Las razones y sinrazones para investir o -lo siento, son las cosas del idioma-
desvestir a don Mariano Rajoy.
Las razones que el aspirante aduce para
ser nombrado Presidente del Gobierno son obvias: la mayoría de los ciudadanos
que han votado lo han elegido a él. Las de los que no quieren que se le nombre,
también lo son: los ciudadanos que han votado no le han elegido con la
suficiente diferencia de escaños.
Don Pedro Sánchez tiene toda la razón
al decir que él no puede traicionar a sus electores permitiendo que gobierne
Rajoy. Los votantes socialistas nunca le perdonarían que lo hiciera, y eso lo
sabe cualquiera que viva en el mundo real, lejos de las camarillas televisivas y
radiofónicas que le piden la abstención para que se forme un Gobierno del
PP.
Don Mariano Rajoy tiene, también, toda la razón del mundo para decir
que él tiene el trozo más grande del pastel electoral, y que no tendría sentido
que el ganador dejase paso libre a los perdedores. Tampoco lo entenderían sus
votantes, que quizá -mucho pedir, pero quién sabe- empezasen a pensar de qué les
vale votar a un partido que siempre -tal vez esta sea la única verdad que dijo
Rodríguez Zapatero- acaba haciendo lo que propone el PSOE, aunque con una o dos
décadas de retraso.
Tienen razón todos al decir que el PP es un partido
corrupto. Pero todos la pierden por el mero hecho de que los demás también lo
son. ¿Cómo puede tener el señor Sánchez la cara dura de llamar corrupto al PP,
cuando tiene encausados a dos expresidentes de autonomía, cuando cada día se
descubren nuevos latrocinios en los eres, los cursos de formación y
cualquier cosa en la que hayan puesto las manos? ¿Cómo puede tener el señor
Iglesias la desvergüenza de lanzar piedras contra Rajoy, cuando él tiene a sus
espaldas los millones estafados al pueblo venezolano que acabaron el la
fundación de la que se nutrió Podemos; cuando tiene entre sus más directos
colaboradores a gentes que han percibido emolumentos, ayudas y subvenciones
ilegalmente, cobrando por un trabajo que no han hecho y al que ni siquiera han
asistido? ¿Cómo puede hablar de pobres oprimidos cuando entre los suyos tienen
la desfachatez de no dar de alta en la Seguridad Social a sus
trabajadores?
Y don Alberto Rivera, ¿cómo puede hablar de la corrupción
del PP, si hace unos meses firmó un acuerdo con el partido de los Eres
falsos, de los fondos robados de los cursos y -si nos vamos unas décadas atrás-,
de las filesas y malesas, del papel del BOE, de Renfe, de la Cruz
Roja, de los fondos reservados y del GAL?
¿Que todo eso es Historia?
¡Pues claro! Pero no soy el que trae a colación la Historia, sino que fue ayer
don Pablo Iglesias el que se refirió al PP ganador de las elecciones como un
partido fundado por gente que había hecho el saludo romano. ¿Y...? ¿No ha
sido el suyo fundado por gente que cierra el puño, bien para agredir, bien para
trincar lo que pille? ¿Qué le pasa con el saludo romano y con lo que han
hecho las gentes que lo usaron y usamos? ¿Le parece mal la Seguridad Social, que
-por mucho que les pese a los ignorantes-, no fue cosa de Felipe capullo,
queremos un hijo tuyo? ¿Le parecen mal las pagas extraordinarias? ¿Le
parecen mal los pantanos que nos dan de beber? ¿Le parece mal ser una potencia
turística, lo único que en cuestión económica queda de los del saludo
romano, porque el resto de la herencia ya se la han fundido ustedes, los
hijos de papá? ¿Le parecen mal los cientos de miles -acaso millones- de
viviendas de protección oficial? Si, esas que ustedes -los rojos de cualquier
tono- llaman chabolismo vertical, mientras aplauden con las orejas las
soluciones habitacionales de 30 metros cuadrados zapateriles?
Tiene
razón, por fin, el señor Rajoy al decir que sólo hay dos salidas: él o terceras
elecciones. Al menos mientras Podemos y Ciudadanos sigan decididos a no
juntarse, cosa que ya se verá si cambia cuando las encuestas aprieten.
Porque está claro que, si los partidos políticos obedecen el mandato de
los votantes, no puede haber pactos que permitan formar Gobierno. Pero es
también evidente que, si los partidos se ponen de acuerdo para formar un
Gobierno, están rechazando el mandato de sus electores, y entonces las
elecciones no valen para nada.
Por último, queda la pregunta de por qué
todos -políticos, periodistas, tertulianos, aficionados- piensan que unas nuevas
elecciones es una mala solución? ¿No es ese el tótem de la democracia? ¿No
consiste el sistema en el juego de las urnas y las papeletas?
¿O es que
las urnas, las papeletas, los votos, no valen para nada, y lo que verdaderamente
cuentan es que los partidos políticos pacten y acuerden cosas?
Y,
entonces ¿para qué los partidos?