Que en este caso son los retratos del Rey que algunos alcaldes -o alcaldas, o
alcaldos, según- están quitando de sus despachos, salones de plenos o
dependencias locales en general.
Se que el asunto no es de hoy, sino que
lleva varios días coleando, pero una inoportuna avería en mi ordenador me ha
impedido comentarlo antes. Tampoco es que importe mucho, porque -y es a lo que
voy- la ofensa aldeanoseparatista a los símbolos de España no es de ahora, sino
de hace cuarenta años. Y a mi no me gusta que el retrato del Rey sea tal
símbolo, pero es lo que hay y como tal lo defiendo, porque la ofensa no es
contra Felipe VI, sino contra España.
Por otra parte, los que ahora se
escandalizan no pueden ser sino hipócritas, canallas o idiotas. ¿Qué esperaban,
después de ejercer la más burda iconoclastia con los símbolos del pasado?
¿Pensaban que se iban a detener en destrozar las placas del Instituto Nacional
de la Vivienda en los miles de casas que construyó, para que los despistados y
los hideputas no se acordaran de quién las hizo? ¿Creían que todo iba a ser
retirar estatuas de Franco?
Los que pretenden borrar por ley los años de
Franco son los mismos que retiran los retratos del actual Rey, o quemaban los
del anterior. No son demócratas, ni liberales, ni tolerantes, ni puñetas. Son
rojos a los que les duelen aún las carreras en pelo de sus antepasados
ideológicos, y pretenden resarcirse de ellas aplicando el mismo sistema de
entonces: la amenaza, la represión, la censura -no legal, pero si de hecho- y,
llegado el caso, el asesinato.
Y yo, para qué negarlo, me alegro de que
se hayan quitado la careta, de que se sientan tan seguros como para dar la cara,
porque eso indica que estamos próximos al final de esta -como la llama mi
camarada Eloy- democaca. Y luego vendrá la segunda república bis.
Y
después, por fin, renacerá España.