Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 21 de febrero de 2012

SOBRE CIFRAS QUE CANTAN.

Sin duda han oído ustedes hablar de la brutal represión policial contra los estudiantes de un Instituto valenciano que protestan por los recortes educativos. Lo han visto en todas las televisiones, y con preferencia en los momentos en que un policía sacude a algún mozalbete huidizo.
También habrán visto -ayer mismo en el telediario de Intereconomía, a las 8,30- cómo un joven arengaba a las cámaras con soflamas sobre el derecho de manifestación y la libertad de circulación. El hecho de que el individuo de marras tuviese edad más que suficiente para doblar la de un estudiante de Instituto, no obsta para que fuera llamado joven y estudiante. Y acaso lo fuera en realidad -estudiante, digo; joven, ni de coña-, y su, en tal caso, evidente cortedad intelectual, que le lleva a seguir en el Instituto con la treintena larga, cuando no cuarentena, justifique el desconocimiento de que el derecho de manifestación debe atenerse a las normas vigentes; esto es, la solicitud de autorización en un plazo mínimo determinado, y el visto bueno de la autoridad gubernativa correspondiente.
Acaso también su cortedad intelectual le haya impedido darse cuenta de que el mismo derecho a la libertad de circulación rige para él y sus compadres de algarada callejera, que para los ciudadanos vulgares -esto es, los que no son jóvenes de 40 años que siguen en el Instituto- que quieran circular por las calles que ellos cortan.
No seré yo quien defienda a la Policía a capa y espada. Después de muchos años sacando la cara por esa Institución, hace otros muchos que llegué a la conclusión de que no valía la pena y de que cada palo aguante su vela. 
He visto a la policía cargar, con saña, contra una manifestación -tan no autorizada como las de los estudiantes de Valencia o los garzonitas de la semana pasada- que protestaba contra el asesinato de unos altos mandos militares. Algún golpe -aunque no sobre mí- cayó lo suficientemente cerca para no admitir duda de la mala leche del que lo daba. 
He visto -esto ya lo he contado, y además mi camarada Eloy lo puede corroborar- cómo los maderos de las UIP recién desenchiquerados, provocaban a algunos manifestantes -debidamente autorizados- que marchaban desde la Plaza de Colón hasta la de San Juan de la Cruz, Castellana arriba. Provocaban con preferencia a los ancianos y a las mujeres. Cuando pasaban cerca los que llevaban a la vista credenciales de la organización, guardaban un discreto silencio. Y los que, aun perteneciendo a la organización, no llevábamos credenciales a la vista porque nuestro cometido era otro, lo pudimos observar repetidamente.
Por lo tanto, lejos de mí la defensa a ultranza de la Policía, y más lejos aún la de los Delegados del Gobierno. De este, del anterior o del que venga. Pero temo que hay cifras que hablan claro a quien sepa leer. Es lo que tienen los números, que son muy tozudos.
Y los números son los que da la prensa -véase 20 Minutos-, y cantan así: de 25 detenidos, sólo 5 eran menores de edad. De 13 heridos leves, 11 eran policías.
Es decir: que de jóvenes estudiantes sólo había un 20% -al menos entre los que más gresca montaban-, y que el 84,6% de los heridos han sido policías. 
Si además tenemos en cuenta que la Policía lleva casco, chaleco, protecciones diversas, y que es mucho más difícil lesionar a alguien así uniformado que al que va a cuerpo gentil, hagan ustedes un cálculo aproximado de la cantidad de violencia empleada por unos y otros.


Publicidad: