Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 25 de agosto de 2018

SOBRE LOS PROFANADORES.

En la Historia, suplantar creaciones, profanar tumbas, robar sepulturas, ha sido actitud constante de todos los incapaces, de todos los resentidos, de todos los ladrones, de todos los sinvergüenzas. 

En el Antiguo Egipto, los Faraones maldecían a quienes se atrevieran a turbar su descanso. Estoy total y absolutamente seguro de que el Excelentísimo Señor Don Francisco Franco Bahamonde, católico a machamartillo a pesar de la Institución eclesiástica, jamás pensaría en maldecir a quienes profanaran su tumba, que -sin que él lo indicara así- acabó estando en la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, por decisión del Rey Juan Carlos I. 

(Entre paréntesis: sobre el tema de la sepultura de Franco y de quién decidió que estuviera en el Valle de los Caídos hay documentación, y hace unos días -véanlo dos entradas más abajo- la ofrecí. Pese a ello, hay periodistuchos, politicastros, historiadorcetes y cabestros en general, que pontifican sobre que Franco se hizo un mausoleo. La prueba definitiva está en que la tumba hubo que excavarla de prisa y corriendo según todas las fuentes, luego ni estaba hecha, ni previsto allí el enterramiento, ni Franco construyó el Valle para sí mismo. Fin del paréntesis).

Decía que estoy total y absolutamente seguro de que Franco jamás pensaría en maldecir a quienes profanaran su tumba. Probablemente, porque nunca pensó que en España se volvieran a profanar tumbas, como fue costumbre entre los milicianotes que preferían desenterrar cadáveres en los conventos a irse al frente. Evidentemente, los cadáveres no respondían al fuego, ni al acero, y era mucho más seguro combatir contra difuntos enterrados en las iglesias que contra falangistas y requetés en campo abierto y en igualdad de condiciones.

Probablemente, Franco nunca creyó que en España volviera a haber un pueblo cobarde, pasivo, esclavo, sometido a la mayor incultura de los últimos siglos, manipulado desde la escuela, que pudiera ser nuevamente pasto de caciques, canalla buena para la comprobación de las doctrinas marxistas -como explicaba don Carlos Marx a su colega Engels-; un pueblo de miserables, de corruptos, de traidores, de cabestros.

Por lo tanto, es imposible que Franco pensase en maldecir a quienes profanaran su tumba. 

Pero yo, que soy católico a pesar de la Institución eclesiástica española; que soy católico por la gracia de España, me temo que no soy lo bastante bueno para poner la otra mejilla, para aceptar con mansedumbre la iniquidad, para inclinar la cabeza ante los señoritos feudales. Y tampoco -modestia aparte- soy lo suficientemente tonto para creerme las mentiras de los necios, las falsedades de los iletrados, los tópicos de los resentidos.

Y como no soy lo bastante bueno, ni lo bastante tonto, yo si maldigo. Os maldigo a todos. A todos los canallas que no levantasteis la voz hasta que vuestro enemigo -aunque él no os tuviera como tales- estuvo muerto y enterrado. A todos los que nunca pudisteis soportar que vuestra pequeñez no fuera digna de la persecución de la que luego habéis alardeado, faltos de otro motivo de orgullo. A todos los que mentís, como los cabrones que sois, para congraciaros con la plebe envenenada. A todos los que habéis aprobado, con la afirmación o -peor aún- con el silencio, leyes inicuas para establecer desde el BOE una versión sesgada, falsa y revanchista de la Historia. A todos los que, con vuestro voto, habéis llevado al poder a los ineptos, a los mentirosos, a los trepadores, a los mentecatos que os desvían la atención del paro que os consume, de la injusticia que os abruma, de la desesperanza que os envenena, para poneros como muleta ante los hocicos la profanación de las tumbas.

Os maldigo a todos los que habéis promovido una España donde el punto de referencia sea volver a una guerra civil, a ver si los cobardes que la perdieron porque no tenían cojones para combatir de frente la ganan ahora. 

Maldigo a los obispos que nadan y guardan la ropa, pastores cobardes, tibios, que quieren preservar su independencia política, fomentando el espíritu de concordia entre todos los españoles y cultivando la oración para el logro de una convivencia en paz, justicia y libertad. (Comunicado del Arzobispado de Madrid, recogido por InfoCatólica). Maldigo a los que para fomentar la concordia abandonan a los suyos y se postran ante los enemigos. En la "X" de la declaración de la renta os espero; y espero que Dios -ese Dios al que malvendéis por una puñetera subvención- que ya os lo avisó (Apocalipsis 3:15-19: ... por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca), os lo tenga en cuenta.

Os maldigo a todos, y vosotros ya sabéis quienes sois. Y como no soy lo suficientemente bueno, os maldigo con la esperanza de que podré solazarme en vuestra desgracia antes de que me llegue la hora. 

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