Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 23 de agosto de 2011

Carta a Jauregui.

Como en otras ocasiones, aprovecho el permiso que generosamente me tienen otorgado mis camaradas para reproducir la siguiente carta, de la que me asegura el autor que ya hay constancia de que ha llegado a su destinatario:

Carta a Jauregui.

Cuando un enemigo de tres al cuarto nos vence, la derrota es más dolorosa. Y no hay duda de que ser vencido por usted, telonero de tercera fila del partido social-capitalista PSOE, es muy duro, es una humillación muy difícil de soportar.

El corrupto gobierno le ha encargado la misión de emporcar el Valle de los Caídos, y todas las trazas nos indican que lo conseguirá ¿Y quién es usted, telonero encargada de tan miserable misión? pues un individuo que, nacido en 1948, consiguió acceder al uso de razón allá por los años sesenta con quince o diez y seis años, cuando la España en paz que trabajaba se ponía de pie, y alcanzaba niveles sociales e industriales de primera división. Su huella profesional o técnica es irrelevante, hasta que entró en un sindicato amarillo y en el partido social-capitalista, y hoy, convertido por esos milagros de la política, nada menos que vicepresidente del chiringuito del gobierno, es el encargado de acabar con el Valle de los Caídos.

Solamente en la sorprendente y muchas veces incomprensible España se puede dar el caso de que a las ratas se les encargue la protección de los almacenes de grano. Y es que los que hoy deciden sobre el Valle son los herederos políticos e ideológicos de los que arrasaron con todo monumento religioso, con iglesias, templos, conventos, seminarios…, eliminando, por si acaso, a todo sacerdote, fraile, monja que se les ponía al alcance de la mano Estos son los que han decir cómo ha de ser un monumento religioso, monumento que sus creadores quisieron que fuera de reconciliación, con los gigantescos brazos de una Cruz, que el odio quiere hoy dinamitar, abrazando a caídos de uno y otro bando. Sí, también a los caídos del bando cuyos dirigentes odiaban esa Cruz.

Usted, tan poquita cosa, no pasará a la Historia, pero posiblemente en el futuro, alguien, un investigador o rata de bibliotecas y archivos, descubra que el que consiguió envilecer por odio sectario uno de los más majestuosos monumentos de la Tierra, se llamaba Ramón Jáuregui no se cuantos. Un telonero de nada pero, en un momento histórico, la reina de las termitas.

Jesús Flores Thies
Coronel de Artillería-retirado

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