Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 6 de enero de 2016

SOBRE LO ACOSTUMBRADO EN ESTE DÍA.

Que es, como ya saben los habituales, la repetición de una viñeta -publicada en su día en Cruz de los Caídos, publicación que fue de los Distritos de Ciudad Lineal y San Blas de Fuerza Nueva en Madrid- en la que se pide a los reyes -no a los Reyes, entiéndase la diferencia- que, como regalo en este día, se vayan.

Este año no la voy a poner, porque como andamos a comienzos del 31 -la Historia se repite porque los tontos siempre son iguales, como decía mi camarada Arturo Robsy que está en los luceros-, la cosa ya no tiene mérito.

Además, hemos llegado a un punto en que el tema de la monarquía casi nos da lo mismo a todos salvo, acaso, al ABC, pelota máximo del reino. Lo que importa -lo que da el signo de los tiempos- es que abundan los idiotas que hunden la pezuña en el recuerdo troglodítico de aquella república segunda, sea para profanar iglesias, para falsificar cabalgatas de Reyes Magos -algún ceporro, como el barandilla valenciano, excavando en fiestorras republicanas-, o para seguir viviendo cojonudamente contra Franco.

Eso -la zafiedad, el anticlericalismo, la bufonada y la hideputez- es lo que marca el tiempo actual. Así puestos ¿a quién coño le importa que los reyes se vayan, se queden o hagan un triple mortal sin red en el trapecio constitucional?

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