Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 7 de febrero de 2014

SOBRE LA ENCUESTA PAPAL.

La encargada a las parroquias por el Papa Francisco para -dice El País- pulsar la opinión de los católicos del mundo entero sobre asuntos corrientes, como los niños nacidos fuera del matrimonio, la contracepción, las parejas de hecho, los divorciados que se han vuelto a casar, las uniones homosexuales o el aborto.

Las respuestas, al parecer, han sido las que cualquiera podría esperar sin necesidad de meterse en berenjenales, viendo cómo anda al patio; o sea: que los llamados católicos desean que la Iglesia institucionalice la flojera de bragueta, con lo cual no han descubierto nada que no hiciesen ya Lutero, Enrique VIII y, si nos vamos atrás, Sodoma y Gomorra.

Porque lo que los llamados católicos encuestados recomiendan que se reconozca y bendiga a los divorciados casados por segunda vez; que se acoja a las parejitas homosexuales; que se abandone la postura de la Iglesia sobre la contracepción y sobre las relaciones prematrimoniales.

Particularmente, los jóvenes alemanes -cita el susodicho periódico- recuerdan a la jerarquía católica que es irresponsable casarse sin haber probado antes la solidez de la relación. O sea -y esto es de mi cosecha- que hay que probar a la pareja, como antiguamente se probaban los melones: a cala.

En resumen, los que se llaman católicos, quieren que la Iglesia Católica se transforme en protestante, bien sea luterana o anglicana, para dar satisfacción a las llamadas del bajovientre.

Lo que no parecen entender es que ser católico supone aceptar los Mandamientos de la Ley de Dios -todos ellos, no uno si y otro no y otro según- y que a nadie se obliga a ser católico. Pero que llamarse católico y no aceptar la doctrina supone, lisa y llanamente, una hipocresía.

Y, por supuesto, me apresuro a afirmar que ninguno somos perfectos -o al menos yo no lo soy, y que cada cual se mire la conciencia-; que todos cometemos errores, que todos pecamos, que todos tenemos de qué arrepentirnos. 

Ser católico significa -en mi modesta opinión, nada cualificada teológicamente- saber cuando se peca, y arrepentirse de ello y, en lo posible, repararlo. Lo que estos encuestados quieren, es hacer de su capa un sayo y quedarse tan panchos. Y eso no es.

Y lo que uno no se atreve a presuponer, es qué interpretación dará el Papa Francisco a esta encuesta; si la de reducir el número de católicos a los que verdaderamente lo son, o la de santificar, a cinco siglos vista, la concupiscencia del fraile alemán y el rey inglés.

Publicidad: