Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 24 de octubre de 2019

SOBRE LOS CANALLAS.

Los canallas que todos sabemos quienes son. Incluso ellos, pobres gusanos, mierdecillas, detritus de la Historia, que jamás se acordará de ellos.

Nadie se acordará de qué detentadores de puñetas dieron su visto bueno a la profanación de una sepultura, escudados en su soberbia y su cobardía. Nadie se acordará de los obispos que callaron como putas. Nadie se acordará de los periodistas que se sumaron valientemente a la campaña de difamación, y aplaudieron a un tal señor Sánchez, aunque guardaran la ropa diciendo que si no había cosas más importantes. Nadie recordará los periódicos de mierda que siguen viviendo contra Franco. Nadie recordará -menos aún- el nombre de ninguno de esos votantes encaramados al parlamento, que no fueron capaces de votar no a la inicua ley de hideputez histórica.

Nadie se acordará de ninguno de ellos, como no se acordará de quienes no hemos tenido los santos cojones de impedirlo, o por lo menos poner la vida en el empeño. 

En cambio, el Excelentísimo Señor Don Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España y Generalísimo de los Ejércitos, quedará, por siempre, en la Historia. La Historia grande, la de los hombres que sobresalen, que cumplen, que sirven. Esos hombres que los canallas, los desgraciados, los sinvergüenzas y los cobardes siempre miran con recelo, porque les demuestra su propia pequeñez.



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