que salía de la malla sin que nadie lo remalle, aunque sea de Calella». En menos de un año Cataluña ofreció al mundo el insólito espectáculo de partirse en treinta y cinco nacionalidades; en dos, cincuenta y una. Y la ventanilla continuaba abierta día y noche, porque los catalanes, gracias a Dios, son muy emprendedores.

«Euzkadi» saltó en trece taifas del primer empentón, el batúa se fue al carajo y se retornó al antiguo vascuence, que subsistía pese a la Academia Baska y que encontró de nuevo los viejos dialectos. Si uno de Usúrbil iba a Gernika para cambiar sidra por clavos —único sistema comercial que se utilizaba en la antaño industriosa, rica y próspera región española—, tenía que valerse de la traducción simultánea, del intérprete o de la lengua española, la compañera del Imperio, que resultaba lo más rápido y lo más económico. Galicia descubrió la Parroquia y el Cacicato como estados soberanos, si bien con socarrona moderación dentro de una pródiga multiplicidad. En algunas nuevas nacionalidades subgalaicas se solicitó el Protectorado de la Argentina, que con elegancia se limitó a prestar ayudas económicas y facilidades para la emigración. Andalucía dio trescientas nacionalidades. Murcia se hinchó de Cantones Independientes y contagió a buena parte de Levante. Madrid, provincia, se dividió en ocho. Madrid, capital, tuvo el honor de ser la descubridora de la Nacionalidad Vecinal, porque el  Hotel Palace se declaró independiente y bilingüe, con dos idiomas oficiales, el español y el catalán: había una facción dentro del Palace que solicitaba su incorporación a la nacionalidad barcelonesa, si bien con Estatuto diferente, y estalló como consecuencia una guerra civil que devastó la provincia del vestíbulo, el comedor y el bar del Palace. El servicio de «Caballeros» fue tomado a cuchillo (de cocina) y sólo en esa acción se produjeron ocho bajas (tres muertos y cinco heridos). La ONU se vio obligada a construir dos edificios más como el primitivo de Nueva York, solamente para dar cabida a los representantes de las distintas nacionalidades surgidas en Expana, y las sesiones plenarias se celebraban en el Madison Square Garden.   

Expaña era un festival de banderas, fronteras, constituciones, leyes civiles, penales, monedas (todas de papel), ejércitos, policías, embajadores, etcétera, y algunas nacionalidades se vendían a caprichosos ricos que querían ejercer de Jefes del Estado (por Alcalá de Henares pagó doscientos millones de dólares un petrolero de Texas, a condición de vestir de cardenal renacentista en los actos oficiales), o se alquilaban para residencia de verano de nudistas, antropófagos, drogadictos, maricones o Estados-Sanatorio de jesuítas pachuchos (algunos decían «poco católicos»). Fue un buen negocio.

Hubo, incluso, nacionalidades simplemente unipersonales: un tal Faustino Pipaón de la Gándara y Ulises, fue el primero. Llevaba su bandera izada en la chistera, y silbaba un cuplé, “Muñecos”, constantemente: era su Himno Nacional. Esta moda no prosperó porque el segundo ciudadano que consiguió su Estatuto de Nacionalidad, inmediatamente procedió a declarar independiente su parte Sur de la cintura para abajo, de su parte Norte, de la cintura para arriba, la aduana estaba en el ombligo; que lo tenía caído, y para conceder la libertad nacional a ambas, creyó oportuno darse un tajo con una cuchilla de carnicero y separar realmente ambas nacionalidades, cada una con su independencia y su soberanía. Lo consiguió, pero murieron ambas.

LECTOR.—¿Cómo se llamaba el tío?
YO— No, amigo, no fue ninguno de los que usted se figura. ¡Imagínese con qué alegría se lo hubiese dicho!

Rafael García Serrano



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