Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 17 de septiembre de 2014

SOBRE EL CAMINO CATALANISTA.

Disculparán ustedes que hasta el momento no haya comentado nada sobre el tema separatista catalán. No lo he hecho porque no hay nada nuevo que decir, nada nuevo que rebatir, nada nuevo que razonar. El catalanismo es obtuso, aldeano, cazurro, taimado y egocéntrico, y quienes han permitido llegar a este punto son, lisa y llanamente, traidores.
 
El secesionismo rampante era cuestión de tiempo desde 1976, y todos y cada uno de los gobiernos españoles desde aquél primero del tahúr Suárez, han puesto una escalón nuevo en la escalera del absurdo separatista. Suárez se agarró a los separatismos para gobernar; Felipe González se acurrunchó con ellos después de su primera legislatura; Aznar se encamó con ellos en la primera; Rodríguez les prometió lo que quisieran -carta blanca para el desmadre absoluto-, y Rajoy ha sido incapaz de mostrar el mínimo de dignidad que corresponde en una situación así a un presidente del Gobierno que cuenta con mayoría absoluta.
 
El adoctrinamiento en el separatismo no es cosa de hoy, ni de los últimos ocho o diez años. Viene -lo repito- desde 1976; y tras casi cuarenta años de mentiras, falsedades, felonías y traiciones, era inevitable llegar a este punto. Un punto del que no hay retorno ya.
 
Las insinuaciones -posteriormente negadas con la cobardía propia del PP- sobre la aplicación de la legalidad vigente y la consiguiente suspensión de la autonomía catalana, llegan fuera de momento; y ni aún así se expresan claramente, con la suficiente fuerza y nitidez como para ser creíbles y ligeramente disuasorias. Llegan fuera de momento, porque se ha pasado con mansedumbre ejemplar por las horcas caudinas de la expulsión del español de las aulas; por la quema de banderas españolas y por la negativa de las administraciones públicas de la región catalana a colocarlas en el lugar que les corresponde; porque se ha pasado con bovina parsimonia por la presencia de banderas separatistas -las famosas estrelladas, qué así les resulte premonitorio y se estrellen contra el muro que les espera en la secesión-; por las algaradas anarcocatalanistas y okupas que hacían funciones de una ETA progre y simpática para los pujoles y los mases. Porque si para Arzallus eran los chicos de la gasolina los salvajes de la guerrilla urbana, para Pujol, Maragall y Mas los anarquistas, disfrazados de antisistema y okupas, han sido la carne de altercado con la que asustar a los españolistas.
 
De ahí que -como alguna vez he dicho, y por ese motivo no había escrito acerca del tema, porque sólo puedo repetirme- el futuro de la Catalunlla independiente sea una guerra civil que los señoritos de la burguesía no verán hasta que les lleve por delante.
 
Y ahora, en su cerrazón absoluta, los señoritos de la burguesía; los descendientes de los pusieron los cimientos del separatismo catalanista, cifrando sus aspiraciones en que Madrit accediera a poner aranceles a los productos textiles británicos, preservando sus ganancias aún en contra del interés general de España, y les diera todas las facilidades para exacerbar su capitalismo salvaje; ahora, los señoritos cazurros del aldeanismo recurren a la captación de inmigrantes marroquíes tras sus banderillas separatistas.
 
Viene de antiguo la negativa del separatismo catalán a recibir emigración hispanoamericana, y la disposición a aceptar la de otros lugares, preferentemente africanos, por el simple hecho de que los hispanoamericanos hablaban español y sería difícil incorporarles al uso del catalán, en tanto que los africanos, al desconocer el idioma, se plegarían fácilmente a aprender la lengua del separatismo. La prueba está en que la región catalana es uno de los viveros del islamismo radical más activo, según las autoridades policiales europeas y mundiales. Y ahora llega el señor Mas, y ofrece -véanlo en El Mundo de hoy- enseñar 'lengua árabe en horario escolar' y «cambios en la Lomce para introducir la enseñanza de la religión islámica.» El objetivo es ganarse -añade el citado periódico- a los casi 300.000 marroquíes de Cataluña para la causa independentista.
Uno podría pensar que la soberbia del aldeanismo cazurro les llevaría a querer codearse, en pie de la igualdad que nunca podrán tener, con países como Francia, Alemania, Holanda, etc. Pero no: el independentismo catalanista no tiene más objetivo que salir como sea del atolladero, aún sabiendo que -aunque lo consiguieran- no tendrán en muchos años ninguna opción de integrarse en la UE. Por una sencilla razón: que en varios países europeos -Francia, Italia, Bélgica, Reino Unido- hay regiones atacadas por el virus del separatismo ombligomundista, y admitir a una supuesta Catalunlla independiente serviría de ejemplo a sus propios secesionismos.
 
Por eso, Mas y sus paletos recurren a la alianza con el moro, sin advertir -o quizá a pesar de advertirlo- que ello les sitúa en el futuro que les aguarda: un país tercermundista, dictatorial -dictatorial de verdad-, regido por la religión islámica y surcado por las trifulcas entre anarquistas antisistema, musulmanes ensoberbecidos, señoritingos escudados en los mosus, y despiporre general.
 
Y ¿por qué buscan los cazurros de Mas este futuro? Pues sencillamente porque no tienen escapatoria si no es así. Porque se está empezando a destapar el vergonzoso latrocinio que los separatistas han llevado a cabo en Cataluña, y ya no les queda mas opción para sustraerse de la justicia que la de hacerse su propia justicia. Ese es, hoy, el fin último del separatismo catalán: tener su estadito propio, con su propia justicia y sus propias leyes, que les libere de compromisos con el Estado español al que llevan casi cuatro décadas robando, chantajeando y estafando.
 
Son como los malos vecinos, que tienen que salir por pies de la comunidad donde han dejado a deber la luz, el agua y el gas. Pero ellos son más ladrones, mas sinvergüenzas, más canallas: se quieren llevar, además, el piso.

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