Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 20 de noviembre de 2010

20-N.

Soy José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, tercer Marqués de Estella, abogado.
Fuí condenado a muerte, tras un proceso político en el que admití a los que me juzgaban por entender precisamente que era un tribunal de políticos, y fusilado el 20 de Noviembre de 1936. Tenía 33 años.
Mi crimen fue desear la unidad de los hombres y las tierras de España, reclamar la mejora de las condiciones de vida de los más desfavorecidos, exigir una democracia auténtica que diese valor al hombre por encima de los partidos sectarios. Mi delito fue exigir vías de representación auténticas: la familia, el municipio, el sindicato. Pedir que no se canten derechos individuales de los que no pueden cumplirse nunca en casa de los famélicos, sino que se dé a todo hombre, a todo miembro de la comunidad política, por el hecho de serlo, la manera de ganarse con su trabajo una vida humana, justa y digna.
Mi crimen fue explicar la universalidad que a Cataluña y Vascongadas confería su esencia española; desvelar el pensamiento íntimo del marxismo, acerca de que los obreros eran una plebe y una canalla, de la que no había que ocuparse sino en cuanto sirviera para la comprobación de sus doctrinas. Fue levantar a la juventud española en una tarea común de redención, de servicio y de sacrificio. Fue proclamar que lo que hay que tener es un sentido total de lo que se quiere; un sentido total de la Patria, de la vida, de la Historia, y ese sentido total, claro en el alma, nos va diciendo en cada coyuntura qué es lo que debemos hacer y lo que debemos preferir.
Mi crimen fue querer que España fuera Una, Grande y Libre, y ponerla Arriba.


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Soy Francisco Franco Bahamonde, Generalísmo de los Ejércitos, Caudillo de España.
Fallecí en la cama del hospital La Paz, de Madrid -uno de aquellos hospitales de la Seguridad Social que creó uno de mis ministros falangistas, José Antonio Girón de Velasco- el 20 de Noviembre de 1975.
No me perdonan haber salvado a España del comunismo soviético. No perdonan que los que lucharon a mi lado tuvieran mejor espíritu de combate, tuvieran moral de vencedores porque eran capaces de sacrificarse por la Patria de todos.
No tienen en cuenta la contribución de España, bajo mi mando, a la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, impidiendo que las tropas alemanas ocuparan Gibraltar y cerraran el Mediterráneo. Ni el rescate de miles de judíos perseguidos, que lograron mis embajadores. Ni el mantenernos firmes contra el comunismo, que sólo 15 años después reconocerían y agradecerían los Estados Unidos, cuando los soviéticos se les mostraron tal como los conocimos aquí.
Quise lo mejor para España, y la llevé a lo mas alto sin que me temblara el pulso. Tomé de cada grupo lo que mejor convenía al interés de España en cada momento; por eso, ninguno de los que querían la exclusiva para su grupo estuvo contento. Tampoco la Iglesia, por la que tantas veces puse la cara.
Pero se que no tuve más enemigo que los que lo fueron de España.


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Soy Rafael Carlos Estremera Cuenca, autor de este diario desde hace unos años. El tiempo aún me permite seguir con vida y todavía no me han matado, aunque todo se andará, y advierto que pondré todas las dificultades que pueda, siquiera sea por jorobar.
Mañana quizá diré que quien me quiera para algo aquí me tiene, pero hoy sólo deseo decir -una vez más y tantas como sea menester- que soy joseantoniano y soy franquista. Y repetir la Oración que nos enseñó nuestro camarada Rafael Sánchez Mazas:
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Señor:
Acoge con piedad en Tu seno a los que mueren por España, y consérvanos siempre el santo orgullo de que solamente en nuestras filas se muera por España, y de que solamente a nosotros honre el enemigo con sus mejores armas.
Víctimas del odio, los nuestros no cayeron por odio, sino por amor; y el último secreto de sus corazones, era la alegría con que fueron a dar sus vidas por la Patria. Ni ellos ni nosotros hemos conseguido jamás entristecernos de rencor, ni odiar al enemigo.
Y Tú sabes, Señor, que todos estos caídos mueren para libertar con su sacrificio generoso a los mismos que les asesinaron; para cimentar con su sangre fértil, las primeras piedras en la reedificación de una Patria libre, fuerte y entera. Ante los cadáveres de nuestros hermanos, a quienes la muerte ha cerrado los ojos antes de ver la luz de la victoria, aparta, Señor, de nuestros oídos, las voces sempiternas de los fariseos, a quienes el misterio de toda redención ciega y entenebrece, y hoy vienen a pedir con vergonzosa indulgencia delitos contra los delitos, y asesinatos por la espalda a los que nos pusimos a combatir de frente.
Tú no nos elegiste para que fuéramos delincuentes contra los delincuentes, sino soldados ejemplares, custodios de valores augustos, números ordenados de una guardia, puesta a servir con honor y con valentía la suprema defensa de una Patria.
Esta ley moral es nuestra fuerza. Con ella venceremos dos veces al enemigo, porque acabaremos por destruir, no sólo su potencia, sino su odio.
A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa, preferimos la derrota. Porque es necesario que mientras cada golpe del enemigo sea horrendo y cobarde, cada acción nuestra sea la afirmación de un valor y de una moral superior.
Aparta, así, Señor, de nosotros, todo lo que otros quisieran que hiciésemos, y lo que se ha solido hacer en nombre de vencedor impotente de clase, de partido o de secta. Y danos heroísmo para cumplir lo que se ha hecho siempre en nombre de una Patria, en nombre de un Estado futuro, en nombre de una Cristiandad civilizada y civilizadora.
Sólo Tú sabes, con palabra de profecía, para qué deben estar aguzadas las flechas y tendidos los arcos.
Danos ante los hermanos muertos por la Patria, perseverancia en este amor, perseverancia en este valor, perseverancia en este menosprecio hacia las voces farisaicas y oscuras, peores que voces de mujeres necias. Haz que la sangre de los nuestros, Señor, sea el brote primero de la redención de esta España en la unidad nacional de sus tierras, en la unidad social de sus clases, en la unidad espiritual en el hombre, y entre los hombres.
Y haz también que la victoria final sea en nosotros una entera estrofa española del canto universal de Tu Gloria.


Imagen por cortesía de Rafa España



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