Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

domingo, 31 de octubre de 2010

SOBRE EL "IDEOLOGO DE LA ESPAÑA MODERNA".

Que -dice un becario de Público que ni sabe escribir comas- es Manuel Azaña.
En un artículo de esos que los periódicos usan de relleno en los domingos, el becario proclama que "la memoria que pervive entre los españoles del fundador de Izquierda Republicana roza la diseñada por los golpistas."
Verdadero optimismo, porque hoy en España no recuerda a Azaña nadie, como corresponde a lo que fue el individuo, pez frío y resbaladizo, rencoroso y acomplejado, tiranuelo de baja estofa. Únicamente a algunos amantes recalcitrantes de la Historia nos sigue sonando el nombre del tipejo que trituró el Ejército -y eso no es memoria, son hechos-; que mantuvo casi permanentemente suspendidas las garantías constitucionales e implantó la censura previa de prensa -y eso también es un hecho-; y que solucionaba los problemas sociales y laborales de forma expeditiva: tiros a la barriga. Y eso también es un hecho, no una imagen.
En algo tiene razón el articulista becario y ágrafo, cuando cita al historiador Santos Juliá para recordar que "las matanzas en el bando antifranquista durante la Guerra Civil no fueron de los republicanos, sino de los partidarios de una revolución social que, de haber triunfado, también hubiera supuesto el fin de la República".
Dejando a un lado -y ya es dejar- las chekas de Izquierda Republicana, donde se torturaba y asesinaba exactamente igual que en las del PSOE, es cierto que la marea comunista, socialista y anarquista hubiera arrasado la República. Hasta en eso tienen que dar gracias a los "golpistas", que tuvieron mucha más vista que el señor Azaña.

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